PROYECTO ARQUITECTÓNICO Y URBANO
Le Corbusier: la arquitectura como proyecto de mundo Aproximación a una filosofía de la arquitectura
Le Corbusier: Architecture as a project of the world Approach to a philosophy of architecture
Valentina Mejía Amézquita*
Universidad Católica Popular del Risaralda, Pereira, Colombia. Grupo de Investigación GAU: Hábitat, Cultura y Región
*Arquitecta, Universidad Nacional de Colombia, sede Manizales. Especialista en gestión inmobiliaria, Universidad Nacional de Colombia. Magíster en Filosofía, Universidad de Caldas. Doctorado en teoría e historia de la arquitectura, UPC de Barcelona (estudios). Decana de la Facultad de Arquitectura y Diseño de la Universidad Católica de Pereira. Investigaciones realizadas: Epistemología racionalista en la arquitectura moderna, 2007-2008. Le Corbusier: la arquitectura como proyecto de mundo. Una aproximación a una filosofía de la arquitectura 2008-2009. Publicaciones: Entre el khora platónico y el topos aristotélico. Arquetipo, 1. (2010). Pensando la arquitectura: entre el qué, el por qué y el cómo. Revista Imaginarios Urbanos, 5, Argentina (2009). Cuáles son las implicaciones del giro copernicano en la fundamentación que hace Kant de las leyes de Newton. Revista Paradoxa (2008). El Movimiento Moderno: ¿Proyecto civilizatorio o megarrelato? De Arquitectura, 3 (2008). Los manifiestos en la arquitectura moderna. Revista Páginas (2007). valentina.mejia@ucpr.edu.co
Referencia:Mejía Amézquita, V. (2011). Le Corbusier: la arquitectura como proyecto de mundo. Aproximación a una filosofía de la arquitectura. Revista de Arquitectura, 13, 66-72.
Recibido:marzo 17/2011 Evaluado: mayo 26/2011 Aceptado: junio 14/2011
RESUMEN
La arquitectura moderna como un producto humano, ayudado por la técnica, da respuesta a las necesidades humanas en el proceso de habitar el mundo. El punto central es la revisión de un "proyecto de mundo" que para algunos maquinizó el problema del habitar y para otros apostó por la esencia antropológica que subyace a la necesidad de dar expresión material a un mejor mundo humano habitable. Este trabajo no procurará entonces hacer una "reivindicación" de Le Corbusier, pues a cada momento histórico le corresponden diversas respuestas a través de los productos humanos que dan cuenta de condiciones particulares de las culturas; se trata más bien de hacer una "reinterpretación" del proyecto de mundo que se gestó con el movimiento moderno de la arquitectura y, particularmente, con Le Corbusier.
Palabras clave: arquitectura moderna y ethos, arquitectura y proyecto de mundo, filosofía del arte y la arquitectura, problema del habitar.
ABSTRACT
This article is a result of the reflection around the modern architecture as a human product than, supported by technical, gives answers to the human needs in the process of living in the world. The point is the search and reinterpretation of a "world project" that has been considered the "machining" of the world inhabit by some, and, for others, has been understood as a an movement that opted for the anthropological essence behind the need to give material expression to the human inhabit. This paper does not seek to make a "claim" to rescue Le Corbusier, as I am aware that each historical period has different answers by human products that account for conditions in the cultures, which clearly would not make sense to emulate; rather what I tried to make a "reinterpretation" of the proposed world was conceived with the modern movement in architecture and, particularly, with Le Corbusier.
Key words: Modern architecture and ethos, architecture and project, art and architecture philosophy, architecture, concept of "inhabiting the world".
INTRODUCCIÓN
La arquitectura, entendida como un acto humano auxiliado por la técnica que busca dar respuesta a las necesidades más sentidas del hombre en relación con su posibilidad de habitar el mundo, sufrió en los últimos cien años un proceso de transformación que supera, en diversidad y riqueza ontológica, a la mera fisicidad de sus hechos constructivos para entregar una nueva noción de ser y de mundo a la sociedad del siglo XX. Sin embargo, este momento de inflexión ha sido objeto de múltiples interpretaciones que, incluso, han gestado un gran número de corrientes que hoy invaden el escenario disciplinar impidiendo ver claramente un horizonte hacia dónde dirigir la reflexión arquitectónica contemporánea.
Este artículo es uno de los resultados de la investigación que lleva su mismo nombre y que permitió a la autora su titulación como magíster en Filosofía de la Universidad de Caldas, Colombia. Este trabajo hace parte de la línea de investigación en Teoría, Historia y Patrimonio Grupo de Investigación GAU: Hábitat, Cultura y Región. En este escrito se busca examinar el contexto que nos precede en el ámbito de un convulso siglo XX cuyo proyecto de mundo nace, al menos en nuestro tema de interés, con las Vanguardias, y logra cristalizarse plenamente con el advenimiento del movimiento moderno de la arquitectura y, más particularmente, con Le Corbusier, pues, en suma, con él surge una renovada y comprometida visión humanista de la arquitectura que hoy en día valdría la pena reinterpretar en razón de que estamos vislumbrando un panorama donde la tolerancia y la posibilidad de reconocer la otredad, como un valor de la llamada posmodernidad, están próximas a confundirse con un conformismo disoluto y un libertinaje total donde, simplemente, "todo vale". En rigor, el objeto de estudio se centra en reinterpretar la relación que se establece entre la arquitectura moderna y el momento histórico particular que define la primera mitad del siglo XX, como el sustrato sobre el cual Le Corbusier contrario a lo que sus detractores han acusado al declararlo un funcionalista a ultranza que "maquinizó" el problema del habitarrealmente apuesta por la esencia antropológica que subyace a la necesidad de dar expresión material al proyecto de un mejor mundo humano habitable.
METODOLOGÍA
Es oportuno reiterar que la mirada que acá se hace a la modernidad arquitectónica es, primeramente y en rigor, desde la filosofía y no desde la arquitectura en tanto no es un ejercicio de revisión de los edificios en términos constructivos o meramente formales, sino que se centra en las lecturas que se subsumen en dichas líneas en medio de la materialidad misma, de manera que las fuentes a las que se acudió para realizar el trabajo fueron del orden de la filosofía del arte y la arquitectura dejando en medio el magistral texto de Le Corbusier Hacia una arquitectura (1978).
Para poder comprender esta relación desde la postura de un arquitecto que pretende dar una mirada filosófica a su saber, es necesario aceptar que, en virtud de lo que es inherente, la cuestión que se está presentando es de carácter eminentemente ontológico, donde se pueden reconocer dos niveles de la reflexión que oscilan entre la interrelación de las expresiones físicas de la arquitectura y las que están fuera de dicha expresión material ubicándose en el nivel de lo esencial ya que a medida que dichas expresiones logran su cristalización en la experiencia estética, permiten una posibilidad mayor de reconocimiento del ser lo que, en suma, es la cuestión fundamental del presente trabajo.
La investigación se construye desde dos aproximaciones: la primera, que busca establecer el contexto sociocultural que ambienta la postura asumida por el movimiento moderno de la arquitectura, la cual nos ubica en el escenario de finales del siglo XIX y comienzos del XX que, en cabeza de las Vanguardias que tuvieron su seno en los escenarios francés y alemán, permitió decantar las apuestas conceptuales que habrían de direccionar la modernidad lecorbusiana y, la segunda, que pone de manifiesto en dicho escenario el proyecto de mundo humanista encarnado en aquella modernidad lecorbusiana, situación que, de hecho, sería decisión personal del autor de este trabajo, pues lo que se trataba de dilucidar era el proyecto de mundo del que daba cuenta un arquitecto que suscita controversia como pocos y que, además de haber producido un sinnúmero de edificios, escribió sobre su quehacer en diversos textos que permiten evidenciar una reflexión teórica cristalizada en el racionalismo arquitectónico.
Con el ánimo de presentar la investigación de manera más puntual y precisa, el texto examina el problema en dos partes. Una primera, denominada El movimiento moderno: utopía o realidad, que está sujeta al escenario que rodea la crisis de finales del siglo XIX y que devino, entre otras cosas, en la aparición de las vanguardias resaltando el interés en dos ideas fundamentales: la noción de ahistóricas que acompañó, en buena medida, el proyecto renovador de las Vanguardias y que determinaría la férrea postura asumida frente al peso de la tradición, por un lado, y el ethos revolucionario o el compromiso sociopolítico en ofrecer un mundo digno, útil y funcional para todos y cada uno de los hombres europeos modernos, por el otro. El segundo apartado de este primer segmento busca reconocer la condición moderna como un "proyecto de mundo" a través del análisis de los textos escritos que, más que ser documentaciones históricas o "metarrelatos", como los definiría Lyotard, son manifiestos que buscaron dar cuenta, humanamente hablando, de las necesidades esenciales del habitar.
La segunda parte, parafraseando el título del reconocido texto lecorbusiano llamado Hacia una Arquitectura, se ocupa particularmente del proyecto humanista sugerido por LeCorbusier y recogido, de manera extraordinaria, en dicho manifiesto a partir de tres elementos básicos; el primero, que denominé el racionalismo arquitectónico y queda cuenta del sustrato sobre el cual emerge su apuesta de mundo moderno que, en suma, busca sintetizar la concepción humanizada y espiritualizada de la arquitectura con el anhelo libertario de una estética que mantiene la armonía entre las leyes del mundo tecnocrático del siglo XX y el bienestar de la sociedad. El segundo examina, por sobre otras cosas, dos cuestiones fundamentales que "materializaron" el racionalismo arquitectónico lecorbusiano y que definí como "¿Belleza frente a Funcionalidad?", en relación con el problema de lo bello como la expresión material de la profundidad óntica de la arquitectura, y el problema de lo funcional y útil o la correspondencia afín en la relación uso-edificio. Por último, se abordará el problema espacial en el apartado sobre la arquitectura incontenible y el espacio indecible, con el cual se esperó poner de manifiesto la noción del "habitar" como condición vital de la arquitectura y en la cual reside, en buena parte, el proyecto humanista de la arquitectura lecorbusiana.
Finalmente, el trabajo concluye con una serie de reflexiones y consideraciones que recogieron el proyecto humanista de aquella modernidad para hacer una aproximación, parafraseando a Hölderlin, a fin de entender cómo "poéticamente habita el hombre" el mundo, es decir, a la comprensión de la cuestión fundamental de la arquitectura que no es otra que el problema humano de "estar" en el mundo, pues es ella quien, sobre otras expresiones de la cultura, está llamada a legitimar los anhelos de una colectividad haciendo "visible", a través de la redefinición del orden simbólico en la materialidad del edificio, la transformación de la relaciones que equilibran el habitar humano.
La vanguardia y el ethos
Comencemos por reconocer que el primer acercamiento al problema está intencionalmente ligado al texto La flor y el cristal. Ensayos sobre arte y arquitectura modernos, de Eduardo Subirats (1986), pues en esta obra se hallan dos ideas vinculadas al ethos revolucionario de las Vanguardias que son de interés particular. En primer lugar, se identifica la preocupación libertaria de los movimientos artísticos de las primeras décadas del siglo XX cuya intención "a-histórica" es la de desprenderse del peso de la tradición de los sistemas clausurados que no daban cuenta de las cuestiones fundamentales de la vida humana y, por otro lado, está la noción política que el autor considera involucra propiamente el término ethos, es decir, el compromiso sociopolítico asumido por quienes buscan otorgar a la gente del común lo que antes solo podía soñar: el acceso, en nuestro caso a la arquitectura, de un mundo equitativo y, en cierta medida, por qué no, igualitario. En la unión de estas ideas se gesta el proyecto de mundo al que Le Corbusier habría de apostarle en el estremecido escenario de un territorio europeo derrumbado ante la mirada atónita del mundo entero que lo veía consumirse entre dos devastadoras guerras en menos de medio siglo. La proclama del Movimiento Moderno lecorbusiano es, sin duda, un llamado a la revolución, es decir, un reclamo por reinstaurar la razón, la cordura y la sensatez con las que el hombre moderno se propone refundar el mundo dando cuenta de lo que parece ser, para este momento, la mejor manera de establecer una naturaleza artificial bajo la utopía de alcanzar con ello la construcción de un renovado universo cultural que resignifique la existencia humana.
En este proceso, Le Corbusier apuesta por el llamado racionalismo arquitectónico que recoge la noción de hombre y mundo contenidos en su proyecto; este mismo habría de encontrar en los Manifiestos o en los postulados programáticos tales como Hacia una Arquitectura (1978), El Modulor (1961), la Casa del Hombre(1979) e, incluso, el Espacio Indecible (1998) los cuales, de hecho, podrían también haber sido considerados un conjunto de "grandes relatos" o metarrelatos en el sentido que da Lyotard (1984) a la expresión 1 , la manera de elevar un llamado de denuncia y rebeldía hasta los más alejados confines del territorio europeo, con el cual el arquitecto moderno asume la responsabilidad de resolver los cuestionamientos esenciales de la vida cotidiana del hombre común desde la postura legítima del proyectista, como la define Aicher (1994), con la que toma entre sus manos el destino de su existencia, decide racionalmente sobre la construcción de su mundo y elige conscientemente una nueva forma de habitarlo, pues ese mundo ya no es algo que depende de la voluntad divina o de la voluntad de la historia, como lo habría entendido Hegel, sino que se torna en un proyecto, es decir, se convierte en un acto racional mediado por la capacidad intelectual con la cual el arquitecto da expresión a los anhelos de la colectividad desde lo formal y lo bello, lo funcional y útil, lo constructivo y tectónico, lo espacial y ambiental, lo que, en suma, da cuenta de la existencia del hombre en el mundo y se convierte en la finalidad de la arquitectura, como la entiende Le Corbusier.
Racionalismo arquitectónico como proyecto
La segunda aproximación de esta investigación se centra, justamente, en el establecimiento de la correspondencia entre la teoría estética que subyace en el pensar lecorbusiano y la afirmación material de dichos argumentos, en virtud del reconocimiento del carácter racional del acto creativo visto, entonces, como proyecto. La reflexión parte, puntualmente, del manifiesto Hacia una Arquitectura (1978) donde Le Corbusier define que la razón de ser de la arquitectura moderna es el hombre y su posibilidad racional de habitar el mundo, sin desconocer que la resolución de dicha relación se halla en la sutil frontera entre lo artístico, lo artesanal y lo proyectual, como creaciones arquitectónicas. De hecho, la primera gran preocupación de una disciplina que se vale de las manifestaciones materiales para dar cuenta de su reflexión conceptual oscila, justamente, entre lo bello y lo útil.
Para Le Corbusier la belleza, concebida como afirmación sensible de los argumentos contenidos en un proyecto, ha de ser entendida, primeramente, no como la simple expresión formal que recubre el edificio, sino como la manifestación externa del carácter esencial que subyace en el mismo materializando su profundidad óntica (Le Corbusier, 1978). Es así como el problema de lo bello, en una época donde dicha búsqueda no parecía ser esencial para las Vanguardias, es el modo o la manera como se hace sensible la esencia, el ser en dirección hacia la verdad en la percepción estética, no fundamentalmente como una comprobación o una demostración de la verdad misma, sino como un "mostrar", un "hacer evidente" la apuesta civilizatoria de Europa Occidental en pleno siglo XX lo cual, sin duda, vincularía la inagotabilidad de los hechos arquitectónicos al despliegue sustancial del ser.
Le Corbusier, entonces, hallaría en la contundencia de la línea recta, en la austeridad de las superficies planas, y en la desnudez de los volúmenes puros la posibilidad de desplegar la belleza, lo que él mismo define como la presencia, casi mística, del "imponderable" en relación con la espiritualización del hecho brutal a través de la abstracción arquitectónica (Le Corbusier, 1978). Lo bello, en aquel momento, inaugura y comunica la expresión particular de la época. Sin duda las edificaciones que primeramente se corresponden con dicha preocupación son las arquitecturas domésticas como la casa Ozanfant (1922 ) (figura 1), la casa La Roche-Jeanneret (1923-1925) (figura 2), la casa Cook (1926), la casa Stein (1926) (figura 3 y figura 4), la Weissenhof de Stuttgart (1927) y, de manera excepcional, la Villa Savoye (1929), todas ellas mejor conocidas como las Villas Puristas construidas entre 1922 y 1929.
En dichos edificios prima la sencillez de la caja de muros que parece no poseer más elementos de los requeridos, evitando cualquier sesgo por lo ornamental: tampoco se permite prescindir de alguno, salvando con ello su requerimiento estructural. La pura geometría de la casa humanizada manifiesta la serenidad propia de la relación armónica entre la horizontalidad y la verticalidad de las arquitecturas lecorbusianas hechas para "rendirle tributo a la existencia mundana". De hecho, si algo revoluciona esta relación escalar con la cual la arquitectura desciende del mundo de lo divino para ocuparse de lo humano es el sutil manejo compositivo de las horadaciones continuas en los paños de fachada a la altura de la línea de horizonte del terrenal observador develando lo incontenible del espacio ininterrumpido que permea los límites corpóreos de una arquitectura que, aunque sólida y contundente en su condición constructiva, no se deja superar por ella dando cuenta, así, de la correspondencia entre la idea y su subsecuente materialización donde ya no prima lo insustancial y accesorio sino lo fundamental y necesario que sirve a la infalible presencia humana; bien decía Le Corbusier que:
La arquitectura es el juego sabio, correcto y magnífico de los volúmenes reunidos bajo la luz. Nuestros ojos están hechos para ver las formas bajo la luz: las sombras y los claros revelan las formas. Los cubos, los conos, las esferas, los cilindros o las pirámides son las grandes formas primarias que la luz revela bien; la imagen de ellas es clara y tangible, sin ambigüedad. Por esta razón son formas bellas, las más bellas (1978, p. 16).
Ahora bien, mientras la correspondencia entre la expresión material y la profundidad óntica deja, en cierto sentido, mayormente resuelta la preocupación por la belleza en la arquitectura del movimiento moderno, el problema de lo útil adquiere un matiz particular, pues aunque para Le Corbusier la arquitectura ha de ser pensada como un arte dependiente de una finalidad pragmática o un "medio para", tal y como la entendieron los más aguerridos militantes de la misma modernidad e, incluso, los promotores del International Style, también es cierto que en ella reside una función otra que no es equiparable a la utilidad práctica o al mero hecho físico, sino que más bien se corresponde con el escenario de posibilidad donde el ser humano se despliega como tal, donde la finalidad no instrumental es el "medio en" donde se crean espacios que dan cuerpo expresivo a la manera en que el hombre moderno se enfrenta a sus necesidades de habitar integrándose a la realidad sociocultural del universo que lo rodea.
En este sentido, Le Corbusier (1978) establece que la arquitectura no puede adolecer de la utilidad, pues esta responde a los requerimientos propios del hombre "biológico" que necesita del hecho arquitectónico, materialmente hablando, para guarecerse en él. Pero, también, se establece la función otra con la que la arquitectura encarna un mundo donde el hombre se despliega en toda su amplitud y establece vínculos con sus congéneres, donde supera su condición corpórea y se ocupa de su ser. Es oportuno, entonces, apelar nuevamente a la casa como el hecho arquitectónico de mayor correspondencia con en el proyecto lecorbusiano, pues ella reitera el reconocimiento de la condición moderna como un reflejo totalizante de la nueva concepción de mundo, y un nuevo estado de cosas que permite asumir los avances industriales al servicio de una sociedad tecnocrática cuyo designio último es proporcionar un mejor mundo habitable. En la casa es donde mayormente se realiza el ser, tal vez sea ella el único espacio en el que, de manera significativa, el hombre nace, crece, se desarrolla y termina su existencia; es, de suyo, la recreación misma del universo donde el ser humano "se hace", donde fundamentalmente "es"; valga reiterar, entonces, que este ha de ser el fin práctico de la arquitectura en términos de utilidad y, si se quiere, el fin ético y social en términos de funcionalidad.
El edificio de vivienda es el reflejo maquínico de un nuevo mundo donde se reinventa la idea misma de casa como continente de actividades y usos para convertirse en una respuesta ordenada frente a la necesidad básica del habitar en virtud de la carga antropológica que ello supone, lo cual, en suma, deriva en la noción de casa-herramienta como extensión artificial de la existencia humana, el gesamtkunstwerk, como un universo arquitectónicamente recreado, es decir, la casa como "máquina por habitar 2 , según la definía Le Corbusier:
una máquina destinada a procurarnos una ayuda eficaz para la rapidez y la exactitud en el trabajo, una máquina diligente y atenta para satisfacer las exigencias del cuerpo: comodidad. […] El lugar útil para la meditación, y finalmente el lugar donde la belleza existe y aporta al espíritu la calma indispensable (1978, p. 24).
Es oportuno aclarar, frente al gran número de objeciones que un argumento como este suscita, que lo que se pretende definir son las condiciones básicas, un existenzminimum en medio de un contexto moralmente aceptable, una casa útil como morada, pero sobre todo, una casa digna en relación con la función de habitar de cualquier hombre, pues es el sujeto que la habita en la intimidad de su experiencia quien la "funcionaliza" al particularizarla y cualificarla con el halo mágico de su vivencia.
Valga solo recordar la Unité d´Habitation de Marsella (figura 7), construida entre 1947 y 1952, después de la Segunda Guerra Mundial, como una respuesta a la necesidad de enfrentar el problema de la vivienda prioritaria masiva que se corresponde con el nuevo estatuto de arquitectura colectiva del pueblo y para el pueblo. La unidad es un proyecto revolucionario de "casas en serie" con la cual Le Corbusier incluye la noción de hecho arquitectónico puntual, como un medio para ordenar el ambiente urbano delineando un nuevo sistema social, en tanto sistema de razón. El edificio es un paralelipípedo compuesto por fachadas flotantes y cubierta plana que se eleva por encima de los cincuenta metros de altura sobre pilotis de concreto armado, tal y como había sucedido veinte años atrás con la Villa Savoye. En cada planta rectangular se distribuyen las unidades residenciales que albergan un total de 1600 habitantes, los cuales cuentan con servicios colectivos de salud, recreación, esparcimiento y, sobretodo, de espacio público a nivel de primer piso y en la terraza jardín para el encuentro con el otro. El gran volumen grisáceo deja de lado, en cierta medida, la imagen aséptica de las villas puristas de impecables muros blancos con las que Le Corbusier inauguró su reflexión por la abolición de lo ornamental y fútil incorporando un nuevo concepto de belleza, para reiterar su preocupación por la posibilidad de participación de la técnica en la arquitectura seriada identificándola como el aporte "matematizante" que facilita que su proyecto de mundo se materialice en una relación de copertenencia entre arquitectura y construcción, donde la primera, por su propia naturaleza, jamás podrá someterse a la segunda, pues aunque la base sobre la cual descansa el sustrato intelectual se hace, fundamentalmente, un hecho material, esto no quiere decir que la praxis arquitectónica pueda ser sometida a consideraciones puramente técnicas o meramente constructivas. Solo si la arquitectura tiene como finalidad al propio ser humano y subordina a ello todo criterio funcional y constructivo entonces dará cuenta de lo que ella realmente es.
En gran medida, la distinción que permite separar la arquitectura de la construcción lleva también a diferenciar la herramienta con la que cada una trabaja. Si históricamente se había considerado que la arquitectura era la más "material de las artes" en virtud de que se creía que su naturaleza residía en la solidez de la piedra o el mármol que daba forma a sus expresiones plásticas centrando la preocupación en la configuración físico-espacial del edificio; con el advenimiento de la modernidad y la separación de lo constructivo en relación con lo proyectual, Le Corbusier trasciende de la noción de arquitectura como el arte que moldea el espacio de manera uniforme definiendo los límites cuantitativos entre interior y exterior, para fijar su postura en una dimensión ulterior que podríamos llamar la experiencia cualitativa del espacio con la que supera la extensión física para convertirla en una forma de conocimiento cualificado.
Si para Le Corbusier los cuatro elementos que participan de la conformación material de los hechos arquitectónicos son el volumen, la superficie, el plan y los trazados reguladores, existe también un "quinto elemento", de doble naturaleza, con el que realmente se configura la espacialidad arquitectónica: el hombre. El llamado que hace Le Corbusier revalida la idea de que la arquitectura moderna es un proyecto de mundo en el cual el ser humano se despliega estableciendo vínculos con la realidad que lo rodea, y construye su experiencia a través de la urdimbre de relaciones que se fundan en la "vivencia del espacio"; en suma, es una apuesta por una existencia humana que propende por superar la permanencia física inclinándose hacia la apropiación de la experiencia del habitar, tal y como la entendía Heidegger en su texto Construir, Habitar, Pensar (1994), donde el hombre se reafirma en el mundo al tomar posesión del territorio, y el lugar es el espacio asible, o lo que en palabras de Le Corbusier (1998, p. 48) sería: "la toma de posesión del espacio (que) crea una armonía indiscutible, suelda la empresa humana a la tierra, y se corona con un alto acontecimiento plástico, arquitectural y urbano de alto alcance emotivo".
Queda establecido, entonces, que esta nueva noción de espacio lleva, sin lugar a dudas, a jerarquizar la arquitectura con respecto a las demás expresiones artísticas, pues, en buena medida, el que esta apele por ser la perfecta expresión de un proyecto de mundo se corresponde con el grado de inmaterialidad del medio expresivo utilizado y, por naturaleza, el espacio es el medio menos material de todos, alcanzando así una preponderancia casi absoluta, tal y como sugiere Cornelis van de Ven (1981, p. 313). Sin duda, la capilla de Notre Dame du Haut en Ronchamp (figura 8) es el edificio con el que Le Corbusier sella esta empresa en los años de la segunda posguerra, época en la que aún sostenía que "Yo no he experimentado el milagro de la fe, pero he vivido con frecuencia el milagro del espacio inefable" 3 (Le Corbusier, 1998). Dicho templo no se corresponde estrictamente con las geometrías primarias de las épocas precedentes, sino que incorpora únicamente tres planos curvos que parten de una planta oblonga, casi trapezoidal, que sutilmente se elevan variando su inclinación hasta rematar en un plano de cubierta alabeada que asciende hacia el sur y el oriente como "abriéndose" con este gesto hacia el paisaje haciendo, a su vez, una apología a la colina sobre la cual se eleva, completando estupendamente la obra maestra, aparentemente inconclusa, de la naturaleza. Ronchamp, así como los edificios lecorbusianos de aquel "tercer momento", establecieron una relación particular, única e indisoluble con el territorio donde se localizaron, con lo que el territorio que otrora había sido simplemente "espacio" se cualificaba para convertirse en "lugar".
La liviandad propia de las nuevas formas curvilíneas que se moldean también en concreto reforzado logra ir "desmaterializando" los requerimientos de tipo físico-corpóreo del edificio en un diálogo respetuoso con su entorno incorporando dicho paisaje como "contenedor ilimitado" de su materialidad de tal modo que figura una armónica relación entre el místico interior creado y la vastedad del exterior natural, participando, así, de la creación de mundo a través de la arquitectura, como anota Montaner (1997, pp. 31-32).
Con Ronchamp, Le Corbusier logra la perfecta correspondencia con las intenciones que subyacen en la imponderable belleza que devela la profundidad óntica, y vincula el hecho material con un entorno que no se presenta inhóspito sino lleno de sucesos sirviendo, así, a la funcionalidad otra como un escenario de posibilidad donde sustentar la existencia humana en virtud de la multiplicidad de opciones de habitar el mundo que el hombre ha creado a su voluntad.
CONCLUSIONES
La arquitectura como proyecto de mundo
En rigor, el proyecto de mundo que Le Corbusier pone de manifiesto a través del movimiento moderno de la arquitectura se funda en entender cómo "poéticamente habita el hombre", es decir, en comprender que la cuestión fundamental de la arquitectura no es otra que el problema humano de "estar" en el mundo, pues es ella quien, sobre otras expresiones de la cultura, está llamada a legitimar los anhelos de una colectividad haciendo "visible", a través de la redefinición del orden simbólico en la materialidad del edificio, la transformación de las relaciones que equilibran el habitar humano. Ahora bien, la reflexión final de la presente investigación es, tal y como lo fue para Le Corbusier en su momento, un nuevo llamado a la sensatez y a la razón donde desde la posición contemporánea se nos permita preguntar, por ejemplo, ¿será que la arquitectura de este tiempo, en el escenario de un mundo multicultural y heterogéneo, debe ocuparse, por encima de todas las sugerentes reflexiones de los defensores del relativismo a ultranza, del hombre común y su necesidad de habitar el mundo en mejores condiciones? Y la respuesta seguramente será afirmativa. ¿Será posible, entonces, que tal vez, solo tal vez, sea oportuno abrir el camino para alentar una modernidad inconclusa, como la entiende Néstor García Canclini (2001), y recomponer lo perdido cuando se ha visto que la enorme preocupación que motivó el levantamiento de esta nueva modernidad, justamente en manos de Le Corbusier, fue precisamente crear un proyecto de mundo correspondiente con el anhelo consensuado de una colectividad en aras de conseguir con ello un poco más de equidad y dignidad humana? Y la respuesta, otra vez, podría ser positiva.
La verdad es que, solo por eso, esta investigación concluye que vale la pena apostarle a un proyecto humanista de mundo, indistintamente que se le llame modernidad apropiada o posilustración moderna, como sugiere Cristian Fernández Cox (1990), la otra arquitectura, como la llama Enrique Browne (1988) o, incluso, la tercera generación moderna como la llama Josep María Montaner (1997), la realidad es que el problema no es nominal, el asunto fundamental que la arquitectura contemporánea está llamada a poner de manifiesto nuevamente es, esencialmente, un problema humano.
NOTAS
1 Hacemos referencia a ello valiéndonos de Lyotard, pues podría parecer que el propósito de aquellos Manifiestos era validar la tesis hegeliana de la llegada al clímax de la historia con sus posturas de corte absolutista y determinista en relación con los problemas del habitar.
2 Frente a la noción de Máquina por Habitar, que tantas críticas le valió a Le Corbusier, refiere a la intención general de arrancar "del corazón y del espíritu los conceptos inmóviles de la casa, y se enfoca la cuestión desde un punto de vista crítico y objetivo, se llegará a la casa-herramienta, a la casa en serie accesible a todos, sana, incomparablemente más sana que la antigua (moralmente también) y bella, con la estética de las herramientas de trabajo que acompañan nuestra existencia".
3 Este artículo fue publicado por Le Corbusier en 1945, la presente cita es de una reedición de la revista española Crítica arquitectónica del año 1998.
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