https://doi.org/10.14718/RevArq.2022.24.3994
Mishell Echeverría
Arquitecta, Universidad Central del Ecuador (Ecuador)
Facultad de Arquitectura y Urbanismo
Master en Gestión y Práctica Docente, Pontificia Universidad Católica. Quito (Ecuador).
https://scholar.google.com/citations?hl=es&user=23CgJYAAAAAJ
0000-0002-6541-2984
rmecheverria@uce.edu.ec / emishell@hotmail.com
Recibido: abril 9/2021,
Evaluado: junio 21/2021
Aceptado: enero 18/2022
Para citar este artículo / to reference this article: Echeverría, M. (2022). La intervención y la planificación de la vivienda en la formalidad o la informalidad. Revista de Arquitectura (Bogotá), 24(2), 72-83. https://doi.org/10.14718/RevArq.2022.24.3994
Resumen
La arquitectura es un reflejo de la sociedad, y cambia, al igual que van cambiando el pensamiento filosófico, la política y la economía. Actualmente, la sociedad es más diversa, menos jerárquica, lo que lleva a cambios en las estructuras sociales; por ende, la concepción de la vivienda también debe ser diferente, y se replantea el bienestar de los individuos a futuro. La misma vivienda ha evolucionado: con la influencia de los procesos de modernización se ha convertido en una mercancía, y su análisis se realiza generalmente desde los aspectos técnicos, formales y económicos, dejando de lado los problemas sociales y la falta de satisfacción de las necesidades del habitar, lo que causa un incremento del déficit cualitativo en la problemática habitacional; sobre todo, en los países latinoamericanos. Desde la noción bourdiana del habitus se pretende entender cómo cada individuo ordena su espacio y produce domesticidad, pues al entender a los individuos y sus necesidades se puede intervenir y proyectar a futuro, lo que lleva a repensar el rol de la arquitectura, que a veces solo trata al objeto arquitectónico como un elemento físico. La arquitectura tiene un aporte en el ámbito social, y se puede incluir la participación de los usuarios en la planificación y la intervención de la vivienda, donde afloren las necesidades, las experiencias y, sobretodo, el sentimiento de empoderamiento del lugar.
Palabras clave: arquitectura; cotidianidad; déficit cualitativo; habitar; participación social
Abstract
Architecture is a reflection of society, and it changes, just as philosophical thinking, politics and economics change too. Today, society is more diverse and less hierarchical, which leads to changes in social structures. Therefore, the conception of housing must also be different, and the future well-being of individuals is being reconsidered. Housing itself has evolved: with the influence of modernization processes, it has become a commodity and its analysis is generally made from the technical, formal and economic aspects, leaving aside social problems and the lack of satisfaction of life's necessities, which causes an increase in the qualitative deficit in the housing problem, especially in Latin American countries. From the Bourdian notion of habitus, the aim is to understand how each individual organizes his or her space and produces domesticity, It is through understanding individuals and their needs that it is possible to intervene and project for the future, This leads to rethinking the role of architecture, since sometimes it only treats the architectural object as a physical element. Architecture has a contribution to make in the social sphere, and the participation of users in the planning and intervention of housing can be included, where needs, experiences and, above all, the feeling of empowerment of the place can emerge.
Keywords: architecture; dwelling; everyday life; qualitative deficit; social participation.
Introducción
Este artículo hace parte de los resultados de la tesis doctoral titulada Expresiones identitarias contemporáneas en la vivienda autoproducida de Quito, que se realiza dentro del programa "Ciudad, Territorio y Sustentabilidad" con la Universidad de Guadalajara, en convenio con la Universidad Central del Ecuador. La investigación tiene como finalidad analizar a profundidad la informalidad de la vivienda en la complejidad que refleja el habitar.
Al proyectar una vivienda, aparecen cuestiona-mientos como: ¿a quién está dirigida?, o ¿cómo se pueden resaltar elementos locales dentro de la arquitectura? Estas forman parte de las permanencias y las rupturas que aparecen después de la influencia de la Modernidad, donde las propuestas de arquitectura moderna promueven diseños homogéneos, que coinciden con los procesos de industrialización; pero cada lugar presenta diferencias, porque incluso los países latinoamericanos no tienen la misma realidad de las potencias mundiales; entonces, las soluciones urbano-arquitectónicas no pueden ser equiparables, ni homogéneas ni generalizables, y tampoco se puede tratar a la arquitectura como un objeto desechable, fruto de una sociedad consumista, sin tomar en cuenta el valor implícito como testimonio material de la sociedad y su nivel de desarrollo.
La vivienda no solo es un objeto que da abrigo y protección, es el escenario de la cotidianidad donde los individuos desarrollan su forma de habitar en un lugar concreto con forma material: también es reflejo de las ideas que tiene el individuo del mundo; por ello, dentro del habitar se toman en cuenta dos aspectos: por un lado, los hechos físicos y su relación entre los objetos y el individuo, y por otro lado, la subjetividad donde entran elementos como espacio-tiempo y la relación con el contexto (Echeverria & González, 2021). Por eso, incluir el análisis de la cotidianidad en el momento de diseñar o intervenir la vivienda es una forma de responder al déficit cualitativo y a las particularidades de la época y el lugar.
La necesidad de vivienda del siglo XXI
La vivienda es un tema recurrente de análisis desde la Revolución Industrial, periodo en el que se desarrollaron y se difundieron estudios y manifiestos sobre el derecho de acceso a la vivienda a escala internacional, lo que también implica lograr un desarrollo equitativo del territorio a través de programas y estrategias en relación con las necesidades y los recursos de los países. Pero en la actualidad, el problema ya no es la falta de vivienda, sino su costo, como consecuencia del creciente valor del suelo, que también genera una constante reducción de la superficie de esta, lo cual provoca que el déficit cualitativo sea más alto que el déficit cuantitativo en el ámbito social.
Existe un permanente debate sobre el acceso a una vivienda adecuada, pero los indicadores que se utilizan se basan en estructuras durables y áreas suficientes para vivir. Si bien son indicadores de orden cualitativo y cuantitativo relacionados con las necesidades espaciales de los usuarios, no son suficientes para el análisis de la vivienda. Por ello, las estrategias de dotación de vivienda, sobre todo en países latinoamericanos, han limitado sus programas a una producción masiva sin cumplir con los requerimientos mínimos de habitabilidad; así, tenemos espacios reducidos, sin que se atienda a las necesidades de los núcleos familiares ni se responda a las condiciones topográficas, físicas y culturales de cada lugar.
El sistema económico capitalista tiene un modelo basado en la maximización de beneficios a través de la acumulación de capital y la iniciativa privada, este modelo influye directamente en el mercado del suelo, por ende, el suelo se ha convertido en un bien de cambio y un negocio muy rentable a través de la especulación inmobiliaria; en consecuencia, no se atiende a las necesidades de los habitantes y, más bien, aparecen: segregación social, zonas favorecidas, áreas congestionadas, áreas con conglomerados de edificios, áreas vacías, o áreas exclusivas para un grupo dominante.
En el siglo XXI, más del 50 % de la población vive en zonas urbanas, pero en Latinoamérica el problema de acceso a la vivienda es cada vez mayor, y llega al 37 % de déficit cuantitativo. En general, los programas de vivienda se centran en el ámbito cuantitativo y el desarrollo que estimule las respuestas hacia el mercado, aunque son muy pocos los programas que se centran en los hogares con menos recursos; tampoco se toma en cuenta la calidad incluso de las viviendas existentes y, peor aún, aparece una respuesta hacia términos culturales. Otra problemática es que dentro de este porcentaje existe un déficit cualitativo que evidencia el aumento de la informalidad de la vivienda.
Con una muestra de quince países, se puede decir que el 25 % de la población de América Latina vive en asentamientos informales (Bouillon, 2012), lo cual evidencia que los programas de vivienda no atienden a sectores pobres o menos favorecidos; además, aparecen otros fenómenos, como la especulación de todo tipo de suelo, lo que se conoce como ciudad negocio, donde las dinámicas de la ciudad solo responden a los aspectos económicos y se desvinculan de las necesidades reales (Borja, 2011). En el estudio de la vivienda, este fenómeno se da con el sector inmobiliario, que mueve constantemente el mercado habitacional.
El déficit de vivienda no se contrarresta simplemente con urbanización, como si fuera una relación de oferta y demanda, como si la vivienda fuera un objeto más del mercado: el déficit incluye un desajuste entre las necesidades socialmente definidas de la habitación, la producción de vivienda y los equipamientos residenciales (Castells, 1998). Es importante destacar que los objetos inmobiliarios, al ser entendidos como mercancías, poseen un valor de uso y un valor de cambio, el cual se da porque son producidos por capital, pero la particularidad de las mercancías inmobiliarias es que también incluyen el valor del suelo, que depende de la localización en la ciudad, por lo que muchas viviendas se convierten en inaccesibles para la mayoría de la población.
Obviamente, el tema más delicado en el acceso a la vivienda es la financiación de esta: si sus destinatarios son personas de escasos recursos, sus ingresos no les permiten acceder a un crédito, pues las familias están preocupadas por satisfacer sus necesidades básicas, y por lo menos el 50 % de la población de escasos ingresos tiene empleo informal (Rubio & Coronel, 2018). A estos problemas se suman las políticas del mercado, la forma de urbanizar del sector privado y la falta de respuesta de políticas públicas. Por ello aparece el urbanismo especulativo, que da lugar a la ciudad informal, lo cual también se debe a las políticas urbanas que generan segregación imponiendo modelos urbanos, polarización, destrucción de relaciones colectivas (Carrion, 1992) y apropiación de cualquier tipo de suelo por parte de sus habitantes, incluso fuera de los límites urbanos; sobre todo, en las periferias de la ciudad, como se observa en la figura 1.
Figura 1. Vivienda en las periferias de Quito, en sectores de riesgo, en el noroccidente.
Fuente: elaboración propia (2021) CC BY
En el Ecuador, según los datos obtenidos en el último censo (2010), el déficit de vivienda en lo cuantitativo es del 18,88 %, mientras que el cualitativo es 33,12 %, y ello refleja que el 52 % de la población tiene algún tipo de problema con respecto al lugar que habita (INEC, 2010). Y el Ecuador, así como Latinoamérica, no ha podido solventar la falta de servicios como el alcantarillado o la energía; tampoco, problemas espaciales —número de cuartos— ni problemas funcionales de la vivienda, y los materiales para construirlas no son los óptimos.
La vivienda es un derecho que tienen todos los individuos, pero ¿qué tipo de vivienda? He ahí la pregunta; así, aparecen una serie de debates sobre lo que constituye la vivienda digna, sabiendo que existen millones de personas con esta problemática. Parte de la Nueva Agenda Urbana que propone ONU-Hábitat y sus Objetivos para 2030 reconoce el derecho a la vivienda adecuada y el mejoramiento de asentamientos precarios como elementos fundamentales para el desarrollo urbano sostenible. Una vivienda adecuada mejora de forma continua las condiciones de vida; además, incluye el disfrute de los derechos económicos, sociales y culturales (ONU, 2000). El término vivienda digna proviene de la Declaración Universal de Derechos Humanos, en 1948, donde se reconoce el derecho a una vivienda que brinde protección y privacidad.
Entonces, la vivienda es considerada uno de los elementos más importantes cuando se analizan las condiciones de vida, y por ello su problemática es uno de los mayores retos en Latinoamérica; además, es uno de los indicadores de la calidad de vida y de la dinámica económica. A esto se suman elementos socioculturales y ambientales; es decir, para el análisis de la vivienda también es necesario un análisis económico del mercado inmobiliario, comparado con las condiciones para la adquisición de vivienda (Acosta, 2009).
Frente a la imposibilidad de acceder por la vía formal, y cuando el mercado no tiene una oferta, aparecen alternativas por las que optan las personas de escasos recursos, como la vía informal, donde se encuentra la autoproducción como una forma creativa y natural a la necesidad de cobijo y al margen de la arquitectura de autor o de la construcción oficial (Salas, 1991, p. 37). En general, la autoproducción se da mediante recursos propios, con préstamos de amigos o vecinos, y arriesgando así las pocas pertenencias que se tienen. Este tipo de hábitat tiene que ver con precariedad constructiva, inestabilidad de la tenencia, segregación territorial, e ilegalidad, y su ubicación en áreas centrales de la ciudad, con hacinamiento para poder pagar la renta elevada, o en las periferias, donde hay baja calidad de servicios habitacionales. Además, otro de los riesgos es que dentro de la informalidad también existe un submercado de tierras, riesgos en los créditos, inseguridad física y psicológica de las familias.
A pesar de los riesgos que corren los usuarios por la falta de conocimiento y la falta de previsión de soluciones constructivas, dichas respuestas alternativas son parte de la práctica social y cultural, y no se las puede invalidar ni omitir, ya que las innovaciones se generan en la vivienda donde se satisfacen de forma espontánea las necesidades, como lo muestra la figura 2, y donde también se aplican procesos constructivos tradicionales (Wisenfeld, 1997).
Figura 2. Soluciones constructivas espontáneas
Fuente: elaboración propia (2021) CC BY.
La morfología de la ciudad responde a conflictos entre lo formal y lo informal
En la ciudad existen la formalidad y la informalidad, como dos escenarios contrarios por diferencias culturales y sociales; pero, a su vez, son dos escenarios que se complementan. Por un lado, la informalidad tiene una enorme presencia en el mundo entero, y con más fuerza, en zonas rurales por los altos índices de pobreza y la falta de acceso a bienes y servicios. Puede darse en ciudades pequeñas o intermedias, sin que ello deje de lado a las grandes ciudades, pero la respuesta en cada lugar depende de los antecedentes, los momentos históricos, la localización y el tamaño, lo que lleva a hablar de diversas escalas y particularidades.
En la formalidad se encuentran incluidos los proyectos de vivienda de interés social, conformados por viviendas con condiciones mínimas, que responden al déficit cuantitativo habitacional de los sectores más vulnerables; tal tipo de vivienda es una respuesta por parte del Estado que prioriza el bajo costo, pero en el cual también se sacrifica la calidad del diseño. Pero cuando se da por medio de la autoproducción aparecen expresiones desde la experiencia, desde el intercambio entre el individuo y su entorno. Aparecen relaciones de cooperación y de colaboración, que se trasmiten de forma social y cultural; por ello, el usuario es quien da respuesta a sus propias necesidades, no existe un patrón o una norma (Romero & Mesías, 2004).
La formalidad incluye jerarquización de recursos, servicios, conocimiento disciplinar; debido a eso, el rol del arquitecto es modelar, diseñar, planificar y construir un bien, pero uno que está al servicio del capital. Desde esa perspectiva, el arquitecto responde a un usuario anónimo, limitado por la estandarización o la tipificación de la vivienda. La ciudad formal es la planificada por urbanistas que cumplen códigos, pero dejan al margen a los habitantes, sin reconocer las carencias ni la realidad social o cultural de quienes ocupan el espacio.
Estos fenómenos se hacen evidentes con el crecimiento acelerado de la ciudad, donde los nuevos asentamientos absorben a comunas indígenas y se mezclan las estructuras de la localidad. Así, los asentamientos populares quedan adheridos a las periferias, y en algunos casos, incluso, se mimetizan; sin embargo, con la arquitectura moderna, que implanta ideas de una vivienda planificada, diseñada, estas mixturas o diseños fuera de los cánones son criticados, aunque son procesos muy normales.
Quito tiene un crecimiento acelerado, pero, por más planes urbanos que haya tenido la ciudad, el verdadero crecimiento se da por un modelo comercial de expansión de mercados que se ha favorecido por la dotación de infraestructura de inversión pública, para luego expandirse con construcciones. Poco a poco, el suelo agrícola se convierte en suelo urbano, y se incrementa de forma exponencial el valor del suelo; así, resulta una buena inversión la venta tanto de terrenos como de construcciones que, en su mayoría, son urbanizaciones cerradas.
La vivienda, al dejar de ser un derecho y convertirse en un negocio de especulación del mercado, produce un desarrollo desordenado, a lo que se suman otros problemas sociales y ambientales, como la proliferación de zonas de riesgo, la persistencia del mercado informal, la falta de reglamentación y normativa, y estructuras urbanas ineficientes, disfuncionales y con dificultades en la dotación de servicios (MIDUVI, 2015). Por parte del gobierno, las respuestas tienen dos caminos bien marcados: por un lado, la vivienda de interés social, cuyas propuestas de vivienda se dieron principalmente durante la década de 1970, con la construcción de vivienda modular de 35 m2 (Ordóñez & Serrano, 1973), donde se crean urbanizaciones con grupos de vivienda en hileras, muy similares a los modelos de vivienda colectiva destinados para la clase obrera, que se realizan en Europa. Y el otro camino es legalizar los asentamientos informales, que tienen otras condiciones y características, como otro método de control por parte del Estado.
A finales de los años noventa del siglo XX cambió el papel del Estado en la política habitacional, por cuanto este se convirtió en un ente prestamista y articulador de acciones de intervención, y dejó de lado su participación como ejecutor de vivienda. Es así como en 1998 se estableció el Sistema de Incentivos para Vivienda (SIV), que promueve modelos de financiamiento con la ayuda de actores externos al gobierno. Pero la baja capacidad adquisitiva de la población y la dificultad para acceder a créditos no permiten cubrir la demanda.
En 2008 se incluyó en la Constitución ecuatoriana "el acceso a una vivienda digna y adecuada" como eje fundamental que permite revertir la segregación socioespacial y asegura el acceso al hábitat. A partir de 2010 se promovió un esquema de crédito hipotecario con la ayuda del Banco del Instituto Ecuatoriano de Seguridad Social (BIESS), que, como empresa estatal, aumenta el acceso a la vivienda de la población y facilita la liquidez del sistema bancario privado mediante la inversión en vivienda y la prestación de créditos favorables para la adquisición de viviendas.
Pero persiste la inequidad urbana. Aproximadamente 2,8 millones de personas de la población ecuatoriana siguen localizados en zonas de amenazas, zonas protegidas que son declaradas no habitables, y sin dotación de servicios (MIDUVI, 2015), lo cual demuestra que la población más afectada por la segregación, la inequidad y la exclusión por parte de las prácticas inmobiliarias especulativas es la de bajos recursos, a la que también se puede reconocer como los sectores populares.
En contraste con estos datos, en Quito se puede percibir un constante crecimiento del mercado inmobiliario desde 2018, que se evidencia por el aumento del número de permisos para construcción de edificaciones que se han solicitado desde 2015. De acuerdo con los reportes del Instituto Nacional de Estadísticas y Censos, entre las características de la oferta más comunes están: los departamentos, con el 41,64 %, a diferencia de las casas, que tienen una oferta del 27,77 %. El resto de la oferta se divide entre oficinas, locales comerciales y terrenos.
El sector de la construcción es uno de los que tienen más incidencia en la economía del país; por lo tanto, la vivienda tiene un rol importante y es decisiva al momento de proyectarla para que cumpla con las condiciones necesarias a fin de mejorar la calidad de vida de los habitantes. Es necesario tener un modelo de gestión a futuro y determinar el papel que cumple el mercado inmobiliario en él, así como establecer las políticas sobre el suelo y generar estrategias sobre construcción de vivienda, diversidad, mixticidad y rehabilitación.
Aplicar un modelo económico neoliberal en el país, en el que conciba al mercado inmobiliario como la forma más efectiva de repartir bienes fortalece la responsabilidad individual y tras-forma la idea de Estado de bienestar a la idea de modernización de las ciudades con una equidad social incierta; pero existen más problemas que soluciones, pues dicho modelo incrementa la desregulación y la privatización, y al ser la respuesta del gobierno para solo el 5 % de la población, aparece el otro camino al acceso de vivienda, que es la informalidad, que se entiende como el reflejo directo del modo de vida de los habitantes, su comunicación, sus imaginarios, las relaciones personales y el empoderamiento del lugar dentro de la vida cotidiana donde se perciben patrones de comportamiento.
Metodología
Para analizar el habitar se retoma el análisis de la cotidianidad, por ser un espacio donde el individuo no solo se relaciona, sino donde también aparecen dinámicas permanentes, espacios, ritmos y tiempos. En la cotidianidad no existe una relación lineal: más bien, es una relación de intercambio entre individuos que se desenvuelven en un contexto social con niveles de organización y jerarquía, y donde responden a un sistema de necesidades.
La metodología para el análisis de la vida cotidiana tiene varios elementos: actividades, espacio y tiempo, cada uno de los cuales se subdivide en categorías, como lo describe la figura 3. En primera instancia, están todas las actividades que se realizan a lo largo del día, lo que se reconoce como una rutina, actividades que Adriana Ciocoletto (2014) dividen esferas. Estas tienen, a su vez, cuatro categorías: esfera productiva, esfera reproductiva, esfera propia y esfera comunitaria. Luego está el espacio, al que se reconoce como escala, y por último, el tiempo, que es la duración de cada actividad.
Figura 3. Diagrama de los elementos de la cotidianidad
Fuente: elaboración propia (2021) CC BY.
Para profundizar más en la explicación de cada categoría, en la figura 4 se muestra la relación entre los elementos de la cotidianidad. Las esferas, que son las actividades, se dividen en cuatro categorías. Primero las productivas, que albergan todas las actividades de producción de bienes y servicios, y son las que tienen remuneración. En segundo lugar, las actividades reproductivas, que se realizan para la convivencia y el cuidado de los integrantes de la familia; también se las conoce como actividades domésticas, y no cuentan con remuneración. Luego se encuentran las actividades propias, que se refieren al desarrollo personal, e incluyen la vida social, el deporte, el ocio y el tiempo libre. Y por último, las actividades políticas, que se refieren a las actividades en comunidad, se desarrollan de forma continua de generación en generación y se manifiestan con la participación social, política y cultural. En cuanto a los espacios, que Ciocoletto (2014) llama escalas, existen tres categorías: la vivienda, como escala inmediata; luego la escala de barrio, y la escala superbarrial, o de ciudad, donde se completan algunas actividades cotidianas.
Figura 4. Diagrama de las dimensiones de análisis dentro de la cotidianidad
Fuente: elaboración propia (2021) CC BY.
Según el rol y el género, cada individuo desarrolla las esferas de acuerdo con las actividades que cumple en su rutina; pueden existir rutinas más complejas que otras, y cada actividad se refleja en el uso del espacio. Al relacionar las dos categorías, tanto en el ámbito de actividad como en el espacial, pueden entenderse los movimientos rutinarios del individuo; así, si una persona se dedica más a la esfera propia, el uso de los espacios será lineal; eso, a diferencia de un individuo que combina actividades de cuidado con el trabajo, y que va a utilizar el espacio con movimientos más complejos, a lo que se puede sumar que, a veces, un individuo tiene a su cargo a otros individuos.
Incorporar la dimensión cotidiana en la práctica urbanística le permitió a Ciocoletto un análisis crítico mediante el análisis empírico de la realidad, considerando las tareas que realizan día a día los individuos, y no solo de forma individual, sino también, el grupo de individuos que habitan de forma simultánea un espacio. Claro que la propuesta por Ciocoletto es una herramienta cualitativa que se aplica para definir variables urbanas que sirven para la intervención de la ciudad; pero en el caso de la presente investigación, el propósito es utilizar dichas herramientas enfocadas en el habitar la vivienda, lo que incluye experiencias participativas donde las experiencias de los usuarios pueden ser contribuciones al diseño para la satisfacción de sus necesidades.
Con base en lo anterior, se construyen indicadores, como se observa en la figura 5, los cuales darán como resultado elementos que servirán de información para planificar y gestionar la vivienda. Estos indicadores muestran la relación que tiene el habitar dentro de la vivienda a través de la cotidianidad, y nos permiten entender las necesidades que se relacionan directamente con la calidad de la vivienda; sobre todo, dentro de la informalidad, que, por estar en situación de precariedad, necesita soluciones concretas.
Figura 5. Diagrama de la relación de variables de análisis
Fuente: elaboración propia (2021) CC BY.
Para obtener información se realizaron entrevistas semiestructuradas, que son una estrategia utilizada en investigaciones cualitativas para abordar el análisis de las prácticas cotidianas; en este caso, en un escenario donde se unen dos aspectos del habitus del individuo, que son su individualidad y la forma como se entrelaza su rutina con redes sociales. La técnica de entrevista semiestructurada es mediante una conversación, con el fin de que el entrevistado pueda manifestar sus criterios, en un intercambio de preguntas y respuestas. De esta forma se constituye un discurso que expresa la complejidad de la realidad. Es importante llevar no solo una guía de las preguntas, sino también, un registro, para poder transcribir ciertos datos que aparecen de forma espontánea en la conversación.
Las preguntas se agruparon por categorías. En el caso de esta investigación, se elaboró una ficha que tiene cuatro secciones, como lo muestra la figura 6. La primera sección incluye datos personales que se consideran importantes, tanto del entrevistado como del grupo familiar al que pertenece, al igual que la edad y el rol de cada miembro de la familia y su ocupación. En la segunda sección se incorpora información general sobre la vivienda, sus características, sus condiciones y un listado de los espacios con los que cuenta, y donde se desarrollan las actividades. En la tercera sección se analizan netamente las actividades, se las categoriza según la esfera y la escala a la que pertenecen dentro de la rutina; es decir, en qué horario se desarrollan. Para terminar, se agrega una cuarta sección, con preguntas complementarias sobre participación comunitaria y percepciones de seguridad y participación social.
Figura 6. Diagrama de las categorías de análisis dentro de la entrevista
Fuente: elaboración propia (2021) CC BY.
Todos estos indicadores forman parte del análisis cualitativo que se debe incluir dentro de la planificación y la gestión de la vivienda, que permite responder a interrogantes de calidad, y la satisfacción de necesidades de mejor manera, donde pueden aparecer situaciones de precariedad al ser viviendas informales. Con esos datos pueden buscarse soluciones en concreto; además, este hecho puede servir como punto de partida para determinar las connotaciones que necesitan los diferentes tipos de vivienda.
Resultados
En primer lugar, es importante aclarar que el concepto de vivienda ha cambiado. En las últimas décadas se han producido verdaderas revoluciones productivas, tecnológicas y sociales que implican la revisión de cómo se concibe la vivienda, lo cual implica que en el siglo XXI se debe responder con flexibilidad para cobijar la diversidad de formas de vida que aparecen en la sociedad, o su adecuación, que implica modificaciones. La vivienda es un espacio privado donde se realizan las actividades de la reproducción, tanto para el desarrollo natural como físico y social (Montaner & Muxi, 2010), y a su vez constituye la base de las tareas productivas.
Ser escenario de la vida cotidiana implica tener acceso a servicios y equipamientos, porque la cotidianidad articula la vivienda con el espacio público (Montaner, 2008), lo que también vuelve a los barrios o las urbanizaciones lugares cotidianos; es decir, dentro del análisis se encuentran aspectos físicos como las tipologías de las viviendas, los comercios y las características de infraestructura y equipamiento; empero, no se puede dejar de lado el aspecto social, que tiene que ver con los individuos que lo habitan, sus características, sus actividades económicas, las tasas de ocupación, su nivel económico, su grado de cohesión y de actividad social, la presencia de asociaciones y los tipos de convivencia.
Con estas premisas, la vivienda no puede ser constituida por piezas con funciones determinadas o con nombres únicos, como "sala", "comedor", "cocina", "dormitorio" o "baño": la vivienda se compone de espacios que no necesitan ser predeterminados o condicionados por su superficie, ni por su accesibilidad, ni por su distribución, ni por su uso. Entonces, la vivienda se define por ámbitos especializados (los que necesitan infraestructura o instalaciones específicas), no especializados (espacios compartidos que pueden incluir tareas ligadas) y complementarios (espacios que funcionan asociados a otros espacios), de acuerdo con las características que les den sus habitantes (Montaner & Muxi, 2010), como se observa en la figura 7.
Figura 7. Diagrama de los espacios de la vivienda contemporánea, del texto Reflexiones para proyectar viviendas del siglo XXI
Fuente: elaboración propia (2021) CC BY.
A la vivienda también se la concibe como un objeto que proporciona abrigo o protección de la intemperie; es también el lugar donde se resuelven las necesidades existenciales y axiológicas, que también son necesidades básicas (Max-Neef et al., 1986). La satisfacción de necesidades puede referirse a un problema de adaptabilidad de la vida familiar a la vivienda, lo que requiere el estudio particular de cada familia, y la comprensión de cada espacio significativo para la interacción familiar (Sepúlveda, 1991), tomando en cuenta que el individuo tiene la necesidad de construir su hábitat propio; por ello, la vivienda incluye un proceso de construcción, y los procesos de diseño y construcción están ligados a las tradiciones y a las profesiones implicadas (Rapoport, 1972).
El ser humano es complejo; su forma de vida se va definiendo por las experiencias que vive, conforme cambian su pensamiento, sus creencias y las instituciones a partir de su realidad. Para entender las formas de habitar es necesario analizar la cotidianidad de los individuos, a fin de entender las respuestas arquitectónicas. Dentro de la cotidianidad se observan las rutinas, se entiende el aspecto social, donde hay múltiples variables de análisis que permanecen en constante modificación.
Al resaltar el componente social se puede medir la relación de pertenencia que tienen las personas con el espacio. Este análisis no parte de una visión disciplinar, sino desde la propia idiosincrasia de los habitantes y las condiciones del contexto. Para el caso de la presente investigación, se escogió el barrio Noroccidente de Quito, como se observa en la figura 8. Estos son asentamientos que aparecieron como invasiones y, poco a poco, se han ido consolidando como barrios con grupos de casas populares. Junto a dichos asentamientos aparecen conjuntos habitacionales que se han ubicado en ese mismo lugar aprovechando el declive de las laderas, que genera una vista panorámica a la ciudad, lo cual permite un incremento de la plusvalía de los terrenos desde el punto de vista económico.
Figura 8. Fotografía del barrio Noroccidente de Quito
Fuente: elaboración propia (2021) CC BY.
Las viviendas propuestas por el mercado inmobiliario proponen un modelo estándar que cumple con un diseño espacial de sala, comedor, cocina, dormitorios, baños y garaje; en cambio, las viviendas autoproducidas cubren sus necesidades del habitar creando o acondicionando espacios de forma espontánea, por lo que pueden incluir espacios como un estudio, o incluso un espacio para la desinfección, que en la actualidad ha sido una necesidad, debido a la pandemia, y en algunos casos se ha obviado tener espacios como sala o comedor. Eso demuestra que la forma de producir la vivienda afecta la forma de habitar, y conforme los usuarios permanecen en ella, la adaptan según su propia forma de vida; por ello se debe responder a la heterogeneidad de los usuarios en las características de tamaño, ubicación y espacios; lo que se intenta es responder al concepto de habitar.
De acuerdo con su modo de habitar, en la figura 9 pueden observarse los porcentajes de cómo los usuarios realizan mejoras o ampliaciones. Y en caso de hacer una comparación del habitar antes y después de la pandemia, es evidente que las viviendas de los conjuntos residenciales generaron más cambios que en las viviendas de los barrios del noroccidente: por ejemplo, el comedor y los dormitorios son los espacios más utilizados para teletrabajo y clases virtuales, y en un porcentaje muy pequeño se modifica la sala.
Figura 9. Porcentajes de espacios flexibles que se presentan en la vivienda en los dos escenarios comparativos de estudio
Fuente: elaboración propia (2021) CC BY.
En definitiva, se puede determinar que, para su buen funcionamiento, una vivienda debe tener, como mínimo, cocina, baños y espacios flexibles. Pero incluso dentro de dichos espacios específicos, como la cocina, se realizan múltiples tareas: por ejemplo, preparar alimentos y consumirlos allí mismo, y en algunos casos es un espacio laboral de emprendimiento para la elaboración de productos que se ponen a la venta, e incluir actividades que apoyen el sustento económico en el hogar también es una actividad importante y se la toma en cuenta en las viviendas autoproducidas, donde se asignan espacios para locales comerciales, o bien espacios de arriendo, como dormitorios. Dichos espacios son más difíciles de establecer en conjuntos habitacionales.
En muchos casos, la satisfacción de necesidades requiere ampliaciones o modificaciones para cubrir actividades que ya no tienen cabida dentro de la vivienda, y es en los conjuntos residenciales donde se han realizado más modificaciones y arreglos; es decir, han invertido más en su vivienda para apropiarse y habitarla, como lo muestra la figura 10.
Figura 10. Porcentajes de los cambios que se realizan dentro de las viviendas en los dos escenarios comparativos objeto de estudio
Fuente: elaboración propia (2021). CC BY.
En el momento de valorar los espacios comunes se destacan las actividades con rasgos distintivos, o que tengan algún valor simbólico para los usuarios, porque estos son lugares de apropiación colectiva que se dan de acuerdo con la buena o la mala relación entre vecinos. En la figura 11, los porcentajes muestran cómo dentro del barrio Noroccidente hay más espacios como parques, tiendas de abastecimiento e, incluso, una iglesia, lo cual muestra que los conjuntos residenciales no logran insertarse fácilmente en el tejido urbano de la ciudad, a diferencia de las dinámicas del barrio, donde aparecen de inmediato rasgos físicos y sociales que dan una lectura de unidad socioespacial.
Figura 11. Porcentajes de la relación con la escala barrial que tienen los dos escenarios comparativos objeto de estudio
Fuente: elaboración propia (2021) CC BY.
En el análisis del barrio aparecen imágenes colectivas que definen ese espacio, aparecen jerarquizaciones según las edades de los habitantes; así pues, existen actividades y comportamientos de los jóvenes que se apropian del espacio al reunirse en una esquina, al hacer deporte y acoger cierto lenguaje, incluso en detalles de ropas, signos, música, normas y valores. De igual manera, se encuentran actividades para los individuos adultos.
El hecho de conocerse entre vecinos y tener espacios colectivos aumenta la percepción de seguridad; los individuos que habitan estos barrios se sienten identificados tanto con su vivienda como con el barrio y con equipamientos como las canchas o las calles: a pesar de no ser de buena calidad, para ellos son suficientes porque les permiten su uso y su disfrute, como se observa en la figura 12. En cambio, en los conjuntos residenciales, al tener diseños impuestos, pueden obviarse varias actividades y se establecen modelos como una simple sala de reuniones, que no siempre cumple con los requisitos, las actividades o las necesidades que tienen los individuos.
Figura 12. Fotografía de actividades barriales
Fuente: elaboración propia (2021) CC BY.
En cuanto al tema de seguridad, en los conjuntos residenciales se opta por rejas en las puertas y las ventanas de los primeros pisos, o por cerramientos altos, además de cercas eléctricas y alarmas, pero a pesar de todos estos implementos, los habitantes tienen sensación de inseguridad; en cambio, dentro del barrio Noroccidente no existen guardias, hay menos cerramientos o implementos de seguridad, pues de acuerdo con las entrevistas, existe mayor participación y mayor relación entre vecinos. Se conocen y comparten no solo espacios, sino también, actividades.
Discusión
Entender al colectivo en su entorno cultural, político y económico es entender las formas de hábitat particulares, donde las luchas y las resistencias son parte de las prácticas sociales cotidianas que ponen en duda un orden jerárquico de la sociedad (García, 1982); esto se da como una respuesta inconsciente en la práctica diaria en los hábitos de las personas, incluso para entender la política de vivienda y su influencia. Por ello, es necesario analizar la forma de vida de los individuos, lo que implica una reconstrucción de espacio y tiempo a partir de sus recuerdos y sus experiencias. Estas prácticas involucran el lugar de la residencia y la interacción de la ciudad.
Los sistemas informales, por más irracionales que parezcan, en verdad son sistemas emergentes que responden y se adaptan mejor a las necesidades sociales y económicas, a diferencia de los sistemas planificados. Como lo dice Turner (2018): "podría considerarse a los asentamientos informales como vehículos hacia un cambio social" (p. 13). Esta idea se refuerza con el hecho de que los individuos optan de forma espontánea por volver más flexibles sus viviendas; por ello la importancia del presente estudio, que permite realizar un análisis más profundo para poder planificar y diseñar la vivienda contemporánea.
La ciudad formal y la ciudad informal no son polos opuestos; más bien, son una condición dual de las ciudades latinoamericanas. La ciudad informal no es un fenómeno nuevo, pues con el crecimiento de la ciudad muchos de los barrios con características populares fueron absorbidos, lo cual generó un fenómeno de mezclas de estructuras que con el tiempo adquirieron calidad espacial y arquitectónica, aunque esas características de informalidad tienden a volverlos sectores desconectados o aislados, a pesar de estar junto a espacios con influencia de arquitectura moderna.
Es imposible analizar la vivienda únicamente desde los aspectos técnicos o económicos, pues la vivienda tiene un componente social que no puede descuidarse, al igual que un alto significado cultural. Es necesario que la vivienda se integre a las dinámicas de barrio y de ciudad, a la accesibilidad, a la red de transporte y a los servicios, así como que se fortalezcan las relaciones sociales de los miembros de la vivienda y los del entorno. La problemática de vivienda no se resuelve con una visión simplista: se necesita una visión interdisciplinar, cuyos componentes no son separables y, por lo tanto, su análisis no puede ser aislado.
Con los datos obtenidos, también es importante reflexionar sobre el rol del arquitecto, tanto en la planificación como en el diseño de la vivienda, donde se puede integrar la participación de los usuarios como parte del proceso de apropiación. El usuario contribuye con la experiencia, mientras los arquitectos colaboran con el conocimiento técnico. Aparecen procesos de diálogo y negociación; generalmente, los arquitectos no toman en cuenta las particularidades de cada región en sus diseños, y tienden a realizar obras hacia una sociedad globalizada.
Para que un individuo o un grupo de individuos participen en un proceso de diseño y planificación, en primera instancia deben estar informados, deben conocer a profundidad el lugar: el proceso participativo es un proceso democrático y educativo. Como lo explican los arquitectos Rosendo Mesías y Gustavo Romero (2004), la participación es un proceso de igualdad de derechos sobre el espacio, donde intervienen varios actores; un proceso complejo, porque en él aparecen intereses y experiencias particulares y colectivos.
El proceso participativo no convierte a todos los individuos en diseñadores, sino que busca atender sus demandas y sus expectativas. El individuo debe ser consciente de que tiene la capacidad para proyectar su propio espacio habitable, pero con la ayuda de un profesional; entonces, los individuos son los intermediarios para articular sus necesidades. En cambio, el técnico es el que canaliza el proceso participativo, para luego plasmar soluciones integrales de acuerdo con la viabilidad de las propuestas; además, debe garantizar que los proyectos sean factibles y adecuados (Romero & Mesías, 2004, p. 35).
En su artículo "The architect and the other", Jeremy Till (2006) describe que el arquitecto en la actualidad no puede dejar de lado los diversos tipos de necesidades, donde se encuentran las biológicas, las sociales, las culturales, las de subsistencia, las de protección y las de identidad y libertad; todas estas necesidades se canalizan en la participación del entorno edificado. Cada individuo habita una comunidad, se identifica en términos de similitud con otros individuos en el colectivo mediante costumbres y tradiciones, pero se destaca como un ser único, con necesidades particulares.
Es importante comenzar a fortalecer la relación y la participación ciudadana como hecho primordial dentro de la práctica disciplinar; o sea, responder a la realidad, que tiene múltiples elementos y dinámicas simultáneos que funcionan a diferentes escalas. En este espacio también se debe reflexionar sobre el contexto latinoamericano y sus respuestas heterogéneas, sin la necesidad de imitar modelos, sino resaltando la importancia del lugar (Echeverria & Bermeo, 2021).
Hablar de vivienda es algo complejo, que no solo puede atenderse desde lo técnico, lo constructivo y lo funcional: también aparecen aspectos como la permanencia y la flexibilidad espacial. Este elemento también responde a una demanda social; por lo tanto, el aporte de esta investigación es de carácter metodológico al incluir la preocupación social en el momento de diseñar una vivienda, una donde las condiciones de habitar son más complejas, y sobre todo, al tratar el tema de acceso a la vivienda —especialmente, para personas de escasos recursos—.
Los gobiernos municipales han generado sus propias lógicas de poder, mediante las cuales ejercen control en el desarrollo de las ciudades, priorizan lo privado y el comercio y son más estrictos con las estructuras informales. De ahí parten cuestionamientos sobre el derecho a la ciudad, a la vivienda, a la educación, al ocio, que están destinados solo a estructuras formales, y se limitan al resto de la población. La ciudad debe responder a las necesidades de toda la población, porque la ciudad es un diálogo entre lo público, lo privado, lo formal y lo informal.
Y también es necesario crear un diálogo entre técnicos, arquitectos y usuarios para la coexistencia armónica, la intervención y la planificación de la vivienda tomando en cuenta la realidad que se complemente con el conocimiento disciplinar que, a su vez, responda a las necesidades del usuario y resalte los rasgos locales, sin olvidar que el habitar y el construir se hallan estrechamente relacionados. Los arquitectos obsesionados con la tecnología y las normas estilísticas, y dedicados a la construcción masiva, producen recintos impersonales y han olvidado los principios básicos de la vivienda, que son albergar, proteger y proveer espacios donde sus moradores puedan desarrollarse como parte de una comunidad (Moholy-Nagy, 1976). La arquitectura debe ser un elemento flexible, que se adecue a las dinámicas humanas y pueda cambiar con el tiempo.
Conclusiones
La falta de respuesta a las necesidades reales y a las posibilidades de los futuros usuarios en los usos, las tradiciones y los hábitos hace que se cuestione el rol del arquitecto; ya no puede ser el ente organizador o de imposición de formas arquitectónicas, sino, más bien, el promotor de diseños participativos y programas barriales con procesos y metodologías donde los pobladores sean sujetos activos en el mejoramiento de las condiciones de habitabilidad. Aquí los usuarios son los protagonistas, por entender las dinámicas de la comunidad que permiten el fortalecimiento de estas.
A la informalidad se la debe entender como una forma de resistencia a la marginalidad y a la exclusión que se les da a ciertos grupos sociales de escasos recursos económicos por el simple hecho de serlo, pero cuya forma de comportarse se entiende como una forma de superación económica y social. Mucho del desprestigio de ese tipo de arquitectura se da por no seguir los modelos establecidos de la arquitectura moderna o las tendencias internacionales, que son parte del discurso de la academia, el cual asocia el desorden a lo feo, a lo sucio o a lo pobre, así como el mercado inmobiliario, que promueve la demolición de este "desorden" para implantar edificios de mayor valor comercial.
El crecimiento de barrios o colonias populares como asentamientos de vivienda informal es la característica distintiva del paradigma del hábitat latinoamericano, donde puede rescatarse el aspecto socioespacial porque se lo considera una forma de producción social del espacio, como resultado de interacciones cotidianas físicas y simbólicas de los individuos en el espacio; se puede decir que mucho debe aprender la formalidad de la informalidad. También hay otras características y ventajas: por ejemplo, la flexibilidad de las manzanas que permiten combinaciones internas articuladas con las formas colectivas de habitar, donde se optimizan recursos y se busca una respuesta inconsciente a la satisfacción de necesidades.
Por lo planteado, el objetivo de la presente investigación es aportar a la creación de indicadores que incluyan la cotidianidad dentro del análisis y las posteriores planificación e intervención de la vivienda, porque pueden ser consideradas dentro de la complejidad y la diversidad del habitar tanto en el ámbito arquitectónico como en el urbano, donde se entretejen las distintas experiencias y problemáticas de los usuarios y los técnicos. Además, las viviendas contemporáneas ya no pueden ser estáticas, sino que deben permitir crecer, tener menos paredes que dividan los espacios, para que estos sean más flexibles; ya no se deben jerarquizar espacios, sino, más bien, diseñarlos abiertos y con la intención de que puedan albergar múltiples actividades, y permitan que la vivienda pueda cambiar con el tiempo. Entonces, se podrían plantear las viviendas con espacios no terminados, y que incluyan pautas para que los usuarios puedan apropiarse de los espacios.
Sin dejar de lado que la vivienda alberga diferentes estructuras familiares, y que sus patrones de uso y de comportamiento también tienen dinámicas distintas, hay quienes se quedan en casa, donde resaltan su individualidad, y otros comparten con la familia. Y este compartir puede ser entre varias edades: adultos, niños, jóvenes; también hay casos en que la mayoría de sus actividades cotidianas se realizan fuera de la vivienda, personas que hacen énfasis en las responsabilidades laborales, u otras, hacia el ocio o el descanso. En definitiva, los espacios deben ser cambiantes.
Pero existe no solo la vivienda ideal, sino también la comunidad ideal; habitar la vivienda es un constructo social y colectivo, a partir de negociaciones y acuerdos que se generan entre personas de una misma cultura en la sociedad, donde la imagen de la vivienda tradicional debe evitarse, porque el imaginario colectivo va a ser diferente en cada lugar, y cambia, a su vez, de acuerdo con la época a la que pertenece. Una vivienda del siglo XIX —incluso en sus decoraciones— expresa esa temporalidad; en cambio, en el siglo XXI se busca más la personalización, la apropiación de espacios, y a pesar de que existen similitudes, cada individuo trata de crear espacios únicos.
Al analizar la vivienda, no se puede negar que vivimos en una época donde domina el discurso económico y, por ende, aparecen condiciones favorables y desfavorables en la sociedad; la tendencia hacia el neoliberalismo es la que genera una brecha más amplia entre ricos y pobres, la pobreza es un fenómeno que se define por la insatisfacción y la privación de las necesidades básicas. En este contexto, la necesidad del acceso a la vivienda y la falta de acceso a un crédito son los mayores motivos de que se mantengan los procesos de informalidad, donde aparecen procesos de constante transformación y adaptación, y son una alternativa de mejorar económicamente que se refleja tanto en las viviendas como en los barrios que tienen procesos de autoproducción: en estos lugares la percepción que tienen los usuarios de la realidad es muy diferente de la que aparece a simple vista.
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