https://doi.org/10.14718/RevArq.2022.24.1.4136


Reflexiones en torno a la enseñanza de la arquitectura y el urbanismo en Colombia.
Conversaciones con Jorge Vicente Ramírez Nieto y Stefano Anzellini Fajardo.
Segunda serie de entrevistas

Reflections on the teaching of architecture and urban planning in Colombia.
Conversations with Jorge Vicente Ramírez Nieto and Stefano Anzellini Fajardo.
2nd series of interviews


Andrés Ávila-Gómez

Université Paris I Panthéon-Sorbonne. París (Francia)
Ecole Doctorale 441 Histoire de l'Art

Arquitecto, Universidad de los Andes. Bogotá (Colombia).
Magíster en Urbanismo, Universidad Nacional de Colombia. Bogotá (Colombia).
Magíster en Ville, Architecture, Patrimoine, Université Paris 7 Diderot (Francia).
Doctor en Histoire de l'art (spécialité: Architecture) e investigador asociado del Centre de recherche HiCSA (Histoire culturelle et sociale des arts, Université Paris 1 Panthéon-Sorbonne) (Francia).
https://scholar.google.es/citations?user=cR2lSZEAAAAJ&hl=fr
http://orcid.org/0000-0003-3883-2737
andresavigom@gmail.com


Recibido: julio 06 / 2021
Evaluado: agosto 11 / 2021
Aceptado: noviembre 11 / 2021

Para citar este artículo / to reference this article: Ávila-Gómez, A. (2021). Reflexiones en torno a la enseñanza de la arquitectura y el urbanismo en Colombia. Conversaciones con Jorge Vicente Ramírez Nieto y Stefano Anzellini Fajardo. Segunda serie de entrevistas. Revista de Arquitectura (Bogotá), 24(1), 3-15. https://doi.org/10.14718/RevArq.2022.24.1.4136



Resumen

Las dos entrevistas de la presente serie plantean varios interrogantes sobre la enseñanza de la arquitectura en Colombia durante el último cuarto del siglo XX. Uno de ellos tiene que ver con la relación, las diferencias y las similitudes entre la educación pública y la privada: ¿cuáles fueron las posibles ventajas o carencias que durante ese último tramo del siglo XX encarnaron los programas de las escuelas de arquitectura, y que fueron reforzados por los docentes en ejercicio? El testimonio de los arquitectos Jorge Ramírez Nieto y Stefano Anzellini revela con amplitud un contexto social que ilustra la forma como la sociedad colombiana se encaminaba, en algunas esferas, hacia un fenómeno tempranero de globalización. Por otro lado, el interés de los protagonistas en los viajes de estudio y la construcción de redes profesionales con un alcance regional o global nos sitúan en un panorama de internacionalización de la enseñanza y de la investigación, cuyo impacto real y efectivo en el medio académico colombiano durante aquellos años, merece ser estudiado de manera más amplia.

Palabras clave: contexto de aprendizaje; enseñanza de la arquitectura; enseñanza profesional; escuelas de arquitectura; programa de estudios superiores



Abstract

The two interviews in this series raise several questions about the teaching of architecture in Colombia during the last quarter of the 20th century. One of them has to do with the relationship, differences and similarities between public and private education: what were the possible advantages or shortcomings that during this last stretch of the 20th century embodied the programs of architecture schools, and which were reinforced by practicing teachers? The testimony of architects Jorge Ramírez Nieto and Stefano Anzellini reveals a broad social context that illustrates how Colombian society was heading, in some spheres, towards an early phenomenon of globalization. On the other hand, the interest of the protagonists in study trips and the construction of professional networks with a regional or global scope place us in a panorama of internationalization of teaching and research, whose real and effective impact on the Colombian academic environment during those years, deserves to be studied more broadly.

Keywords: architectural education; architecture school; higher education program; learning context; professional education



Introducción

Las dos primeras series de entrevistas que se han realizado —y la tercera, en preparación— han permitido constatar el valor que este ejercicio de memoria y reflexión guarda, ya no solo para el individuo que debe para ello sumergirse en sus recuerdos —los cuales emergen, a veces, no tan diáfanos como se cree conservarlos—, sino también, para los lectores, que asisten a una suerte de confesionario abierto. Si bien algunas de las preguntas planteadas en estas charlas pueden parecer inicialmente "evidentes" o a veces "irrelevantes" para el lector, no lo han sido, en cambio, para los entrevistados: todos ellos nos han manifestado tras cada entrevista que, al rememorar, por ejemplo, sus viajes de estudios o las lecturas hechas y las películas vistas durante sus años de formación, han logrado, incluso, explicarse decisiones personales y profesionales que para ellos habían permanecido sin respuesta durante años.

Bajo la premisa de reflexión consignada en la primera serie de entrevistas, se retoma la premisa de la evolución de la enseñanza de la arquitectura y el urbanismo a partir de la creación de la primera facultad de arquitectura en Colombia, en 1936 (Angulo Flórez, 1986).

Andrés Ávila Gómez [AAG]: Antes de adentrarnos en el tema de su formación como arquitecto, ¿podría contarnos sobre sus orígenes, y si, de alguna manera, su interés en la arquitectura tiene algún precedente en su familia? ¿Cómo cree usted que la cultura material (cómics, films y programas de televisión, música, etc.) con la cual tuvo contacto durante su infancia y adolescencia pudo haber estimulado su interés en el arte, la arquitectura y la ciudad?

Jorge Vicente Ramírez Nieto [JVRN]: Más que una profesión, para mí, la arquitectura es una pasión, y en muchos casos las pasiones son heredadas. Mi familia paterna ha estado vinculada a una larga tradición de constructores bogotanos. Mi padre me enseñó, con su experiencia práctica y su interés formativo, a entender la arquitectura como un hecho material. Lo acompañé desde niño a visitar obras. Ver su trabajo me ayudó a entender procesos técnicos; escuché conversaciones donde se discutía sobre posibles soluciones a problemas constructivos; comprendí las explicaciones sobre los comportamientos diferenciados de los materiales. Siempre llamaron mi atención las cualidades de la materia: sus atributos formales, su textura, su color; me interesaban las formas de la realidad. Para un niño, la experiencia de recorrer una obra y observar cómo se materializa en el tiempo y en el espacio el proceso constructivo deja huellas profundas. Puedo cerrar los ojos y tratar de identificar en mi memoria los avances de las obras; al final, se dispersan los aromas propios de los materiales y sus aplicaciones, son reemplazados por olores a pinturas, resinas y ceras que recubren los muros, pisos y cielos rasos de la edificación. El aroma del ambiente en una edificación testifica su tiempo de permanencia.

Desde otra perspectiva, la rutina de hacer y revisar presupuestos, contratos y seguros también marcó mi formación de adolescente. También fue formativo escuchar el diálogo —no siempre amable— entre los constructores y el arquitecto: se discutían problemas no resueltos en los planos, contingencias generadas por el lugar donde se ubicaba la obra, desfases en las programaciones, incumplimiento en la entrega o el cambio de algunos materiales; la propuesta de las alternativas siempre incluía consideraciones sobre la afectación en la calidad y el presupuesto de la obra, que debían ser tomadas en cuenta.

Disfruté los paseos de fin de semana en el campus de la Universidad Nacional de Colombia (UN): lo sentía como un gran parque urbano verde, un lugar donde todo tenía el olor fresco de la novedad. Ya como adolescente, recuerdo las obras viales: el traslado del edificio Cudecom, empujado por enormes gatos hidráulicos; los grandes parques urbanos que se construían en Bogotá entre el final de los años sesenta y el primer lustro de los setenta [del siglo XX]. En fin, las vías iluminadas, los nuevos edificios y sectores urbanizados, la vegetación... todo hacía parte —para mí— de la acumulación de novedad urbana. Una invitación efectiva para pensar en el futuro de mi acción profesional.

Stefano Anzellini Fajardo [SAF]: Supongo que la arquitectura está en mi ADN. Mi abuelo era un ingeniero "de los de antes": también era arquitecto, astrónomo, constructor y hombre de negocios. Mi madre era humanista, historiadora del arte y de la literatura. Conservo muy vivo el recuerdo de las interminables y fascinantes sobremesas y conversaciones con mi madre, evocando las calles, las plazas y los acontecimientos de la Florencia renacentista, ciudad donde ella estudió y se casó con mi padre; los libros que me compartía sobre las fuentes de Roma, o el barroco italiano y el mexicano. Me marcó también muy fuertemente mi abuelo, lo que él representaba, y su hermosa casa; especialmente, su estudio, con sus grandes estantes de madera con las colecciones de los anales de las academias de ciencias y de historia. Conservo todavía esas colecciones, y dos de sus cuadros preferidos, elegantemente enmarcados: su diploma de ingeniero galardonado con el Premio Ponce de León de la Universidad Nacional y la foto de gran formato del puente de Anserma (departamento de Caldas), sobre el río Cauca, que él construyó por allá en los años treinta [del siglo XX], y del que estaba muy orgulloso, más por su diseño armónico que por las dificultades que tuvo que superar para su construcción, que nos relataba transportándonos a épocas y sitios remotos aún por construir, de manera que, pensándolo bien, en efecto la arquitectura estaba ahí, acechándome desde muy niño, como algo esencial de la actividad y la creación humana. Pero debo decir que nadie me indujo que esa era una opción profesional; de hecho, cuando entré a la facultad no tenía ni idea [de] en qué consistía su enseñanza, en qué consistía un "taller" de arquitectura.

[AAG]: ¿Qué lo llevó a escoger finalmente un determinado programa, y la institución a la cual ingresó? ¿Cómo influyeron, durante su paso por las aulas universitarias, el contexto sociocultural de la época y, en general, la situación de su país?

[JVRN]: Al momento de elegir mi carrera no tuve dudas: la arquitectura era la profesión que me motivaba. Me inscribí e ingresé al programa de Arquitectura en la Facultad de Artes de la Universidad Nacional de Colombia (UN) sede Bogotá, para cursar el primer semestre de 1976. La Facultad y la UN transitaban en ese momento por una modificación curricular. Los líderes estudiantiles pedían inclusión y cambios hacia aspectos sociales en los programas de formación profesional. Los movimientos estudiantiles del final de la década de los sesenta habían puesto en crisis la rutina de la formación profesional tradicional. La UN había acogido la reforma propuesta en 1965 por el rector José Félix Patiño (1927-2020). Esa reforma conformó las grandes facultades y, en lo académico, consideró la investigación como fundamento.

Apenas ingresé en 1976, durante la segunda semana de clases, nuestro grupo vivió la experiencia del primer cierre de la UN. Un hecho inquietante. Semanas después, al retornar a clases, percibí el ambiente de experimentación en el taller: un nutrido grupo de arquitectos jóvenes, acompañados por artistas reconocidos, eran los profesores que introducían al grupo de estudiantes del primer taller al tema de la composición plástica. No ocurrió lo mismo en nuestro pequeño grupo: nuestro profesor del taller, Gonzalo Hoyos, consideró prudente continuar con prácticas pedagógicas tradicionales. Para nuestro grupo era curioso ver a nuestros compañeros de cohorte elaborar vistosos collages con recortes ensamblados de papeles coloridos, en tanto nosotros teníamos como tarea recorrer calles y dibujar edificaciones. Recuerdo ahora la primera reunión con Gonzalo Hoyos, en la cual nos presentó el tema del espacio arquitectónico. Hoy identifico sus fuentes en las lecturas de Bruno Zevi.

[SAF]: Debo mencionar muy especialmente a las mujeres, empezando por mi abuela materna, Celia Artola, mexicana criada en Nueva York; a mi madre y sus amigas, muy comprometidas con la educación de alta calidad en el país y, muy especialmente, a mi madrina de bautizo, Amalia Samper. Tal vez, ella y mi madre fueron la motivación principal de mi aspiración a entrar a la Universidad de los Andes. Amalia fundó y dirigió su coro por décadas; mi madre inició allí su vida profesional como bibliotecaria.

A nuestra casa y a la de los abuelos llegaban personas muy interesantes y diversas: personajes públicos o de empresa, como Enrique Vargas o Hernando Loboguerrero, podían cruzarse y departir en alguna velada con personajes de letras, como el poeta Jorge Rojas, o Andrés Holguín, o Daniel Arango, o el cura Camilo Torres, a quien tanto quisimos en la familia.

Aunque los Andes era mi preferencia (no precisamente por el programa que ofrecía; eso no importaba), yo no tenía nada claro que fuera a pasar el examen de admisión: era muy difícil, decían que ingresaba el 10 % de los aspirantes, y yo no había sido particularmente un buen estudiante en el bachillerato... Así que me inscribí en los cinco principales programas de arquitectura que se ofrecían en Bogotá en esa época: la Nacional, la Javeriana, la Piloto, la América y los Andes. Para mi gran sorpresa y felicidad, pasé en los Andes. Ingresé a la universidad en 1975. Ese año vimos películas como La Naranja Mecánica (A Clockwork Orange, 1971), de Stanley Kubrick; Nos Amamos Tanto (C'eravamo tanto amati, 1974), de Ettore Scola; Chinatown (1974), de Roman Polanski; Roma (1972) y Amarcord (1973), de Fellini, y Atrapado sin Salida (One Flew Over the Cuckoo's Nest, 1975), de Milos Forman. Cantábamos al son de la Nueva Trova cubana, de Led Zeppelin y de Los Beatles, bailábamos al son de la salsa neoyorkina y de la caleña, y estudiábamos el boom literario latinoamericano. Éramos de izquierda (salvo uno que otro), y queríamos el cambio, pero éramos escépticos: no le creíamos al comunismo, al "mamertismo". Ya estábamos leyendo a George Orwell, a Arthur Koestler y otros críticos lúcidos, y ya se encontraba la traducción de Archipiélago Gulag, de Alexandr Solzhenitzyn. Nos indignaban el golpe militar de Chile, [y] las dictaduras latinoamericanas, pero conservábamos una admiración romántica por Salvador Allende, por el Che Guevara, por Pablo Neruda, por el cura Camilo Torres... Y estaban pasando cosas, se palpaba el cambio: empecé la carrera dibujando con Díngrafo y sacando copias heliográficas (con su inolvidable olor a amoníaco); [y] al terminar mis estudios ya se asomaban la magia del PC y del plotter.

[AAG]: Durante sus años de formación académica, ¿cuáles eran las lecturas (de historia y teoría de la arquitectura, de disciplinas en ciencias sociales y humanas o de literatura en general) en boga, en aquellos años, entre los estudiantes de arquitectura y de artes de su entorno? ¿Existían tendencias identificables? Y en caso de ser así, ¿con cuáles de ellas llegó a identificarseo a confrontarlas—, y por qué? ¿Existían espacios fuera de la vida universitaria (círculos de lectura, cineclubes, etc.) en los cuales haya desarrollado su curiosidad intelectual? ¿Cuáles eran las principales influencias (autores, libros, metodologías, etc.) que llegaban por entonces de otros medios académicos y profesionales europeos, norteamericanos, latinoamericanos (u otros)?

[JVRN]: Recuerdo que en 1978 conocí el mismo día a dos personas que marcaron mi visión profesional: Silvia Arango y Rogelio Salmona. Ella, ya entonces profesora de teoría, había invitado a dar una charla en su clase al arquitecto, reconocido por haber concebido las Torres del Parque. Me enteré de la reunión por estudiantes de semestres superiores, e ingresé infiltrado en uno de los salones del antiguo edificio de Arquitectura. La presentación giró en torno al tema de los métodos de proyectación. Rogelio Salmona, a su manera, repasó los métodos, y luego se concentró en el tema de la composición arquitectónica.

Figura 1. Durante una clase de acuarela en la UN Bogotá, en 1977. Jorge Ramírez está en el centro de la hilera de estudiantes sentados, con camisa blanca.

Fuente: M. Arévalo/Archivo personal J. Ramírez Nieto


Semestres después, me inscribí al seminario de teoría de la profesora Silvia Arango, que luego se prolongó en la dirección del trabajo final para la profundización en diseño urbano. El tema que propuse fue una mirada comparativa de tres maneras, en ese momento contemporáneas, de mirar la ciudad: la de Aldo Rossi, en Architettura della città (1966); la de Robert Venturi y Denise Scott Brown, en Learning From Las Vegas (1977), y la de Colin Rowe y Fred Koetter, en Collage City (1978). Este trabajo se apoyaba, fundamentalmente, en las lecturas del curso de teoría Tristes tropiques (1955), de Claude Lévi-Strauss; The Silent Language (1959) y The Hidden Dimension (1966), de Edward T. Hall, y Changing Ideals in Modern Architecture, 1750-1950 (1977), de Peter Collins. Además de esos textos, aparecían las lecturas del contexto latinoamericano, donde sobresalían Marina Waisman y Juan Pablo Bonta. Todo ello complementaba lo estudiado en clases de historia de la arquitectura: libros básicos, como Sapere vedere l'architettura (1948), de Bruno Zevi, y la Storia dell'architettura moderna (1971), de Leonardo Benevolo. Los referentes de la historiografía moderna, desde Sigfried Gideon hasta Manfredo Tafuri, hacían parte de ese universo.

[SAF]: En mi caso, las lecturas más importantes de formación académica no fueron inicialmente las de arquitectura: fueron las humanísticas. Y eso, hay que decirlo, se lo debo al enfoque interdisciplinario de los Andes, que aún permea todos sus currículos. Recuerdo especialmente las lecturas dirigidas, deliciosas, que duraban un semestre entero, de La Ilíada, con la profesora Gretel Wernher, y de Madame Bovary, con María Teresa Cristina; también, las clases con el poeta Rafael Maya, con Germán Arciniegas, y las conferencias de Abelardo Forero y Ramón de Zubiría. A través de ellos conocimos mejor los textos de Bertrand Rusell, de Georg Lucaks y de Herbert Marcuse, pero también, de Shakespeare y de Rafael Pombo. En contraste, las lecturas impuestas en las clases de "teoría" eran, salvo, tal vez, las de Alberto Saldarriaga ("Lenguaje y Métodos"), aburridas, acartonadas: el lenguaje era abstruso, para decir algo sencillo se usaban rodeos pomposos e innecesarios. El racionalismo moderno de Le Corbusier y los Congresos de Arquitectura Moderna (CIAM) pesaban como una lápida; veíamos con entusiasmo las propuestas de los Team 10, de Aldo Van Eyck, de Christopher Alexander y de Jane Jacobs; se trataban de descifrar las sofisticaciones de los New York Five; mirábamos de reojo a Rossi, a los deconstructivistas, al posmodernismo... Y nuestros maestros, en la facultad, no eran académicos convencionales, no tenían entrenamiento pedagógico: eran, más bien, profesionales con un acervo cultural muy sólido, arquitectos activos que le robaban tiempo a su actividad profesional privada para compartirnos sus experiencias, sus gustos y sus entusiasmos. Algunos habían estudiado en buenas universidades americanas, o trabajado en estudios de grandes arquitectos, pero la atención estaba centrada, más que en el análisis y la teoría de la arquitectura, en su aplicación, en el desarrollo de proyectos a distintas escalas.

[AAG]: Siempre existen asignaturas y maestros que marcan profundamente nuestro paso por las aulas. ¿Cuáles fueron aquellas materias y profesores que despertaron o avivaron su gusto por la arquitectura o el urbanismo, por la historia y el arte?

¿Tuvo durante aquellos años algún reparo contra el modelo pedagógico vigente, especialmente en lo que respecta a la enseñanza en el "Taller de arquitectura"?

[JVRN]: En la mayoría de los casos, en la UN se reconocía en Taller a los maestros tradicionales: Enrique Triana Uribe (1929-2020), Guillermo Bermúdez Umaña (1924-1995) y Fernando Martínez Sanabria (1925-1991); no obstante, cada uno de ellos estaba siempre acompañado de un grupo selecto de colegas que asumían su propio papel en los procesos de enseñanza de la arquitectura. Recuerdo especialmente a Arturo Robledo (1930-2007), Dicken Castro (1922-2016), Jorge Rueda Gutiérrez, Reinaldo Valencia Rey, Hernán Vieco (1924-2012), Roberto Londoño, Carlos Martínez, Eugenia de Cardozo y Sergio Trujillo, entre otros. Recuerdo también a algunos de los profesores del Departamento de Urbanismo: Hans Rother Trenenfels (1928-199), Manuel García, Leonardo Ayala, Edgar Burbano, Ángela Inés Guzmán... En el ámbito de la historia, recuerdo a Francisco Gil Tovar, Germán Rubiano, Elianne Duque, Alberto Corradine Angulo (1933-) y, particularmente, a Carlos Niño Murcia (1950-). En el Departamento de Construcción, recuerdo a Julio César Gómez, Eduardo Molina, José María García, Hernado Pinzón y Victor Treus. En los seminarios de teoría, recuerdo con afecto a Alberto Saldarriaga (1941-), Juan Carlos Pérgolis (1943-) y Silvia Arango (1948-). Para mí, se trató de una constelación de profesores que, desde sus diversas formaciones y especialidades, fomentaron una actitud de reflexión y crítica ante la profesión.

En la universidad coincidían los temas del taller y el grupo de profesores vinculados a sus trabajos en instituciones relacionadas con la producción arquitectónica y urbana. Yo los he clasificado en tres grupos: los profesores del Instituto de Crédito Territorial (ICT), los del Banco Central Hipotecario (BCH) y los ganadores de concursos de arquitectura. Así, a partir del segundo semestre pasamos al taller de los profesores vinculados al ICT. René Carrasco, Javier Peinado y Álvaro Neira, entre otros arquitectos, nos inducían a componer sectores de ciudad utilizando un juego de módulos: pequeños bloques de madera a escala, distribuidos sobre predios urbanos imaginarios. La experimentación adelantada por los profesores en su actividad profesional nos era transmitida, a pequeñas dosis, en los ejercicios del taller.

Los talleres se sucedían: después de los profesores del ICT seguían los del BCH (Gonzalo Vidal, Pedro Juan Jaramillo, Rafael Vega y Luis Fique, entre otros); y al final, acompañando a los maestros tradicionales estaban los profesores que ganaban concursos y guiaban grupos (Carlos Martínez, Alberto Estrada y Roberto Londoño, entre muchos otros).

Ese proceso quedó truncado por un largo y desalentador cierre, que aplazó nuestra exploración inicial. En ese momento, con ahorros de algún trabajo, solicité mi traslado a la Universidad de los Andes. Con el apoyo de Rafael Maldonado Tapias (vicedecano en esa facultad), ingresé, validando algunas materias prácticas, e inicié un ciclo de taller diferente. Rafael Gutiérrez, Billy Goebertus, Ignacio Restrepo y José Leopoldo 'Pepe' Cerón fueron mis nuevos profesores. Encontré allí un ambiente pedagógico diferente en las maneras de aproximarse a los temas de la arquitectura. Varios meses después se reiniciaron actividades en la UN, y decidí continuar estudiando por algún tiempo en ambas facultades.

[SAF]: Debo mencionar especialmente a Carlos Morales Hendry y a Ernesto Jiménez, a quie­nes debemos, entre otros como Salmona, Vieco, García-Reyes, la fundación de una arquitectura original colombiana, enraizada en los valores propios tamizados en la exploración de las propuestas modernas. A través de ellos, conocimos las propuestas de Alvar Aalto, y su énfasis en los valores culturales y ambientales donde se emplaza el proyecto; de F. L. Wright, y su veneración por la naturaleza y el paisaje; de Mies van der Rohe, y su lapidaria sentencia de "Menos es más"; de la Bauhaus, y su compromiso con la democratización del arte y la unión del arte y el diseño con la industria, y también, de Hendrik Petrus Berlage y de Michel de Klerk, y la necesidad de la maestría de la artesanía en la arquitectura. Personalmente, Carlos Morales Hendry fue una figura clave: su inmenso despliegue de energía, combinado con su doble formación de antropólogo y arquitecto, fue una influencia que me marcó muy fuertemente; su compromiso con la arquitectura y la vivienda popular y los viajes que nos organizó para trabajar con comunidades en el Eje Cafetero marcaron mi desarrollo académico futuro y mi carrera profesional. Debo también mencionar al entrañable 'Pepe' Cerón, quien nos enseñó, más con su ejemplo que con su elocuencia, el oficio de la arquitectura: la maestría de su técnica como diseñador y constructor estaba permeada por una profunda lección de ética personal y profesional. Y no puedo dejar de mencionar a Germán Samper Gnecco (1924-2019): su figura siempre ha gravitado en mi carrera como un modelo de lo que un arquitecto representa: bonhomía, cultura, sensibilidad y compromiso con la disciplina de la arquitectura y la observación y la producción de espacios y edificios bellos y significativos.

En cuanto al modelo pedagógico de Taller de Arquitectura, hay que decir que se le ha montado una leyenda negra, de haber sido un "corregidero" indeseable, en el que prácticamente no se enseñaba con rigor. Al iniciar el semestre, los profesores ponían el tema (por ejemplo, "conjunto de vivienda"), eventualmente asignaban el lugar (a veces, ni siquiera [lo hacían]) y dejaban al estudiante solo, navegando por espacios de conocimiento en lo técnico y en lo teórico que apenas intuía, corrigiendo los avances individualmente y de manera casual; por supuesto, el resultado dependía muy fuertemente de la timidez o el desparpajo del estudiante, o de su empatía con el profesor o de su conocimiento previo de los temas (por ejemplo, ser hijo de arquitectos era una ventaja inmensa). Esto puede ser cierto, pero se generaba así una especie de balance, en el que se aprendía de manera autónoma haciendo, resolviendo problemas emergentes de los propios planteamientos, preguntando, apoyándose en los compañeros, arriesgando propuestas, fracasando y volviendo a empezar. Este modelo, creo, resultó en la formación de arquitectos audaces, adaptables y competentes en la vida profesional en distintas ramas, aunque, hay que reconocerlo, con una cultura limitada. En todo caso, es significativo que —diría yo— muchos de los egresados de esas generaciones de los setenta y los ochenta fueron destacados en su desempeño, ya sea en la vida profesional, o en la académica o en los negocios.

[AAG]: Por favor, cuéntenos sobre su proyecto de tesis de pregrado: ¿Cómo seleccionó el tema ¿Quién fue su director?, y ¿cómo ve usted hoy en día aquella última experiencia académica que le permitió obtener el diploma profesional?

¿Realizó algún tipo de práctica profesional antes de graduarse? Y en caso de ser así, ¿podría contarnos sobre dicha experiencia?

[JVRN]: Mi primer trabajo en una oficina de arquitectura fue con Carlos Ulises Salamanca; y más que un asistente, fui su alumno. En su estudio, ubicado en el barrio La Macarena, se trabajaba siempre acompañado de música barroca, con paredes tapizadas con carteles de proyectos de F. L. Wright y de algunos edificios contemporáneos que él consideraba sobresalientes. Me inicié en las labores prácticas de la arquitectura. Gracias a las visitas de sus colegas, tuve la oportunidad de escuchar por primera vez a Alberto Saldarriaga hablando de composición en vivienda mínima; a Michel Evert [lo escuché] referirse a la acústica; a Fulvio Sánchez lo vi dibujar arquitectura de manera exquisita. Fue esa primera práctica, una gran escuela.

Más tarde, junto con dos de mis compañeros de carrera, Jorge E. Tirado y Eduardo Restrepo, nos aventuramos a organizar una "oficina-taller": estaba situada en un garaje en la calle 51 con carrera 25. Mientras adelantábamos nuestros trabajos de universidad, trabajábamos en los pequeños encargos: allí diseñamos, antes de terminar nuestra carrera, un par de estaciones para la empresa de teléfonos. El encargo lo había recibido un arquitecto con alguna experiencia, que nos contrató para desarrollar el proyecto. Además de resultar una experiencia enriquecedora, pudimos ver construidas las estaciones, y discutimos acerca de nuestros errores en la práctica. Poco antes de terminar la carrera, al cerrar nuestra oficina, Pedro Juan Jaramillo, quien trabajaba en el BCH en compañía del arquitecto Alberto Concha, nos integró como asistentes al desarrollo de proyectos en su oficina de arquitectura, en la cual pudimos participar en varios proyectos de vivienda.

De nuevo, junto con Jorge E. Tirado y Eduardo Restrepo, nuestro proyecto de grado fue financiado por el programa Orinoquía y Amazonía (ORAM), de la UN. El convenio de la universidad con la región llanera incluía asesoría en el desarrollo de proyectos de áreas urbanas, por lo cual decidimos presentar ese tema a nuestro profesor Fernando Martínez Sanabria, quien finalmente consideró que era lo suficientemente interesante y complejo como para ser desarrollado como tesis de arquitectura. La UN nos brindó apoyo para hacer las indagaciones de campo y recorrer el sector del río Manacacías, sus afluentes y el sector construido del municipio de Puerto Gaitán. Fue un proyecto donde Fernando Martínez nos indicó bibliografía específica, nos acompañó en discusiones sobre el significado de las intervenciones de ampliación de sectores urbanos, con sus componentes de espacios públicos y la dotación de servicios comunitarios. Fue un año de continuo aprendizaje de propuestas contemporáneas de ciudad, y su interpretación y su ajuste en un territorio en consolidación. La presentación final del proyecto fue programada en Villavicencio, en la Gobernación del Meta. Fue este un proceso que nos marcó la transición entre las visiones de la academia y la aplicación práctica en un proyecto con destinación y compromiso institucional.

[SAF]: Mi proyecto de pregrado fue, en realidad, una especie de "hágalo usted mismo". Mi director asignado fue el arquitecto Hernán Vieco, quien aceptó el encargo, seguramente, por gentileza, pero que no era docente en la facultad. Me recibió un par de veces en su casa para revisar el proyecto, pero fueron ocasiones más de conversación general que de orientación. A mi propio criterio, elegí el lugar del proyecto, el tema y la escala. Se trató de residencias estudiantiles para la Universidad de los Andes, ubicadas en la manzana vecina al sur del campus. Fue un proyecto interesante de inserción de la arquitectura en un contexto patrimonial y de renovación urbana. El aprendizaje que destaco de esa experiencia fue el del trabajo autónomo, la audacia de plantear un proyecto, y luego desarrollarlo, y no simplemente limitarse a cumplir con un encargo y, no menos importante, saber buscar los apoyos necesarios en temas emergentes del proyecto; de hecho, Carlos Morales fue un gran apoyo en momentos de estancamiento en el proceso de ejecución del proyecto. Era muy inspirador ver el milagro de cómo, con un par de trazos, resolvía un problema técnico o de composición que parecía imposible.

En cuanto a mi práctica profesional siendo estudiante, debo decir que fue más bien traumática; tal vez, porque la asumí demasiado temprano en la carrera (en III semestre). Fui auxiliar de residencia de obra, y la exigencia en dedicación laboral resultó imposible de compaginar con la exigencia en dedicación en los estudios. Ese descontrol casi hace colapsar mi desempeño académico, de manera que renuncié al tema y volví a trabajar solamente cuando ya había terminado mis estudios.

[AAG]: En esta primera etapa formativa, ¿qué importancia tuvieron para usted los viajes de estudios (nacionales o internacionales)? Y luego, de manera global, ¿Podría contarnos cuáles fueron aquellos viajes que marcaron su formación profesional e intelectual, y en qué contexto se dieron (institucionales o personales)?

[JVRN]: Como todo arte, la arquitectura se aprende observando los detalles de las obras de los maestros, recorriéndolas con atención, sin prisa. Las lecciones de los maestros universales, como Palladio, Borromini, Miguel Ángel, Schinkel, Schumacher, Wright, Le Corbusier, Mies van der Rohe, Gropius, Scharoun o Taut, entre otros, implican recorridos que ningún arquitecto puede evadir. Los ojos del arquitecto deben entrenarse en reconocer lo inimaginado. El secreto está en fijar en la memoria los elementos que nos emocionan: esos siempre permanecen en nosotros, los recordaremos.

El campus de la UN era ya un lugar privilegiado para recorrer obras destacadas: el edificio de Ingeniería; las facultades de Economía, Veterinaria, Sociología, el antiguo edificio de Arquitectura. Se descubren, algunas veces, arquitecturas que en su calidad mantienen una presencia modesta; recuerdo cómo, a pesar de caminar tantas veces cerca del edificio de la Imprenta de la UN, concebido por Rother, me pregunto por qué razones no le dediqué inicialmente más tiempo a valorarlo. En la ciudad aprendimos a recorrer el centro y sus diversas capas históricas; y para los ejercicios del taller recorrimos diversas ciudades y poblaciones.

Estas experiencias cercanas las pude enriquecer más tarde al visitar algunas de las obras de maestros que habíamos estudiado en Historia y en Teoría. En nuestro continente, fue una lección imperdible recorrer el campus de la Universidad de Caracas; las obras de Lucio Costa y Reidy, en Brasil; la arquitectura del Centenario, en Montevideo; los parques, en Buenos Aires; la refinada modernidad chilena; la monumental arquitectura de México. Luego vendrían viajes a países de Europa, de América del Norte y de Asia, en los cuales he aprendido que cada recorrido de arquitectura exige la refinación de los sentidos: ya no es la emoción inicial de la arquitectura, sino la reflexión sensata de los atributos de la obra de arquitectura en entornos urbanos complejos. Recorrer ciudades históricas alemanas, viajar por diversos sectores de Italia, recorrer Sevilla y Granada, deambular por París y escudriñar rincones de Francia... todas son lecciones necesarias para entender la arquitectura y su historia.

La posibilidad de participar en una corta formación en Japón me abrió un mundo que siempre había considerado extraño, que tiene reglas propias y arquitecturas sugestivas: Tokio, Kioto y Hiroshima retaron mi capacidad para entender las diferentes culturas. Se aprende en la experiencia del viaje a relacionar caminos de afectación inimaginables si se permanece siempre en un único lugar. En África, recorrer las medinas, la primera universidad del planeta1, las dunas y los oasis son lecciones imborrables.

[SAF]: Los viajes de estudio organizados por Carlos Morales Hendry fueron clave; nos permitieron entrar en contacto con el país y con comunidades organizadas que estaban uniendo esfuerzos para construir sus viviendas y sus barrios. A través de estas experiencias conocimos las propuestas de Turner (autoconstrucción), de Habraken (soportes) y otros, comprometidos con la función social de la arquitectura; de hecho, este conocimiento que descubríamos me motivó a que, inmediatamente después de graduarme, hiciera mi posgrado en el Bouwcentrum de Rotterdam (hoy, Institute for Housing Studies [IHS]); sin embargo, los viajes que marcaron más profundamente mi formación personal fueron los viajes de mochilero que hice por Colombia con mi hermano antes de entrar a la universidad: por algún raciocinio (que nunca entendimos bien) mi padre, que normalmente ejercía un autoritarismo asfixiante, en las vacaciones del colegio nos daba unos pesos y nos daba libertad total para viajar por Colombia. Durante los tres últimos años escolares estuvimos en los rincones más alejados del país; especialmente, en La Guajira y la costa del Caribe, que forjaron en mí un gusto por el viaje y la aventura, que sigue intacto. Luego, durante los años de universidad, fueron los viajes, también de mochileros, por Europa y Latinoamérica, que organizaba ya fuera solo o acompañado. Y no menos importantes fueron los viajes cortos, durante las semanas de receso que permitía la universidad en el medio de los semestres; esos viajes cortos, de una semana, a Tierradentro, a Boyacá, a Santander, contribuyeron a forjar amistades con mis compañeros que han durado toda la vida ¡Hasta conseguí esposa gracias a esos viajes!: María Inés, con quien llevo casado casi 40 años. Posteriormente y durante toda mi vida, he tenido el privilegio de viajar más, en viajes de estudio; como estudiante de especialización (en Ingeniería Arquitectónica), viví un tiempo en Tokio, y como investigador invitado, he estado en Arequipa, Dacca, Oxford, Panamá, Lima y Santiago.

[AAG]: ¿En qué momento surgió su interés en la docencia, y cuáles fueron las principales razones que lo condujeron simultáneamente a la enseñanza y a la investigación? ¿Cuáles fueron los motivos por los que se enfocó principalmente en temas como la historia, la teoría y la crítica de la arquitectura y del urbanismo?

Sobre sus temas preferidos: ¿cuáles fueron las escuelas de pensamiento, los autores, y las obras (libros, películas, etc.) que han marcado en diferentes épocas su reflexión intelectual, y que han alimentado su labor como docente e investigador?

[JVRN]: En arquitectura, la investigación, la docencia y la práctica profesional tienen relaciones de interconexión. No es posible la docencia sin la investigación, y no es fértil la práctica profesional sin la reflexión histórica, teórica, crítica y autocrítica. El inicio de mi labor profesional se dio en Arkhes, una oficina donde Pedro Juan Jaramillo, en compañía de Juan David Ramírez, nos propuso trabajar como asociados. Fue un periodo intenso en proyectos de diseño arquitectónico. En ese ámbito participamos en concursos de diseño y logramos premios y menciones. El más relevante fue la sede administrativa para el Jardín Botánico de Bogotá, en 1985. El proceso de construcción fue acompañado por Dicken Castro, y el desarrollo del proyecto paisajístico, por la arquitecta Gloria Aponte García. Arkhes funcionó también durante varios años como lugar de reunión, lectura y discusión de proyectos de arquitectura y prácticas artísticas. La experiencia desarrollada en los proyectos de esa primera etapa profesional me animó a pasar una muy corta temporada en la oficina de Rogelio Salmona. Ese capítulo inicial fue fundamental para el desarrollo posterior de mis actividades profesionales. En realidad, hasta ahora nunca he dejado la práctica arquitectónica.

Mi primera experiencia formal en la docencia me la ofreció la Universidad de los Andes. Desde mi participación como estudiante, he tenido distintas relaciones con esa universidad. Yo hice parte del grupo de la Universidad de los Andes, en el marco del proyecto Historia de la Arquitectura en Colombia, desarrollado en convenio con la UN. Los avances en esa indagación se convirtieron en temas que traté en mis primeras clases sobre historia de la arquitectura colombiana. Pasados algunos semestres, y en relación con mis tareas en la UN, tuve la oportunidad de organizar el programa para el Seminario de Historia de la Arquitectura Latinoamericana. Mientras estuvo Carlos Morales Hendry en la decanatura de los Andes, estuve también a cargo de la coordinación del Área de Historia y Teoría. En ese momento mantenía mi vinculación a la UN como docente auxiliar, y acompañé el proceso de apertura del Museo de Arquitectura, cuya propuesta había sido liderada por Alberto Saldarriaga, en el seno del seminario preparatorio para la apertura del programa de Maestría en Historia y Teoría del Arte y la Arquitectura. Por otro lado, al formar parte de los primeros Seminarios de Arquitectura Latinoamericana (SAL), pude entrar en contacto con arquitectos, teóricos e investigadores latinoamericanos como Marina Waisman (1920-1997), Ramón Gutiérrez (1939-), Cristian Fernández Cox (1935-2014) y Humberto Eliash Díaz (1950-), entre otros.

Figura 2. Picnic en Tokio durante una estadía de estudios. Sentado, segundo de izquierda a derecha, Stefano Anzellini.

Fuente: archivo personal S. Anzellini.


Tras pasar satisfactoriamente el concurso docente, en 1988, inicié actividades académicas formales en la UN y me enfoqué en la investigación histórica. La facultad, con la creación del Instituto de Investigaciones Estéticas, en 1978, permitió concentrar la labor de importantes profesores investigadores. Lograr hacer parte del IIE era uno de mis intereses. La investigación teórica se incrementó durante las dos últimas décadas del siglo XX. Las miradas a lo latinoamericano se dieron en medio de un panorama de reevaluación crítica del movimiento moderno. El regionalismo latinoamericano ingresó acompañado de las propuestas de la identidad de la arquitectura latinoamericana. Las voces de algunos filósofos contemporáneos llamaron la atención sobre particularidades de la relación existente entre la reflexión filosófica y la producción de los espacios habitables. La teoría de la arquitectura rescató los tratados y, bajo los discursos de la posmodernidad, actualizó discusiones fundamentales. La ética y la estética brindaron apoyo a formulaciones de recuperación de los espacios habitables.

En el ámbito local, diferentes facultades de arquitectura integraron a sus pénsum las reflexiones sobre historia y teoría de la arquitectura y la ciudad en el continente. Fue así como pude participar como docente, por un par de años, en la Universidad Católica de Colombia, y más tarde, en la Pontificia Universidad Javeriana.

[SAF]: Fue determinante el ejemplo de mi madre, maestra hasta la médula, y el de mis profesores de la universidad, que eran todos profesionales activos y relevantes, con vocación evidente por su profesión, que los impulsaba a compartir sus conocimientos. Desde el día cero del inicio de mi carrera profesional, luego de mi primer posgrado en Rotterdam y de vuelta en Bogotá, inicié mi actividad como docente. Empecé en el nocturno de la Facultad de Arquitectura de la Universidad La Gran Colombia: salía de mi trabajo a las 6 de la tarde, a dictar Taller. Fue una experiencia muy valiosa; era muy joven y enfoqué mi actividad en aprender de mis compañeros y en transmitir mis entusiasmos y mis visiones a estudiantes que tenían casi mi edad. Un par de años después, entré, mediante convocatoria, a la UN, donde estuve también durante un par de años, en los que tuve la fortuna de compartir con colegas de un nivel realmente muy alto, y de estar presente en los debates académicos de profesores, en los que Pedro Alberto Mejía lideraba como intelectual denso y de vanguardia, y los tres grandes maestros de la escuela —Guillermo Bermúdez ('Pajarón'), Carlos Martínez ('El Chuli') y Enrique Triana ('Lord Triana')— ponían el tono ligero y profundo que permiten la sabiduría y la experiencia. Recuerdo, especialmente, un debate encendido e interminable sobre la responsabilidad y la función de la arquitectura, en el que El Chuli resolvió con un contundente "¡Déjense de pendejadas!: ¡la arquitectura consiste en saber pegar ladrillos!". Finalmente, en 1989 me incorporé como profesor de cátedra en los Andes, donde he permanecido desde entonces, con muy pocos lapsos de ausencia: un semestre mientras hacía mi especialización en Tokio, y tres años en los que debí concentrarme muy intensamente en atender los asuntos de mi oficina, de manera que siempre he combinado la actividad profesional con la actividad académica: en la época temprana de mi carrera, siendo empleado y solicitando permisos para hacerlo; y luego, ya independiente, con mi propia empresa de diseño, gestión y construcción de proyectos, sacándole las tardes que requería la academia. Durante más o menos diez años, fui profesor de cátedra; luego, profesor de planta de medio tiempo, y luego, profesor asociado de tiempo completo. Esta combinación es, por supuesto, difícil: exige duplicar esfuerzos y dedicación, pero la he considerado siempre indispensable para enriquecer en doble vía la enseñanza con el conocimiento práctico del ejercicio profesional, y la profesión, con la profundidad y el sentido crítico de la academia. Tengo la convicción profunda de que la arquitectura es un oficio; de que su enseñanza exige la confrontación con problemas reales que inspiren en los estudiantes entusiasmo y compromiso con su práctica: aprender haciendo, conociendo la realidad que los rodea para proponer transformaciones útiles y sensibles. Esto, para mí, es un compromiso ético que he procurado cumplir a lo largo de mi carrera académica.

Figura 3. Grupo de invitados al Tercer SAL, realizado en Bogotá, en 1987. De izquierda a derecha: Cristian Fernández Cox, Marina Waisman, William Rey, Enrique Browne, Alberto Petrina, Carlos Días Comas, Silvia Arango, Javier Peinado, Jorge Ramírez Nieto.

Fuente: Ruth Verde Zein/ archivo personal de J. Ramírez Nieto.


Figura 4. Reunión con Marina Waisman y Enrique Browne, en Bogotá, con motivo de la inauguración del Museo de Arquitectura, en 1987.

Fuente: Ruth Verde Zein/ archivo personal de J. Ramírez Nieto.


En cuanto a cuáles han sido los autores que más han influido en mi reflexión intelectual, podría decir que soy un devorador desordenado y ecléctico —de literatura, historia, novela, ensayo, crónica, poesía...—. En arquitectura, tal vez los dos autores que me han acompañado siempre, y que me ayudaron a estructurar una manera de analizar y ordenar mis decisiones de diseño, han sido Christopher Alexander, que, con su denso tratado de "Lenguaje de Patrones" busca la elusiva cualidad sin nombre, que él enuncia; y John Habraken, quien con su "Teoría de Soportes" facilita la conexión entre el diseño y la gestión de los proyectos con un rigor férreo que facilita la legitimación de las decisiones, factor cada vez más importante en el ejercicio de nuestra profesión. Estos pilares teóricos iniciales los he ido enriqueciendo, especialmente, con autores de la geografía humana, como Yi Fu Tuan, Lefevbre, Carvalho y otros, que alertan de manera crítica el esquematismo de la aproximación teórica de la arquitectura, que tiende a despojar el problema del espacio de las cualidades y las complejidades que le imprimen la cultura, las relaciones sociales, la política. Esta mirada crítica inspira una aproximación muy delicada y respetuosa con la participación de los habitantes, las contingencias temporales y los procesos de todo proyecto que se planee diseñar y construir, y que procuro poner en práctica en mis proyectos.

[AAG]: Profesor Ramírez, casi una década después de obtener su diploma de arquitecto, y tras varios viajes de estudios (Alemania, Japón), y de algunas experiencias trabajando como docente (Universidad Nacional, Universidad de los Andes, Universidad Católica), usted tomó la decisión de retornar a las aulas, en calidad de alumno: entre 1992 y 1995, realizó sus estudios de maestría en el programa de Historia y Teoría del Arte y de la Arquitectura, en la Universidad Nacional de Colombia sede Bogotá.

Posteriormente, en una etapa que se extendió hasta 2009, sus estudios doctorales lo llevan a una institución alemana: la Technische Universität Hamburg.

¿Podría describir el contexto en el cual desarrolló en diversos momentos su formación de posgrado? ¿Cuál fue el contexto cultural e intelectual en el cual se dieron estas etapas? ¿Cuáles fueron las dificultades o las ventajas —personales, académicas, etc.— que se le presentaron?

[JVRN]: Los caminos recorridos en mi formación no siempre han sido los convencionales. La propuesta de Alberto Saldarriaga de organizar un seminario interno, como preparación para la apertura del programa de la Maestría en Historia y Teoría, fue el punto de inicio. Allí participé en las reuniones semanales, donde se leía bibliografía fresca y se discutía en torno a temas de interés académico. El ambiente de crisis de la modernidad invitaba a buscar alternativas para entender la participación de la historia y la teoría de la arquitectura en la formulación del contexto habitable al final del siglo XX. Umberto Eco, Michel Foucault, Jürgen Habermas, Jean-François Lyotard y Gianni Vattimo, entre otros, eran leídos en clave de visiones contemporáneas de la ciudad y la arquitectura. La pregunta por la Modernidad fue el eje de trabajo en ese periodo. Se fomentó un ámbito de encuentro y camaradería para la comunidad académica que participó en los preámbulos del inicio formal de la maestría.

Ahora bien, a finales de 1988, luego de una actividad en el Museo de Arquitectura, en asocio al Goethe-Institut, de Bogotá, su director, Dieter Gatsman, me comentó sobre un programa para adelantar investigaciones en universidades alemanas. Presenté una propuesta al profesor Hans Harms, quien dirigía un grupo de investigación urbana en la Technische Universität Hamburg-Harburg (TUHH), y esta fue aceptada: propuse desarrollar una indagación sobre la relación determinante del poder político y la afectación a programas y proyectos en el ámbito latinoamericano, durante las primeras décadas del siglo XX. Decidí, entonces, trasladarme a Hamburgo, ciudad en la cual podría visitar no solo el archivo de la universidad, sino también, los archivos disponibles en el Ibero-Amerikanische Institut, y en la Linga-Bibliothek für Lateinamerika-Forschung.

Figura 5. Con el profesor Hans Harms en Berlín (1989).

Fuente: archivo personal J.Ramírez Nieto.


Figura 6. Exposición sobre la arquitectura de Rogelio Salmona en la Trienal de Hamburgo (2018).

Fuente: J. Allerding^archivo personal J. Ramírez Nieto.

Figura 7. Reunión en Barranquilla. De izquierda a derecha: Carlos Nino Murcia, Juan Carlos Pérgolis, Jorge Ramírez Nieto, Carlos Bell, Ingrid Quintana y María Cecilia O'Byrne (2019).

Fuente: archivo personal J. Ramírez Nieto.


Al llegar a Alemania había incertidumbre, por el prolongado proceso de separación en dos de la nación. Meses después, asistí en Berlín a la demolición del muro, y viví de cerca el lento proceso de unificación. Era un mundo complejo, de ideologías resistentes, donde se sucedían las transformaciones aceleradamente. En la universidad, las posturas no eran diferentes. Los problemas se discutían con apasionamiento. La vigencia del tema del poder político y su impacto en la construcción de las ciudades impulsó mi propuesta de investigación. América Latina, distante en la discusión, debía ser integrada reconociendo sus particularidades sociales, sus visiones territoriales, sus identidades difusas. El ambiente de transformación del mundo centroeuropeo nutrió mis búsquedas. Esa circunstancia se ligó con las propuestas que se escuchaban en los recientemente conformados SAL.

En la TUHH encontré un ambiente académico propicio para tomar cursos de historia, teoría y sociología urbana, y descubrí que existía una importante comunidad académica interesada en estudios sobre América Latina. En 1990 entregué mi investigación a la TUHH, y el profesor Harms me propuso continuar su desarrollo asumiéndola como tema de tesis doctoral; sin embargo, para hacerlo, el Gobierno alemán me exigía como requisito convalidar un título de posgrado complementario al de arquitecto; y una de las alternativas prácticas fue regresar a Colombia y cursar la maestría, puesto que ya se terminaba el apoyo financiero alemán. Entretanto, en 1992 obtuve una beca del Gobierno de Japón para participar en un curso de diseño urbano, auspiciado por la Japan International Cooperation Agency (J ICA). Retorné a Colombia para reintegrarme a las labores académicas en la Facultad de Artes y logré el ingreso al programa de la Maestría en Historia y Teoría del Arte y la Arquitectura. Validé asignaturas adelantadas en Alemania e inicié la elaboración de la tesis de maestría titulada Arquitectura y poder en América Latina, que pude sustentar en 1995. De regreso a Alemania, ya cumplido el requisito del diploma de maestría, reinicié en 1996 mi disertación doctoral Nationalismus, Architektur und Stadteplanung in Lateinamerika 1920-1950, que pude entregar en 2000. Nuevo retorno a Colombia, para continuar con mis actividades académicas, según lo acordado con la UN, momento en el cual fui nombrado director de la Escuela Interdisciplinar de Posgrados en la Facultad de Artes. Por ello, solo pude regresar a Alemania en 2006, y para entonces la TUHH se había transformado privilegiando temas técnicos diferentes de los de arquitectura y ciudad. Inicié mi segunda disertación en la HafenCity Universität-Hamburg, bajo la dirección de los profesores Hans Harms y Hartmut Frank, en un ciclo que concluyó en 2009, con la sustentación de la tesis doctoral Der National-Moderne zeitraum in der Lateinamerikanischen Architektur 1929-1939. En 2011, participé como pasante posdoctoral en la Universidade Presbiteriana Mackenzie en São Paulo, bajo la tutoría de la profesora Ruth Verde Zein. El producto de esa pasantía fue publicado en 2013, con el título Las huellas que revela el tiempo.

Hago parte de una generación que desde Colombia vio el mundo con los ojos de quienes buscan en la distancia respuestas a los problemas cotidianos. La violencia política, la inequidad social, la segregación, los conflictos en los territorios y la miseria que campea en las ciudades inducen la ilusión de que allá afuera, lejos de nuestras fronteras, se vive en un mundo mejor. Deseamos siempre evadir los problemas, hacer de cuenta que no son los nuestros. La evasión permanente, durante las últimas décadas del siglo XX, hacía parte del comportamiento cotidiano. Siempre afectos a lo convencional, admi­ramos sin reparo lo canónico.

[AAG]: Profesor Anzellini, después de obtener su diploma de arquitecto, en momentos diferentes (1981, 1984, y 2000), tuvo la posibilidad de realizar estudios de especialización en Holanda, en el IHS.

¿Cuáles fueron las motivaciones y el contexto intelectual que enmarcaron estas nuevas etapas en su formación profesional? ¿Podría contarnos detalles acerca de estas experiencias en el extranjero?

Por otro lado, en su más reciente etapa formativa, tras casi cuatro décadas trabajando como diseñador y como docente, decidió realizar la Maestría en Arquitectura en la misma Universidad de los Andes. ¿Cuáles fueron las dificultades o las ventajas personales, académicas, etc., que se le presentaron?

[SAF]: El entusiasmo que significó el contacto con los problemas del hábitat social y los procesos de urbanización desbocada de nuestras ciudades —en los que la arquitectura era central— y los lazos que construimos en torno a esta sensibilidad motivó que algunos de nosotros organizáramos grupos de estudio comprometidos con los problemas del país; especialmente, la vivienda social, que se percibía como el problema más sensible y urgente para nuestra profesión en nuestro entorno. Destaco especialmente la creación del Centro de Estudios Comunitarios Aplicados (CECA), que fundó y dirigió por varios años nuestra compañera Clemencia Escallón, y que fue un apoyo fundamental en mi plan de estudios de posgrado, que realicé en Holanda, en el Bouwcentrum. El Bouwcentrum, luego IHS, era una institución muy peculiar, reconocida internacionalmente, y especialmente en nuestro medio, por ser un think tank sobre la vivienda y los problemas del desarrollo; sobre todo, en el Tercer Mundo. Lideraba, con otros centros académicos y de estudio, como la Architectural Association School of Architecture, de Londres, una especie de secesión de la arquitectura moderna. También el Gobierno holandés ofrecía becas interesantes, que incluían, además de expensas y matrículas, viajes de estudio. Durante mi posgrado, que realicé en varias temporadas, tuve oportunidad de hacer viajes de estudio a Túnez, a Egipto y a Perú; también, viajes por Holanda y por Europa, analizando asentamientos humanos no planificados y proyectos experimenta­les. La actitud era de exploración crítica sobre la función social de la arquitectura, y también, de propuestas sobre su compromiso disciplinar. Recuerdo especialmente el primer viaje, al iniciar los cursos: un recorrido por los Países Bajos y el norte de Francia viendo los estragos que había hecho el tiempo, en un lapso de pocos años, en los grandes proyectos residenciales que proponía la arquitectura de los CIAM en la reconstrucción europea de la posguerra y la necesidad de explorar propuestas alternativas, como las del Team 10, Aldo van Eyck, Christopher Alexander, John Turner, John Habraken y otros. Luego de la primera temporada de mi posgrado, fui invitado a trabajar en Stitching Architecten Research de Eindhoven, el centro de investigación fundado por Habraken, concentrado en la exploración de su teoría de soportes, que apliqué en un proyecto de vivienda social para una comunidad en Dosquebradas, en Colombia. Luego, de vuelta en Bogotá, entre esta etapa y mi segunda temporada de posgrado, invitado por el IHS, recabamos, durante dos años, con María Inés, información sobre tres asentamientos populares de Bogotá, para así completar nuestra propuesta metodológica de análisis de la progresividad de los asentamientos populares en nuestro medio. Este trabajo ha sido base fundamental de toda mi producción académica y de investigación.

Es importante señalar que en las décadas de los ochenta y los noventa no era usual que los arquitectos cursaran estudios de posgrado; el ethos era la experiencia, el oficio, los negocios; trabajar, preferiblemente, en oficinas privadas o, incluso, abrir las propias oficinas de diseño o de promoción y construcción de proyectos. Yo fui uno de los pocos que se interesaron en hacer posgrado y exiliarme por un tiempo: en los cursos y la investigación hechos en el IHS y en el SAR de Holanda, estuve inmerso por varios años; sin embargo, el título no era importante: de hecho, no me interesé en homologarlo como maestría. Ya, en la nueva fase de la Universidad de los Andes y de la Facultad de Arquitectura del siglo XXI, en la que, luego de años de discusión y exploración, se lanzó la primera maestría, surgió la necesidad imperativa de formalizar las credenciales académicas. Es así como fui invitado por la facultad a inscribirme en esta Maestría de Arquitectura, gesto que agradecí y me motivó a asumir el reto con entusiasmo. Fue interesante, pues, por un lado, tuve la oportunidad de actualizarme en lo académico: algunos de mis profesores ahí eran colegas con quienes había compartido cursos e investigaciones, y algunos, incluso, habían sido alumnos míos. Por otro lado, la maestría también me ofreció la oportunidad de recoger, ordenar, documentar y reflexionar sobre mi experiencia como profesional y como investigador en un tema en el que he estado involucrado por años, que es el de reasentamientos y asentamientos humanos.

Figura 8. Reunión de exalumnos la Universidad de los Andes. De derecha a izquierda: los arquitectos Stefano Anzellini, Clemencia Escallón, David Serna y Nicolás Rueda.

Fuente: archivo personal O.Prieto.


Figura 9. Reunión de profesores en la Universidad de los Andes. Entre otros profesores presentes: Juan Pablo Aschner, Antonio Manrique, Marc Jané.

Fuente: archivo personal O. Prieto.


Figura 10. Departiendo con su hijo Martin Anzellini García-Reyes (actual director del Departamento de Arquitectura de la Universidad Javeriana), y con Daniel Feldman.

Fuente: archivo personal O. Prieto.


[AAG]: Hoy, después de una reconocida y brillante carrera profesional de casi medio siglo, ¿cómo percibe usted el presente de la enseñanza de la arquitectura y del urbanismo en Colombia?

Por último, además de los retos que implica actualmente la crisis producida por la pande­mia, ¿hacia dónde considera que deben mirar las facultades y las escuelas de arquitectura para evolucionar y mejorar la calidad de sus programas?

[JVRN]: Las primeras décadas del siglo XXI han puesto en evidencia una sucesión de procesos críticos para el planeta; el impacto sobre la comunidad urbana ha sido negativo. La ciudad heredada del siglo XX es hoy —para sus habitantes— una ciudad incómoda. El panorama de los problemas actuales se asemeja a un paisaje atiborrado por escarpadas cimas que denuncian profundos icebergs; cada uno de ellos es testimonio de complejos procesos de transformación de las condiciones físicas y ambientales del planeta. Los sistemas de ciudades —territorios extensos e interconectados— tienen como factor común la suma de sus crisis.

Hoy, frente a la pantalla de nuestro computador, pensamos en la dimensión de nuestra actividad académica. La respuesta fácil es apostar por la "academia a distancia". La experiencia de un largo año aprendiendo sobre la marcha los comandos de las conferencias en línea nos muestran posibilidades para aprender y explorar en los universos digitales. La posibilidad de citar reuniones con participantes invitados del mundo nos ha acercado; ha hecho factible escuchar voces difíciles de reunir en nuestro medio, por problemas económicos o por dificultades en la disponibilidad de tiempos para viajar desde lugares distantes o complejos. Hemos reconocido que hay diferencias de horarios en el tiempo que no es real. Hemos entendido que debemos ordenar por husos horarios los grupos de invitados; hemos aprendido a relacionar idiomas cercanos o lejanos; hemos comprendido que la sencillez aparente de la comunicación digital depende de nuestros sistemas, nuestros instrumentos, nuestras redes, nuestras coberturas.

La labor académica, en la actualidad, no depende de la dualidad presencialidad/digitalización. Los argumentos son pedagógicos y superan esas dos circunstancias. La labor docente —en nuestro caso, en arquitectura—, no se cumple exclusivamente en los salones de clase. Las conversaciones de corredor o el encuentro alrededor de las mesas en la cafetería son momentos donde surgen preguntas inéditas, donde se comparten pensamientos en proceso, donde la expresión no convencional puede aclarar un difícil problema teórico. En investigación, es fundamental la visita a los fondos documentales en los archivos. En la mayoría de los casos, los documentos primarios no están digitalizados, pues solo cuando son frecuentemente requeridos por investigadores las instituciones optan por su escaneo. Las bibliotecas, con sus volúmenes atesorados, son lugar ineludible para un investigador. Como en el caso de los archivos, los textos digitalizados hacen parte de una reducida selección, que la mayoría de las veces no coinciden con los requeridos en una investigación sobre temas inéditos.

Las tareas, los argumentos, las experimentaciones en las propuestas de los lugares contem­poráneos para habitar exigen de las instituciones académicas cambios profundos. El porvenir de nuestra disciplina depende de la capacidad que tengamos para proponer maneras alternativas de procesos ajustables a la inmediatez de las crisis. Cuando el futuro es incierto, la imaginación adquiere el compromiso de responder a la razón preguntas nunca formuladas. La universidad debe ser tan flexible en sus currículos como imaginativa en las maneras de enfrentar los ciclos de las crisis.

[SAF]: En Colombia hay buena arquitectura, buenos arquitectos; sin embargo, son pocos, y son muchas las escuelas que gradúan por cientos arquitectos todos los años, con una preparación dudosa. Los grandes proyectos que se monitorean y se planean cuidadosamente en concursos, normalmente, son excelentes. Pero, lastimosamente, los proyectos cotidianos, los de vivienda y pequeñas instalaciones, los que constituyen el grano fino de la edificación de nuestras ciudades y nuestros pueblos, son de una mediocridad deprimente: o repiten por miles, como un sello mal diseñado, fórmulas de apartamentos y conjuntos que se enfocan más en satisfacer a los inversionistas y a los constructores que en generar bienestar a los habitantes y belleza al paisaje y a la ciudad, se resignan a ser mera edilicia y renuncian a la auténtica arquitectura o, de manera pretenciosa, copian fórmulas ajenas a nuestra cultura y nuestros recursos. Se requiere no solo elevar la calidad de la enseñanza y la de los docentes universitarios, sino también, repensar la carrera por niveles, permitiendo opciones de énfasis diferenciados: técnicos, teóricos, de gestión, de creación, etc., que, si se conciben por etapas podrían permitir carreras cortas, de tipo técnico, que conecten de manera rápida y efectiva con el mercado laboral, y que permitan, si se quiere, una continuación posterior para una carrera universitaria, o más allá. También es hora de afinar nuestro lenguaje, nuestra visión y nuestra posición profesionales. Para esto, las maestrías y los doctorados que ahora se están diseñando y ofreciendo son clave; se tiene ya clara la necesidad del trabajo interdisciplinario, del uso de herramientas gráficas interactivas, de dispositivos y procesos que permitan visualizar la construcción de espacios cargados de significado, y de comunicar y evaluar las decisiones de manera iterativa y ágil.

En cuanto a la pandemia, todavía estamos en el vórtice de la catástrofe, que nos impide ver con claridad la nueva normalidad que nos espera. Intuyo que el mundo no dará el tumbo escatológico que anuncian los profetas del desastre; como optimista irredento que soy, intuyo que la normalidad volverá, y que el nivel de conciencia sobre la importancia de corregir y equilibrar mejor nuestro espacio físico y espiritual será mucho mayor; habrá más sensibilidad sobre la importancia de la vida en común, el ambiente sano, el hogar, la escuela, el trabajo. La arquitectura en esto será fundamental, nos espera un reto grande. La tendencia inercial del modelo de desarrollo que traíamos está en tela de juicio. Tendremos la oportunidad de proponer y crear espacios que antes parecían innecesarios o inalcanzables.


Conclusiones

Hasta hace muy poco —o quizás, aun hoy—, la historia de la arquitectura en Colombia se ha ocupado, exclusivamente y de una manera casi obsesiva, por aquellos "hacedores" —retomando el hermoso epíteto que sirve por título a un cuento de Jorge Luis Borges—, cuyas ideas se han visto materializadas, lo que les confiere el estatus de verdaderos creadores. Mientras tanto, la actividad de los "formadores" en las escuelas de arquitectura, e incluso fuera de ellas, permaneció siempre relegada a un segundo plano —salvo, claro está, por algunos de aquellos que habían ejercido simultáneamente ambas actividades—; sin duda, dicha dicotomía ha contribuido a perpetuar en nuestro medio algunos clichés cuyas consecuencias profesionales no son pocas, ni menores, y es por ello por lo que nuestro objetivo con estas entrevistas apunta, en buena medida, a otorgar visibilidad como sujetos históricos a los "formadores" nacidos entre 1940 y 1960.

Figura 11. Sesión de Taller en la Universidad de los Andes.

Fuente: archivo personal O. Prieto.


Lo cierto es que el conjunto de testimonios de profesores con trayectorias tan reconocidas en el medio académico, como Anzellini, Carrasco, Del Castillo, Pérgolis, y Ramírez, podría servir como puntal de una historia que aún está por escribirse, alejada, eso sí, de los panegíricos institucionales que poco o nada aportan a la construcción de una visión crítica sobre la enseñanza de la arquitectura y el urbanismo en Colombia. La heterogeneidad de los orígenes, las experiencias, y los perfiles de cada invitado a estas entrevistas alimenta la potencial riqueza de nuestra iniciativa: en su rol —casi siempre múltiple— como actores sociales, docentes, artistas, intelectuales e investigadores, e incluso, como hombres de negocios, cada una de estas experiencias personales aporta un sinnúmero de elementos y pistas indispensables para la comprensión del estado actual de la profesión en el país, y de sus perspectivas a futuro. Ahora bien, en las series de entrevistas por venir, dicho panorama será enriquecido por protagonistas de esta historia cuyo perfil profesional no corresponde al del arquitecto: tendremos, entonces, los testimonios de historiadores, economistas y sociólogos cuya actividad docente fomentó nuevas perspectivas dentro de las escuelas de arquitectura planteando otros interrogantes y otras visiones de ciudad y de sociedad, necesarios para la formación de las nuevas generaciones de arquitectos y urbanistas —aquellas nacidas entre 1970 y 1990; es decir, quienes están hoy en plena actividad—.



Notas

1 Universidad de Al Qarawiyyin



Referencias

Angulo Flórez, E. (1986). AA.VV, (1986), Cincuenta años de arquitectura. Universidad Nacional de Colombia, Bogotá, 1936-1986, Bogotá. Asociación de Arquitectos de la Universidad Nacional de Colombia.



Inicio