DOI :http://dx.doi.org/10.14718/RevArq.2014.16.3

ARTÍCULO. CULTURA Y ESPACIO URBANO

Ciudad y compromiso ciudadano en la historia de Occidente.

City and Citizen Commitment in Western History

Carlos Arturo Ospina Hernández*
Universidad Pedagógica y Tecnológica de Colombia, Tunja. Universidad Católica de Colombia, Bogotá (Colombia)

* Derecho, Universidad La Gran Colombia. Filosofía y Educación, Universidad Santo Tomás. Maestría en Historia, Universidad Pedagógica y Tecnológica de Colombia. Candidato a Maestría en Psicología, Universidad Católica de Colombia. Experiencia investigativa en el área de Humanidades y en Psicología de las Organizaciones, Universidad Católica de Colombia. Vinculado al Departamento de Humanidades, Universidad Católica de Colombia. Publicaciones: (2013). La universidad por un nuevo humanismo: propuesta jubilar y encargo indeclinable. En La Educación: camino hacia la excelencia (pp. 5—112). Bogotá, Universidad Católica de Colombia. (2005). Es indispensable definir un concepto de seguridad jurídica desde la Constitución misma. Colombia Alma Mater, 9, 50—59. (1998). La conversación y las riñas de gallos. Nueva Revista Colombiana del Folclor, 5, 129—133.caospina@ucatolica.edu.co

Referencia: Ospina Hernández, C. A. (2014). Ciudad y compromiso ciudadano en la historia de Occidente. Revista de Arquitectura, 16, 16—25. doi: 10.14718/RevArq.2014.16.3

Recibido: octubre 4/2013 Evaluado: julio 7/2014 Aceptado: julio 9/2014


RESUMEN

En este artículo se plantea el problema de la necesidad de contar con una síntesis de la ciudadanía derivada del proceso histórico del compromiso ciudadciudadano en sus diversas manifestaciones, a fin de tonificar la conciencia ciudadana de modo que enfoque la urbe como el entretejido de los ciudadanos y las aspiraciones éticas, políticas, jurídicas y socioeconómicas que solamente la civilidad les puede proporcionar. La investigación está enmarcada en la metodología de historia de las ideas, que consiste en un análisis crítico de las fuentes documentales, a la luz de la doxografía de las ideas en la historia, previamente ordenadas por temas, subtemas y categorías. Los resultados y las conclusiones apuntan a pensar el alcance real del problema de ciudadciudadano, entre otros.

Palabras clave: cultura, política, participación, espacio urbano, globalización.


ABSTRACT

This paper posits the need to have a synthesis on citizenship derived from the historic process of citizen commitment and its different manifestations, in order to tone the citizen consciousness towards an approach where the city knots the citizens together, and the ethical, political, legal and socioeconomical aspirations that only civility could provide for them. The framework of the research is the methodology of the history of ideas, which consists on a critical analysis of source documents in the light of the doxography of ideas in history that were previously ordered by topics, sub—topics, and categories. The results and conclusions point towards thinking the real scope of the citycitizen problem, among others.

Key words: Culture, politics, participation, urban space, globalization.


INTRODUCCIÓN

Este artículo es parte de los resultados del trabajo de investigación titulado "Historia de la Cultura Ciudadana en Bogotá", realizado en la Maestría en Historia de la Universidad Pedagógica y Tecnológica de Colombia, en Convenio con la Universidad Católica de Colombia. Se vincula al grupo de investigación Philosophiae Personae de la Universidad Católica de Colombia, en la línea de investigación Educación, Ética y Política.

Los procesos de transformación que se suscitaron en Bogotá durante las administraciones de Jaime Castro, Antanas Mockus y Enrique Peñalosa merecieron la elaboración de un "Estudio historiográfico de carácter panorámico" de ese proceso de ciudad—cultura ciudadana en Bogotá, que se dio entre los años 1991—2003, donde se plantea el siguiente problema de investigación: cómo se construyóuna nueva ciudad, cada vez más abierta a la participación ciudadana, con la interiorización y asimilación de conceptos como ciudadano. Este artículo, producto de dicha investigación, se propone repasar el recorrido histórico de la ciudad y el compromiso ciudadano en la historia de Occidente, para verificar cómo se está generando la oportunidad de una síntesis saludable de la comprensión y el encuentro con el sentido de la ciudadanía en el ordenamiento social y político.

La historia del proceso ciudad—compromiso ciudadano interesa para entender el protagonismo de la ciudad como factor clave para la convivencia, el fortalecimiento de la democracia, el bienestar, la cultura, la educación, la economía, la política, la justicia, la creatividad, la participación ciudadana y, en general, para la robustez del tejido social.

Importa aún más en el contexto posmoderno,que requiere un enfoque actualizado de la ciudad y del ciudadano, como bien lo anota Néstor García Canclini (1995), que consiste en pensar al ciudadano actual más como habitante de la urbe que de la nación, pues la modernidad lo centróen el Estado—nación y como simple actor electoral.

La investigación referida aportólos siguientes aspectos:

En su campo específico, la ciudad se concibe cada vez más como un espacio simbiótico (poder político—sociedad civil) y simbólico (que integra culturalmente y da identidad colectiva a sus habitantes y que tiene un valor de marca o de cambio hacia el exterior); se convierte en un ámbito de respuestas posibles a los retos económicos, políticos y culturales de nuestra época (Borja y Castells, 1999).

Desde la historia social, que no debe desligarse de lo político, Hobsbawm (1998) señala los indicadores para trabajar la ciudad. Es en esencia un conjunto de seres humanos que viven juntos de una manera determinada, como resultado de un proceso característico de la urbanización en las sociedades modernas.

Los problemas técnicos, sociales y políticos de la ciudad surgen esencialmente de las interacciones de masas de seres humanos que viven en estrecha proximidad unos con otros; incluso las ideas sobre la ciudad (en la medida en que no es un simple decorado para exponer el poder y la gloria de algún gobernante) son aquellas en las cuales los hombres ( a partir del libro del Apocalipsis) han tratado de expresar sus aspiraciones sobre las comunidades humanas. Además, en siglos recientes se han planteado y puesto de relieve los problemas del cambio social rápido en la ciudad, más que en cualquiera otra institución.

Luis Jorge Garay (2000) cita un artículo de Kymlicka y Norman titulado "El retorno del ciudadano. Una revisión de la producción reciente en teoría de la ciudadanía", donde los autores señalan: "En 1978 era posible afirmar confiadamente que el concepto de ciudadanía había pasado de moda entre los pensadores políticos. Quince años más tarde, ciudadanía se ha convertido en una palabra que resuena a todo lo largo del espectro político" (p. 5).

En su libro, Peter Burke (1991) incluye el ensayo "Historia del pensamiento político", de Richard Tuck, que corrobora lo anterior, en los siguientes términos:

La nueva historia del pensamiento político era, pues, la contrapartida de la nueva filosofía política del mundo anglosajón de 1970 y 1980: había transferido la carga de educar a los ciudadanos en los valores políticos a los pasillos de la universidad y a los despachos de los filósofos que, una vez más, estaban dispuestos a asumirla (p. 250).

De ese modo, las ciudades se han convertido en grandes actores políticos durante los tiempos de la globalización, y el compromiso ciudadano ha alcanzado unas dimensiones impensables en relación con lo que era hace unos veinte años atrás.

METODOLOGÍA

El método empleado en la investigación está enmarcado en la metodología de historia de las ideas, que consiste en un análisis crítico de las fuentes documentales, a la luz de la doxografía de las ideas en la historia, previamente ordenadas por temas, subtemas y categorías. Este método condujo a realizar este trabajo de investigación en función del eje ciudad—compromiso ciudadano. Es de advertir que no se pretende nada diferente de aportar un enfoque, entre otros, sobre el tema historiografiado.

Las categorías a partir de las cuales se construye la investigación son: ciudad, ciudadano, cultura, política, ética. Entre las subcategorías están: polis griega, Roma, ciudad medieval, ciudad hispánica, ciudad moderna y ciudad en los tiempos de la globalización.

RESULTADOS

La polis

Así como el pensamiento occidental se identifica con Grecia, la vida política de Occidente lo hace con la polis. Pensadores griegos como Platón y Aristóteles enfocan la polis como el escenario ideal para que la humanidad logre sus más elevados fines.

Platón (428—347 a. C.), refiriéndose al Estado, dice que "los hombres dan a esta morada el nombre de Ciudad". Copleston (1999, p. 231), aun cuando plantea el origen de la misma en función de la organización del trabajo, también considera que no es este propiamente su fin, sino el de velar por la felicidad mediante la justicia, lo cual hace indispensable la educación; por eso los que la rigen deben saber qué es lo realmente verdadero y bueno, es decir, deben ser filósofos.

Figura 1: El Ágora —Grecia Fuente: Camilo Andrés Gómez.

Para Platón, la justicia consiste en que cada ciudadano se ocupe en la tarea que le corresponde, sin interferir en la de los demás; así, la polis es justa y conforme a derecho cuando todas las clases e individuos que la componen cumplen con sus cometidos.

Aristóteles (384—322 a. C.), en Politeia, plantea: "El simple ciudadano con nada se define mejor que con la participación (en el ejercicio de los poderes) de juez y en el gobierno" (1989, p. 44). También dice que la participación en la polis ha de depender más de quienes realicen una justicia en el sentido de llevar a cabo acciones que contribuyan a afianzar la comunidad, que de justicias parciales debidas a la fortuna u otros aspectos particulares. Conviene en que el ciudadano es quien comparte por parejo el gobernar y ser gobernado, lo cual es distinto según cada politeia1; y en el perfecto sentido, el ciudadano es aquel que puede ser gobernado y gobernar en vista de una vida según virtud.

Se podría afirmar que el pensamiento de estos dos grandes filósofos se aproxima a una concepción ética de la polis donde las estructuras jurídicas, económicas, políticas y sociales deben ordenarse a generar cada vez mayores espacios para que sea posible la virtud ciudadana.

No obstante, aun cuando el compromiso real de los ciudadanos con la polis sufrióun sinnúmero de altibajos, se puede afirmar que le aportóa Platón y Aristóteles el panorama para explicitar hasta dónde debía manifestarse ese compromiso de un modo satisfactorio. Bien lo afirma Werner Jaeger (1992) en su obra Paideia: los ideales de la cultura griega:

Para nosotros, la aceptación consciente de la antigua ética de la polis por la ética filosófica posterior y el influjo que a través de ella ejerciósobre la posteridad, es un proceso perfectamente natural de la historia del espíritu. Ninguna filosofía vive de la pura razón. Es solo la forma conceptual y sublimada de la cultura y la civilización, tal como se desarrolla en la Historia. En todo caso, esto es cierto para la filosofía de Platón y Aristóteles. No es posible comprenderlas sin la cultura griega ni la cultura griega sin ellas.

El tránsito histórico mediante el cual la filosofía del siglo VI a. C. acepta la ética de la polis antigua y su ideal humano, halla su exacta analogía en el tiempo del nacimiento de la cultura de la polis. También esta ha aceptado para sí los estadios precedentes de la moralidad. No solo se apropióla areté2 heroica de Homero, sino también las virtudes agonales3, la herencia entera de los tiempos aristocráticos, tal como lo hizo en su tiempo la educación espartana del Estado, dentro de lo que nos es dable conocer. La polis animaba a sus ciudadanos a competir en los juegos olímpicos y en otras luchas, y premiaba con los más altos honores al linaje del vencedor. Con el crecimiento del sentimiento de solidaridad de la población entera, sirvióad maiorem patriae gloriam. Del mismo modo que en las luchas gimnásticas, participaba la polis, mediante el arte. Creóla isonomía4, no solo en la esfera del derecho, sino también en los más altos bienes de la vida que había creado la cultura noble y se convertía ahora en patrimonio común de los ciudadanos (Jaeger,1992, p. 111).

La ciudad romana

Roma fue un centro de poder estructurado jurídica, religiosa y militarmente. Desde la fisonomía de la ciudad en la antigüedad Roma se constituyóde la siguiente manera: una religión antiquísima había fundado al principio la familia y después la ciudad, estableciendo primero el derecho doméstico y el gobierno de la gens, y, en seguida, las leyes civiles y el gobierno municipal. El Estado se hallaba íntimamente ligado con la religión, de quien procedía confundiéndose con ella. Por eso, en la ciudad primitiva se desconocía la libertad individual, por lo que el individuo no podía sustraer ni su propia conciencia a la omnipotencia de la ciudad. El Estado había quedado encerrado en los muros de la población, sin haber podido nunca traspasar el límite que al fundarse l e habían trazado sus dioses nacionales. Cada ciudad tenía no solo su independencia política, sino también su culto y su código, siendo municipal su religión, su derecho y su gobierno. La ciudad era la única fuerza viva, y nada había encima ni debajo de ella; ni unidad nacional ni libertad (Fustel de Coulanges, 1998, p. 308).

Nuevas creencias y sucesos materiales trastocaron ese orden: la aparición de los filósofos y la conquista romana (Fustel de Coulanges, 1998, p. 309). La aparición de los filósofos influyóen la desacralización de la ciudad y contribuyóa que se amara la patria por sus leyes, sus instituciones, los derechos y la seguridad que dispensaba a sus compatriotas. Esta situación generóque cada individuo considerara más respetable su opinión que la patria, y prefiriera el triunfo de su partido a la grandeza y la gloria de su ciudad.

La Roma antigua era una confederación en donde se mezclaban distintas razas y nacionalidades: latinos, etruscos, sabelios y griegos. Su culto nacional era una mezcla de muchos cultos, y su hogar una asociación de muchos hogares, siendo la única ciudad cuya religión municipal no la aislaba de las demás, puesto que tenía relaciones de parentesco con toda Italia y con toda Grecia, y no había casi pueblo alguno a quien no pudiera admitir en su hogar. Era hábil para unirse por medio de los lazos del culto y de la sangre, desplegando gran interés en adquirir el connubium con todas las ciudades y demostrando que conocía la importancia de aquel lazo, en el hecho de no querer que las demás ciudades a ella sometidas ejercieran el mismo derecho entre sí (Fustel de Coulanges, 1998, p. 322).

Roma fue la única ciudad que supo aumentar su población por medio de la guerra, con una política desconocida para todo el resto del mundo grecoitaliano, que consistía en anexar todo pueblo que vencía. Convertía poco a poco los vencidos en romanos, y, al mismo tiempo, enviaba colonos a los países conquistados, extendiendo de este modo su influencia porque sus colonos, aun conformando ciudades distintas, conservaban comunidad religiosa con la metrópoli, y esto bastaba para quedar políticamente subordinados a ella, obedeciéndola y ayudándola en todas sus guerras. Roma conquistaba los dioses de los vencidos y no les daba los suyos, guardando para sí sus manes protectores y trabajando para aumentar su número, porque tenía interés en poseer más cultos y más dioses tutelares que cualquier otra ciudad.

Figura 2: El Foro—Roma Fuente: Camilo Andrés Gómez.

Mientras por la religión las otras ciudades se habían aislado, Roma tuvo el acierto de emplearla en asimilarlas y dominarlo todo.

El cambio de mentalidad que introdujeron los filósofos también generóuna apertura de las demás ciudades hacia las instituciones romanas, lo cual hizo más eficaz la expansión de Roma.

De edad en edad, la ciudad romana se desarrollóasí: al principio solo estaba formada por patricios y clientes; luego hizo su entrada en ella la clase plebeya; más tarde los latinos, los italianos y, por último, los coloniales. Esto explica que no bastando la conquista para verificar un cambio tan grande, había sido necesaria una transformación lenta de las ideas, además de concesiones prudentes pero continuas de los emperadores, acomodadas en aquel sentido a los intereses individuales. Entonces las ciudades desaparecieron poco a poco, y la ciudad romana, la última que quedaba en pie, se transformóhasta convertirse en la reunión de una docena de grandes pueblos bajo un solo dominador; así cayóel régimen municipal (Fustel de Coulanges, 1998, p. 341).

Visto lo anterior, nos encontramos con una Roma que teje todo un imperio jurídico que encadena a los habitantes de los demás pueblos y ciudades al ideal de ser ciudadanos romanos, a costa de su nativa ciudadanía, lo cual descubre un panorama de relación más pragmática que ética del compromiso ciudadano.

La ciudad medieval

La ciudad medieval surge del choque entre el imperio romano y las tribus bárbaras, y el advenimiento del cristianismo.

En los cinco siglos anteriores al cristianismo dejóde ser tan íntima la alianza entre la religión, el derecho y la política, pues los esfuerzos humanos se concentraron en una emancipación de la antigua religión en la que ya no se tenía fe (Fustel de Coulanges, 1998, p. 342).

El cristianismo revivióel sentimiento religioso en función de un Dios único; de una religión universal, separada del Estado, distinguiendo lo temporal de lo espiritual; inculcando deberes de justicia y benevolencia para con el extranjero y el enemigo; haciendo valer la libertad individual al defender la emancipación del alma; elevando a Dios, a la familia y a la persona humana sobre la patria, y al prójimo sobre el conciudadano; preocupándose más por los deberes de los hombres que por sus intereses. El padre perdióel poder absoluto sobre sus hijos y la mujer llegóa ser moralmente igual al marido (Fustel de Coulanges, 1998, p. 348).

Todo lo anterior condujo a una reformulación necesaria del Estado y de las leyes que abrióel camino de la ciudad medieval.

Según R. H. Barrow, en cierto sentido, la ciudad medieval comenzócon la ciudad romana, pues cuando en esta la idea de ciudadanía se había olvidado, los municipios ya no gozaban de una vida civil apreciable, solamente soportaban las cargas de la contribución, y los hombres empezaron a encontrar en el seno de la Iglesia cristiana el sentido de la ciudadanía que ya no les ofrecían ni Roma ni los municipios (1970, p. 195).

En los primeros tiempos de la República, cuando los plebeyos pidieron un defensor, obligaron a los patricios a crear el tribunado con el fin de proteger sus intereses. Y en el siglo V, cuando el Estado romano se configurócomo el amo universal, los oprimidos encontraron de nuevo protección, no en el magistrado del Estado, sino en los obispos de la Iglesia.

La petición popular imponía el cargo de obispo a hombres de su elección. Ambrosio, obispo de Milán, ni siquiera estaba bautizado cuando fue obligado por la multitud a asumir ese cargo. Las cartas de hombres como san Ambrosio y san Agustín demuestran claramente la obra de los obispos. Se oponían a la tiranía oficial, se enfrentaban a los gobernadores provinciales, con quienes personalmente mantenían a menudo relaciones amistosas, gestionaban asuntos ante el emperador, eran los árbitros en las disputas, y guiaban y protegían a su grey en todas las dificultades que se les presentaban. Fue entonces cuando la Iglesia se transformóen la fuerza principal contra la pobreza y el dolor; era la institución que proporcionaba hospitales, escuelas, orfanatos y todo género de obras de asistencia social.

Con todo lo anterior rescataba a la persona, aun cuando la sociedad era esclava del Estado. El obispo, elegido por los habitantes de la ciudad, asumiólas funciones del magistrado, que por ese entonces no era más que un instrumento del gobierno, a pesar suyo.

Sin embargo, la cultura greco—romana se cultivaba por la aristocracia rural que contaba entre los galos con una importante academia en Burdeos, y dentro de la misma Iglesia cristiana, donde llegóa existir una división de opiniones al respecto, pues un personaje como Tertuliano era partidario de destruir todo lo pagano y Clemente de Alejandría hablaba de "despojar a los Egipcios". Pero a la altura del siglo V, la retórica romana encontróuna nueva salida en los sermones y en los tratados teológicos, además del género epistolar en el cual se destacaron San Jerónimo y San Agustín.

Figura 3: Plaza y calle Medieval. Fuente: Camilo Andrés Gómez.

En el año 410, Alarico, rey de los godos, invadióItalia, capturóa Roma y se retiró. La conmoción ante tal hecho indujo a una polémica entre los seguidores de los dioses paganos, quienes alegaban el abandono de su culto como la causa de la tragedia, y los cristianos con san Agustín a la cabeza.

En el año 413, san Agustín comenzóa escribir Ciudad de Dios, que culminóen el año 426; la obra se dio a conocer por partes en diferentes fechas. San Agustín, que admiraba el carácter romano y la obra de Roma, refuta que estos sean el producto de la antigua religión. En Ciudad de Dios hace un resumen de las diversas clases del concepto de bien que las diferentes filosofías del mundo clásico proponían y que apuntaban a la felicidad, que para unas residía en la virtud, para otras en los placeres y para otras en la satisfacción de las necesidades elementales, y así sucesivamente. Él, en cambio, responde en la Ciudad de Dios que la vida eterna es el sumo bien y que la muerte eterna es el sumo mal.

En ese punto se traza un meridiano entre el cristianismo y la religión greco—romana. Lo que los cristianos critican del pensamiento pagano es que consideren que el hombre se basta a sí mismo. No se trata de asegurar la buena voluntad de los dioses para lograr lo que el hombre desea, sino de cumplir la voluntad de Dios.

San Agustín fue el último gran hombre de la antigüedad; cuando murió, en el año 430, los vándalos estaban invadiendo África y se encontraban a las puertas de Hipona. No obstante, esos bárbaros encontraron una civilización que podían comprender y apreciar, de hecho la absorbieron, dando origen a la cristiandad medieval cuyas ciudades fueron coronadas por altas torres que apuntaban a la eternidad, y donde los obispos y los príncipes se inspiraban en el Evangelio.

Es conveniente tener en cuenta lo afirmado por Arnold Hauser (1962) en el sentido de que la unidad de la Edad Media como periodo histórico es artificial, por dividirse en tres tiempos independientes: feudalismo, de economía natural (Alta Edad Media), caballería cortesana (Plena Edad Media), y burguesía ciudadana (Baja Edad Media) (p. 137).

De acuerdo con lo anterior, nos encontramos después de la caída del Imperio romano con un retroceso de la ciudad que llegóa su punto crítico en el siglo VIII, pero que se empieza a superar más tarde, dándose un renacer urbanístico entre los siglos X y XII. Durante esa época priman los vínculos de señorío—vasallaje en un contexto agrario que distingue como ciudadano a quien habita en los burgos o ciudades y está excluido de ese tipo de lazos.

El monasterio fue, por su sentido comunitario, disciplina y espíritu de trabajo, modelo y centro de influencia del espíritu urbano en esos tiempos. La ciudad medieval puede describirse como una estructura colectiva centrada en torno a edificios religiosos (Ortiz, 1981, p. 695).

El típico corporativismo medieval revela la fuerte tendencia asociativa de la Edad Media. Aparte de las asociaciones religiosas, el modelo más extendido de asociación fue el gremio, cuya aparición coincide con el rebrote del urbanismo de los siglos X y XI; estos se dividieron en dos grandes bloques artesanales y comerciales (Ortiz, 1981, p. 706).

Para Henri Pirenne, el mercado fue la causa directa de la reconstrucción urbana; para otros fue solo un factor aglutinante que echólos cimientos de una corporación económica ciudadana, originando así el sentido de la corporación. La interacción entre lo económico y lo sociológico parece evidente en este tipo de ciudad (1972, p. 28).

El fuero se convierte en factor central de seguridad jurídica en esa ciudad, representa un paso de la relación jerárquica hacia el contrato, el hecho de vivir en una de esas ciudades corporativas liberaba de toda servidumbre. La libre asociación como elemento básico de la comunidad urbana reemplazaba así los lazos de sangre y suelo del vasallaje.

Es indudable que el compromiso ciudadano en la Edad Media puede percibirse como una relación sagrada del hombre con el hombre, bajo la influencia de los postulados evangélicos, que va transitando de los lazos del señorío en el feudo, a la conciencia de la comunidad urbana amparada en el fuero.

La ciudad del Renacimiento

La ciudad del Renacimiento estaba orientada al poder, a las riquezas y al refinamiento. Fue mercantil y los grandes centros del comercio marítimo como Génova y Venecia, de finanzas como Florencia y Milán, eran los focos del renacer europeo en los siglos XV y XVI. Coincidieron con el hecho de que los descubrimientos ultramarinos gestados por España y Portugal desplazaron al Mediterráneo como centro del mundo.

Esas ciudades fueron gobernadas por dinastías o familias y constituyeron Ciudades—Dinastía—Estado, donde el poder se concentraba en un magnífico déspota, un mesurado tirano o un simple tiranuelo, más o menos ilustrados y más o menos brutales (Monlau, 2002, pp. 56—75).

Las permanentes luchas internas que caracterizaron esas ciudades en la Baja Edad Media tuvieron como resultado el ascenso al poder de quien fuera capaz de conquistarlo, bien se tratara de un condottiero —jefe de mercenarios— o un rapaz banquero, los que, a su turno, daban origen a una dinastía hereditaria.

Ellos, a su vez, cultivaban el esplendor y el arte en sus respectivas urbes. Las oligarquías se distinguían con su estilo de vida de los demás ciudadanos. La nobleza se desplazódel campo a la ciudad y se emparentócon la burguesía, atraída por las riquezas que el mercado les había proporcionado.

La burguesía impuso sus estilos urbanos. Solo Roma y Nápoles se sustrajeron de esa influencia porque allí la nobleza conservósu papel preponderante.

La vida tuvo su principal escenario en la calle, en los atrios de las iglesias y en las plazas.

Desde funerales y bodas hasta ejecuciones de condenados, y todo tipo de celebraciones de los poderosos, tuvieron lugar al aire libre y a la vista de todos. Prostitutas, soldados y mendigos, eclesiásticos y altivas señoras se entrecruzaban en las calles donde abrían sus puertas tiendas, tabernas, bancos, talleres, casas de juego e iglesias. La actividad constructora no paraba en esos tiempos.

Al no existir separación física entre los barrios burgueses y populares, las más diversas edificaciones coexistían a imagen y semejanza de las distintas clases sociales. Los carnavales igualaban a todos en ficticia y efímera hermandad.

Lo anterior no impedía que se dieran explosiones sociales como la revuelta de los Ciompi en Florencia durante 1378, que enfrentóa los trabajadores del paño, bataneros y tejedores con el patriciado de la ciudad.

Pero, en términos generales, las inapelables decisiones de los dueños del poder mantuvieron todo bajo control.

La ciudad renacentista se puede apreciar como un calderón donde se entretejen rasgos humanísticos entramados con la riqueza y el poder, lo cual conduce a un compromiso del ciudadano en términos asociativos y de defensa de la ciudad. Los ciudadanos se relacionaban estrechamente con la ciudad que los requería de manera constante para su defensa y gobierno.

Figura 4: Ciudad del Renacimiento. Fuente: Camilo Andrés Gómez.

La teorización de esa forma de autogobierno ciudadano arraigóen las ciudades—dinastía—Estado del Norte de Italia y generóun lenguaje político específico, el del humanismo cívico, cuya evolución hacia el republicanismo puede rastrearse en los siglos posteriores (Colom, s. f., p. 1).

El humanismo florentino constituye un primer hito en ese sentido al asociar la formación del juicio político del ciudadano con la del carácter cívico. El par conceptual virtus—fortuna, tomado de la tradición clásica, ocupa un lugar clave en el desarrollo del lenguaje político republicano. Asimilada a la areté griega, la virtus romana formaba parte originalmente del ethos de una élite política y militar. Con ella se designaba la cualidad carismática propia de quien es capaz de doblegar en su favor los avatares de la fortuna. Por extensión, la virtus implicaba la capacidad de un individuo o grupo para actuar de forma certera y efectiva en un contexto cívico. Tras el giro semántico impreso por el humanismo florentino, la virtú pasóa constituir el principio vital de la ciudadanía, el impulso animador de la vita activa, un compromiso de lealtad cívica con el que acometer colectivamente los inciertos designios de la fortuna y permitir que la república se adueñase de su destino. La función militar se convirtióasí en un atributo esencial de la ciudadanía; la posesión de armas y su disposición a ponerlas al servicio de la república potenciaba el ejercicio de la responsabilidad cívica y convertía definitivamente al sujeto en ciudadano (Colom, s. f., p. 7).

El compromiso ciudadano con la ciudad renacentista es, en esencia, virtus—fortuna, es decir, una buena dosis de civismo en un mar de pragmatismo ordenado a la riqueza y al poder.

La ciudad moderna

La ciudad renacentista abrióel paso a una ciudad posterior, la capital barroca del palacio y la corte (Álvarez, 1981, pp. 707). La ciudad moderna se ordenódefinitivamente al poder absolutista.

Se afirma a menudo, que la pólvora acabódefinitivamente con la independencia de las ciudades. Desaparece la muralla y la ciudad se ordena a un complejo esquema geométrico, supeditado al poder de la monarquía absoluta que construyóen el siglo XVI la ciudad barroca la cual, concebida al servicio del esplendor, hizo abstracción de la topografía, la conveniencia de los habitantes o cualquier obstáculo a la ejecución del plano. Es la ciudad destinada a la gloria de sus monarcas, que generóun radical desequilibrio del poder, al hacer abstracción no solo de los cuerpos intermedios sino del ciudadano.

Es de anotar el debilitamiento del compromiso ciudadano en este tipo de ciudad y, por consiguiente, la fragilidad de la misma.

La ciudad hispánica

Esta ciudad se origina en el sistema colonizador usado por los españoles. La ciudad indiana podría serlo al establecer el Cabildo, y su fundación se realizaba con la designación hecha por el fundador de los primeros alcaldes y regidores, quienes tenían la facultad de elegir a sus reemplazos (Mayorga, 2002, p. 147).

Desde la Alta Edad Media, los reyes otorgaban fueros o cartas pueblas mediante cédulas reales a las ciudades. En las Siete Partidas de Alfonso X el Sabio se enuncian las facultades derivadas del fuero: "Sede de obispo o arzobispo; Cabildo o Ayuntamiento propio elegido anualmente por cooptación, constituido por dos alcaldes o jueces, 4, 6, 8 o más regidores, escribano público y de Cabildo, procurador, alguaciles y otros funcionarios menores" (Corradine, 2002, p. 147).

Entre 1520 y fines del siglo XVI los españoles fundaron la gran mayoría de las ciudades y asentamientos de América Hispana construidos durante el periodo colonial, entre ellos casi todos los que actualmente tienen importancia nacional e internacional. Durante la Colonia, el centro "nacional" estuvo en Europa. Los grandes centros político—administrativos de la Colonia — México y Lima, en segunda instancia Buenos Aires y Bogotá, Santiago, Quito y Guatemala— fueron centros intermediarios entre la política imperial de España y el sistema productivo — minero o agrícola—ganadero— de sus territorios (Hardoy, 1999, p. 104).

Después de muchos años de experimentar con concesiones y otras formas de administración colonial, en la segunda mitad del siglo XVI, España establecióel sistema definitivo de gobierno para la Nueva Granada. El territorio era gobernado por el rey y sus consejeros desde España; el cuerpo consultivo más importante era el Consejo de Indias, cuyos miembros servían simultáneamente como tribunal administrativo, órgano legislativo y corte de apelación. En el lado americano, las más altas autoridades eran los virreyes españoles, cada uno de los cuales disponía de una Audiencia con funciones casi comparables (en menor escala) a las del Consejo de Indias en España (Bushnell, 1999, p. 32).

Bajo el nivel de los virreinatos, las capitanías generales y presidencias había divisiones territoriales más pequeñas que se denominaban genéricamente provincias, cada una con su respectivo gobernador (pudiendo variar el título). El escalón más bajo del sistema político lo constituían los órganos de gobierno locales, principalmente los cabildos o consejos municipales. Los miembros del Cabildo eran elegidos de manera no democrática, pero eran residentes locales, bien españoles o bien criollos. "El Cabildo era la única institución del gobierno colonial que tenía cierto carácter representativo" (Bushnell, 1999, p. 35).

Bogotá, la más aislada de las capitales virreinales, era una ciudad mucho menos atractiva — no opacaba a ciudades menores ni las privaba de sus riquezas y talentos— como, por ejemplo, Lima y Buenos Aires. El perfil moderno de Colombia como país de múltiples centros urbanos, cada uno con vigorosa vida propia, proviene de la época colonial (Bushnell, 1999, p. 37).

El engranaje del ciudadano en la ciudad hispánica se concentraba en su papel de poblador y de conservador de lo poblado dentro de una estructura de poder que descendía de la metrópoli, por sucesivos organismos intermedios, hasta la localidad. Su carácter de poblador de un nuevo mundo y de guardián de lo poblado lo enlazaba fundamentalmente a la categoría ética del honor.

La ciudad del Estado—nación

La ciudad del Estado—nación es contractualista5 por origen y por esencia.

Las revoluciones francesa y americana a finales del siglo XVIII, y las de independencia en Hispanoamérica a comienzos del siglo XIX, al depositar en el pueblo no ya solo el origen de la soberanía, como hicieran las antiguas doctrinas contractualistas, sino también el ejercicio de la misma, recuperaron la ciudadanía como principio igualitario de pertenencia a una comunidad política (Colom, s. f., p. 4).

La ciudadanía, en su acepción moderna, vino a subsumir los principios de la igualdad ante la ley, del derecho a la participación política y del sometimiento a un modelo territorial de dominación, configurándose como una nueva ciudadanía nacional (Colom, s. f., p. 5).

El Estado nacional se constituyóen la forma política bajo la que ha sido posible conciliar el principio liberal del Estado de derecho con el principio democrático de la soberanía popular (Colom, s. f., p. 11).

El camino para construir el Estado—nación supuso una ampliación de las bases sociales del poder político, ya que su ejercicio pasóa cobrar un carácter territorial y a depender de unos aparatos administrativos centralizados. También supuso la génesis de una nueva identidad colectiva cuya simbología no podía ya derivarse de los grupos tradicionales de parentesco o estatus. En este proceso, las ideologías nacionalistas desempeñaron un papel decisivo, ya que contribuyeron al trasvase de lealtades desde el ámbito local hacia las nuevas entidades nacionales (Colom, s. f., pp. 12—13).

La democracia ateniense y el humanismo renacentista asociaban la participación activa e igualitaria en la cosa pública no solo con la calidad de la misma, sino también con la formación del carácter y del juicio político de los sujetos. Por el contrario, las ciudadanías nacionales que surgen a partir del siglo XVIII son indisociables de las dimensiones interna y externa de la soberanía estatal: atañen a la jurisdicción de los Estados sobre sus ciudadanos y a la protección de los intereses nacionales frente a los demás Estados (Colom, s. f., p. 14).

Lo paradójico es que, siendo en su origen una categoría política de raíz democrática y universalista, la ciudadanía en esos casos institucionaliza de hecho la particularidad y moralmente, mediante exhortaciones éticas como el patriotismo, puede llegar a transformar la abnegación individual en egoísmo colectivo (Colom, s. f., p. 14).

El compromiso ciudadano en la ciudad del Estado—nación se concentra en la sujeción a las leyes, concebidas dentro de un marco positivista.

La ciudad industrial

La ciudad industrial tiene como norte la producción.

Esta ciudad se ordenóa la mina, la fábrica o el ferrocarril. Charles Dickens la denominóCoketown. La base de la convivencia sociopolítica de esa nueva urbe que se perfilóentre 1800 y 1900, se asentóen tres pilares: abolición de las corporaciones laborales y estado de permanente inseguridad para la clase trabajadora; mercado sin límite ni regulación en régimen de libre competencia en lo atinente a mercancías y mano de obra; un colonialismo salvaje para acceder a las materias primas (Álvarez, 1981, p. 707).

Esta ciudad se ordenóa la mina, la fábrica o el ferrocarril. Charles Dickens la denominóCoketown. La base de la convivencia sociopolítica de esa nueva urbe que se perfilóentre 1800 y 1900, se asentóen tres pilares: abolición de las corporaciones laborales y estado de permanente inseguridad para la clase trabajadora; mercado sin límite ni regulación en régimen de libre competencia en lo atinente a mercancías y mano de obra; un colonialismo salvaje para acceder a las materias primas (Álvarez, 1981, p. 707).

Por su complejidad, esta ciudad ha tenido que superar serios problemas políticos y sociales como de higiene, vivienda, servicios públicos, espacio público, seguridad y convivencia, competitividad frente a los mercados locales y mundiales, participación y compromiso ciudadano.

En la complejidad de esta nueva ciudad se acentúa el dinamismo social señalado por Hobsbawm: "en siglos recientes ha planteado y puesto de relieve los problemas del cambio social rápido más que cualquier otra institución" (1998, p. 96).

El compromiso ciudadano en la ciudad industrial se ha centrado en la relación laboral, sociedad del bienestar y en el modo tributario.

La ciudad en los tiempos de la globalización

Esta ciudad se ha caracterizado por su apertura a las leyes del mercado, pero también por una privatización de lo público y una responsabilidad de lo privado por el interés público, mediante una educación ciudadana.

La caída del muro de Berlín (1989), el desmonte de la Unión Soviética (1991), la pujanza del neoliberalismo anglosajón, y los límites fiscales y políticos de los Estados de bienestar europeos (1988), se encuentran en el origen por la justificación del espacio vacante creado por el "repliegue" del Estado en la sociedad civil, lo cual ha conducido al actual debate sobre la ciudadanía (Colom, s. f., p. 21).

Las consignas de desregulación económica, privatización del sector público y reajuste de las prestaciones sociales del Estado se han visto acompañadas por una reivindicación de las capacidades de la propia sociedad para protagonizar sus procesos de integración moral, política y económica (Colom, s. f., p. 22). Esto requiere de una educación ciudadana que hace al habitante responsable del interés público (Sudarski, 1996, p. 44).

El compromiso ciudadano en la ciudad globalizada pone en juego todos los factores jurídicos, pragmáticos, culturales y éticos que están patentando, sin lugar a dudas, una nueva ciudad y una nueva ciudadanía.

DISCUSIÓN

Históricamente, se ha dado en Occidente una relación entre la ciudad y el compromiso ciudadano que se ha convertido en el sello de esta civilización, cuya síntesis retrata las dimensiones que debe alcanzar una verdadera ciudadanía:

En la polis griega se destacóla expresión de la realidad cultural y política de una humanidad y un compromiso ciudadano ordenados a lo ético.

Roma tejióun imperio jurídico alimentado por el ideal de ser ciudadano romano, y allí se dio una relación más pragmática y jurídica que ética del compromiso ciudadano.

Durante la Edad Media, el compromiso ciudadano correspondióa una relación sagrada, inspirada en el Evangelio, del hombre con el hombre, que pasódel pacto feudal de vasallaje a la conciencia de la comunidad urbana amparada en el fuero.

En la ciudad del Renacimiento, el compromiso ciudadano fue en esencia virtus—fortuna, una buena dosis de civismo y pragmatismo ordenados a la riqueza y al poder.

La ciudad moderna fue una expresión del poder absolutista, que debilitóel compromiso ciudadano.

La ciudad hispánica correspondióal compromiso de poblar y de conservar lo poblado, regida desde la metrópoli por sucesivos organismos intermedios y enlazados a la categoría ética del honor.

El compromiso ciudadano en la ciudad del Estado—nación se sujetóa leyes inspiradas en un pacto social expresado en una Constitución.

El compromiso ciudadano en la ciudad industrial se expresóen una relación laboral y de producción, la sociedad del bienestar y en el modo tributario.

En la ciudad globalizada, el compromiso ciudadano se ha expresado en una síntesis de contenidos que apuntan a una nueva ciudad y una nueva ciudadanía donde las urbes han pasado a ser actores políticos.

A partir de este proceso histórico se evidencia que el fenómeno del compromiso ciudadano no se ha dado por generación espontánea, sino que ha sido un bien social que se capitaliza a lo largo de los siglos, cuando las sociedades se muestran interesadas en perfeccionarlo, aunque muchas veces lo han tenido que rescatar del olvido. Se ha dado un proceso que, lejos de ser rectilíneo y sincrónico, ha sido diacrónico y con altibajos, de acuerdo con los cambios estructurales propios de cada época.

Lo anterior ha implicado también que la humanidad, cuando se olvida del compromiso ciudadano, ha entrado en serias dificultades, limitando las posibilidades del ejercicio participativo y democrático, como también de la propia conciencia de la dignidad humana.

En la investigación sobre cultura ciudadana se observa cómo en Bogotá, que ha tenido como uno de sus componentes centrales el compromiso ciudad—ciudadano, las administraciones Castro (1992—1994), Mockus (1995—1997 y 2001—2003) y Peñalosa (1998—2000) trabajaron en esa dirección en la ejecución de sus programas de gobierno y en un plan de desarrollo establecido desde la administración Castro proyectado a veinte años. De ese modo transformaron la ciudad y le dieron un papel de liderazgo a nivel mundial.

CONCLUSIONES

En la introducción se planteóla importancia del tema ciudad—ciudadano en los días actuales, la resurrección del concepto de ciudadanía en la posmodernidad, y las ciudades convertidas en los actores políticos de la globalización gracias a su entramado de interacciones culturales, sociales, políticas, económicas, simbólicas, éticas, históricas y educativas.

También se ha hecho un recorrido histórico de las manifestaciones del compromiso ciudadciudadano en la historia de Occidente, con sus diversos legados de orden ético—filosófico, jurídico— político, trascendente, cívico, contractual, productivo, globalizante.

Se ha discutido cómo la ciudadanía corresponde a un proceso histórico de naturaleza diacrónica para bien de la humanidad cuando avanza, y para mal cuando para o se ignora.

Finalmente, se destaca la necesidad de abrir la mente a la conciencia ciudadana y la importancia de tonificarla desde una ciudadanía que capitalice y enriquezca en todas sus dimensiones un enfoque de la ciudad como el entretejido de los ciudadanos y las aspiraciones éticas, políticas, jurídicas y socioeconómicas que solamente la civilidad puede proporcionar.

Es conveniente considerar que en la medida en que los pueblos abandonan su compromiso ciudadano se debilitan en su dinamismo histórico histórico y son fácil presa de modos totalitarios. Y que el triunfo de las ciudades es el verdadero triunfo de lo político.

Así lo demostraron las administraciones de Bogotá durante el periodo 1992—2003, que generaron una verdadera paideia bogotana cimentada en una ética del interés público e irrigada mediante una cultura democrática.

¿Cómo retratar esa paideia? A partir de varias categorías6 que reúnen los temas centrales de este proceso de cultura ciudadana a lo largo de periodo señalado, que cuenta con la Constituyente de 1991 como su antecedente esencial, así: gobernabilidad y legitimidad; descentralización; educación cívica; cultura ciudadana; participación ciudadana; cultura tributaria; veeduría ciudadana; espacio público; cultura, recreación y deporte; transporte masivo; seguridad y convivencia; educación; salud; servicios públicos; desmarginalización y medioambiente.

Esa transformación dio origen a un estudio historiográfico de carácter panorámico de ese proceso de ciudad—cultura ciudadana en Bogotá, comprendido en un periodo de tiempo de 1991—2003, cuyo problema de investigación permitióconocer, entre otros aspectos: cómo se construyóuna nueva ciudad cada vez más abierta a la participación ciudadana, y la interiorización y asimilación de conceptos como ciudadano. Este artículo es producto de esa iniciativa.


NOTAS

1 Sobre la significación precisa de politeia y polites, vale la pena transcribir los siguientes apartes del prólogo del P. Manuel Briceño Jáuregui a la obra por él traducida:

"Ahora bien, conociendo la insistencia del autor — usa el término politeia más de quinientas veces— en los diversos matices típicamente helénicos de esta palabra, ¿cómo atrevernos a traducirlo por algo tan ajeno al pensamiento aristotélico como república, Estado, gobierno (simplemente), constitución, régimen, etc., sin traicionar el original? Por eso, dados estos sentidos específicos, decimos que optamos por conservar la palabra griega politeia, con todo lo que significa según cada contexto. En sana lógica debiéramos decir también de polites en vez de ciudadano, porque no es exactamente lo mismo para los griegos que para nosotros. Polites, en efecto, es el que participa de los tribunales y asambleas populares, y se identifica con el hombre político, o sea, con el que retiene permanentemente las responsabilidades del gobierno. Por consiguiente, expresa mucho más de lo que para nosotros significa la simple palabra ciudadano. Pero no hemos empleado este término por no hacernos demasiado singulares".

2 Areté es la virtud por antonomasia entre los griegos.

3 Fortaleza y templanza.

4 Igualdad ante la ley.

5 "Para esta concepción, el Estado preético es un estado de soledad y la catástrofe primitiva tuvo lugar cuando las personas comenzaron a reunirse". Tan pronto se reunieron, el conflicto fue inevitable y el estado de naturaleza fue entonces, según Hobbes, "una guerra de todos contra todos" (Hobbes, 1651, primera parte, cap. 13, p. 64). Aún así, como insistióRousseau, de hecho no habían sido hostiles unos con otros antes de chocar entre sí (1762, p. 188, 194; 1754, primera parte). "La propia supervivencia, y más aún el orden social, solo resultaban posibles mediante la formación de normas estipuladas por medio de un trato a regañadientes" (Midgley, 1995, p. 30).

6 "Por categoría entendemos una estructura formal de la reflexión. Por ser formal, la categoría no nos proporciona por sí misma ningún objeto de conocimiento. La distinguimos por eso del concepto, que nos da algo que conocer. Categoría y concepto se oponen originalmente como el instrumento de producción se opone al objeto producido" (Jolif, 1969).


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