http://dx.doi.org/10.14718/RevArq.2017.19.1.1242
Carlos Santamarina-Macho
Universidad de Valladolid (España)
Escuela Técnica Superior de Arquitectura
Arquitecto por la ETSA, Universidad de Valladolid (Premio Extraordinario Fin de Carrera, 2005).
Máster en Restauración Arquitectónica, Universidad de Valladolid (España).
Doctor en Urbanística y Ordenación del Territorio, Universidad de Valladolid (España).
Docente, Universidad de Valladolid, Departamento de Teoría de la Arquitectura y Proyectos Arquitectónicos.
http://orcid.org/0000-0001-7436-4876
carlossantamarina.arq@gmail.com
Recibido: diciembre 11 / 2016
Evaluado: abril 4/ 2017
Aceptado: mayo 3 / 2017
Proyecto arquitectónico y urbano
Para citar este artículo:
Santamarina-Macho, C. (2017). De la utopía a la distopía doméstica. La creación de la vivienda modelo norteamericana. Revista de Arquitectura, 9(1), 24-32. doi: http://dx.doi.org/10.14718/ RevArq.2017.19.1.1242
Resumen
En Estados Unidos tuvo lugar, tras el fin de la Segunda Guerra Mundial, un debate en torno al modo de abordar la cuestión de la vivienda, tanto desde la necesidad de satisfacer, cuantitativamente, una creciente demanda, como en relación a los requerimientos de una nueva domesticidad asociada al American Way of Life. La tecnología industrial, particularmente la prefabricación, fue vista como un instrumento arquitectónico, político y económico, a través del cual hacer asequible el sueño americano, pero sus soluciones estandarizadas pronto se mostraron insuficientes para una sociedad dinámica, que tuvo que buscar soluciones alternativas a sus necesidades cotidianas. La confrontación que en este contexto tuvo lugar entre los modelos domésticos normalizados, las tract houses dominantes en los suburbios planificados, y algunas expresiones habitacionales informales como las asociadas a la vivienda móvil, ofrece un marco para la reflexión en torno a algunos de los retos de la futura arquitectura doméstica.
Palabras clave: vivienda, planificación urbana, Estados Unidos, prefabricación (construcción), arquitectura vernácula.
Abstract
In the United States, after the end of World War I I, there was a debate on how to tackle the housing issue based on the need to quantitatively satisfy a growing demand and the requirements of a new domesticity associated with the American Way of Life. Industrial technology, particularly prefabrication, was seen as an architectural, political, and economic instrument, through which to make the American dream affordable, but its standardized solutions soon proved insufficient for a dynamic society, which had to seek alternative solutions to its needs. The confrontation between standardized domestic models—the dominant tract houses in planned suburbs and some informal expressions of housing such as those associated with mobile housing—offers a framework to reflect on some of the challenges of domestic architecture in the future.
Keywords: Housing, urban planning, United States, prefabrication (construction), vernacular architecture.
Resumo
Nos Estados Unidos, aconteceu, após o fim da Segunda Guerra Mundial, um debate sobre o modo de abordar a questão da moradia, tanto a partir da necessidade de satisfazer, quantitativamente, uma crescente procura quanto em relação aos requisitos de uma nova domesticidade associada ao American Way of Life. A tecnologia industrial, particularmente a pré-fabricação, foi vista como um instrumento arquitetônico, político e econômico pelo qual se tornava acessível o sonho americano, mas suas soluções padronizadas logo se mostraram insuficientes para uma sociedade dinâmica, que teve que buscar soluções alternativas para suas necessidades cotidianas. A confrontação que nesse contexto ocorreu entreos modelos domésticos normalizados, as tract houses dominantes nos subúrbios planejados, e algumas expressões habitacionais informais, como as associadas à moradia móvel, oferece um referencial para a reflexão acerca de alguns dos desafios da futura arquitetura doméstica.
Palavras-chave: arquitetura vernácula, Estados Unidos, moradia, planejamento urbano, pré-fabricação (construção).
Introducción
El territorio, y en particular la relación del hombre con el mismo, ha ocupado un lugar central en la cultura norteamericana desde mediados del siglo XIX, momento en el cual Estados Unidos comienza a buscar en él uno de sus signos de identidad propia. La percepción de los norteamericanos acerca de su propio paisaje no ha permanecido inalterable, sino que se ha ido adaptando a las necesidades de cada momento histórico. Si a mediados del siglo XIX la necesidad de expansión territorial hizo de la confrontación del hombre con la naturaleza el núcleo del debate paisajístico, a comienzos del siglo XX esta idea es relegada a un segundo plano ante el deseo de consolidar la nueva sociedad urbana e industrial. Nuevos giros a la percepción del paisaje norteamericano surgirán en el periodo de entreguerras, ante la urgencia de revitalizar el degradado modelo agrario estadounidense, o, en la segunda mitad del pasado siglo, frente a la necesidad de asimilar las rápidas transformaciones espaciales derivadas de la expansión suburbana de posguerra.
Comprender la evolución de la ideas acerca del paisaje norteamericano a lo largo del siglo XX, y sus vínculos con los procesos políticos, sociales y materiales de transformación del territorio, fueron la base de una investigación desarrollada por el autor en el marco del programa de doctorado "Arquitectura y ciudad: herramientas para el análisis arquitectónico y urbano", del Departamento de Urbanismo y Representación de la Arquitectura de la Universidad de Valladolid (España), y que bajo la dirección del doctor Juan Luis de las Rivas Sanz dieron lugar a la tesis doctoral "Cultura y representación del man-made landscape. La construcción de la imagen de un territorio. EE.UU. 1925-1975" (Santamarina-Macho, 2016; Santamarina-Macho y Rivas Sanz, 2016).
Uno de los aspectos acometidos en esta investigación fue el papel que la reflexión en torno al modo de habitar y a la formalización de la vivienda tuvieron no solo en el debate arquitectónico del periodo de posguerra, sino también en la formalización de nuevos modos de interpretar el propio territorio. Como señalaba John Brinckerhoff Jackson, quizá el más importante intérprete del paisaje estadounidense, "la casa es de muchas maneras un microcosmos del paisaje" (Jackson, 1980, p. 124). El presente artículo aborda uno de los aspectos de estos debates en torno a lo doméstico surgidos en Estados Unidos, el despliegue de algunas soluciones habitacionales derivadas del aprovechamiento de las nuevas tecnologías industriales, relevante para entender la mentalidad territorial americana de la época, pero también de interés para reflexionar sobre la propia relación que establecemos con nuestro entorno a través del modo de habitarlo.
En el año 1946, la revista LIFE dedicó un número a analizar la evolución, durante su primera década de existencia, de la sociedad y las principales señas de identidad norteamericanas. Entre las imágenes incluidas se encontraba una titulada Utopía familiar (LIFE, 1946, pp. 58-59), que mostraba a una familia tipo de clase media norteamericana rodeada de los numerosos elementos materiales propios de la vida doméstica de posguerra en el jardín de su vivienda suburbana (Figura 1a). Se trataba de una muestra casi perfecta de la idílica sociedad de consumo nacida tras el final de la Segunda Guerra Mundial, de un renovado American Way of Life que tendría en la vivienda uno de sus campos de batalla.
Figura 1a. La "utopía familiar" de posguerra, mostrada en las páginas interiores de la revista LIFE
Fuente: LIFE (1946, pp. 58-59) © Copyright LIFE.
Esta imagen se hizo popular en el campo de la arquitectura en los años setenta, cuando Robert Venturi recurrió a ella en el montaje expositivo de Signs of Life: Symbols in the American City (Venturi y Izenour, 1976), y más recientemente ha sido también utilizada por Beatriz Colomina (2007) para ejemplificar, precisamente, el prototipo de vivienda y modo de habitar doméstico nacido en Norteamérica durante la posguerra, y posteriormente asumido por buena parte del mundo occidental, pero que en realidad no ofrecía sino una escena prototípica de la vida suburbana que, como ha mostrado Dolores Hayden (2002) (Figura 1b), fue incansablemente reproducida en los medios de comunicación de la época. Lo que la utopía familiar de LIFE ponía en todo caso en evidencia era la existencia de algunos rasgos definitorios de un ideal doméstico, no exclusivamente norteamericano, propio de la segunda mitad del siglo XX y que, como el propio título de la imagen insinuaba, se encontraba sustentado más en el sueño de un determinado estilo de vida que en la resolución eficaz y efectiva de las verdaderas necesidades de la época, aunque con frecuencia fueran estos últimos los argumentos utilizados, no solo para su despliegue material, sino también para propiciar la adopción de un determinado modelo social y cultural que iba a romper con algunos aspectos propios de la tradición norteamericana.
Figura 1b. La misma utopía, recuperada de un anuncio publicitario
Fuente: Hayden (2002, p. 64) CC BY-NC-ND
Esta ruptura con la tradición se iba a evidenciar fundamentalmente en una dislocación de las relaciones entre lo público y lo privado, que encontrará sus principales manifestaciones en dos fenómenos aparentemente independientes, aunque íntimamente relacionados. En primer lugar, un efecto social, el de la ruptura de la comunidad y la vida colectiva, tema que iba a centrar gran parte del debate arquitectónico y urbano en Estados Unidos a partir de la década de los sesenta (Scully, 1996, p. 7), provocado en gran medida por una cada más intensa reclusión en unos espacios domésticos interiores, privados, cómodos, seguros y capaces de ofrecer todo aquello que el modelo consumista había convertido en esencial para la vida moderna. El segundo fenómeno, que tiene también su origen en esta primacía de la vida interior, es el surgimiento de una indiferencia hacia lo territorial en una sociedad en la que, históricamente, lo contextual y colectivo había ocupado un lugar preeminente.
La satisfacción del sueño doméstico del American Way of Life tuvo así que coexistir con la emergencia de una distopía social y paisajística que durante varias décadas fue, si no ignorada, al menos considerada ajena a lo que estaba sucediendo en el interior de unos hogares que asumían la función de refugio frente a ella. Una separación entre los fenómenos interiores y exteriores que no era sino uno más de los efectos perversos de eso que Sloterdijk (2009, pp. 383-431) ha definido como una explicitación del acto de habitar, de esa tendencia de la modernidad hacia la descomposición y recomposición analítica de las cosas que dejaba temporalmente fuera de dicho acto a todo aquello que sucedía fuera de los límites de lo privado, y que rompía con la más abierta interpretación heideggeriana del habitar (Heidegger, 2015).
Se había olvidado algo que no tardarían en reivindicar autores como Christian Norberg-Shultz (1980), Caston Bachelard (2011) o, dentro del contexto específicamente norteamericano, John Brinckerhoff Jackson (1980, p. 124): que la casa no era un objeto independiente sino que, como lugar en el que se satisfacían las necesidades humanas más elementales, constituía el centro en torno al cual debía girar la construcción del resto del mundo. Estados Unidos había transformado en la posguerra su modo de entender y materializar la vivienda pero, sin pretenderlo, había alterado también todo lo que la rodeaba.
Aunque la historia de la redefinición de ese modelo doméstico norteamericano es ya sobradamente conocida y ha sido analizada desde aproximaciones formales, pero también informales como la de Howard Kunstler (1996), algunos de sus elementos, sus aciertos y sus errores siguen ofreciendo un excepcional marco para la reflexión en torno a la búsqueda, aún en la actualidad, de un modelo de habitar contemporáneo. De este relato emergen algunas claves en torno a las políticas de vivienda, el interés de las innovaciones tecnológicas o la influencia de los cambios sociales, pero también acerca de cuestiones más difusas como la necesidad de recuperación de una interpretación holística de lo doméstico. Porque la historia de la vivienda norteamericana está plagada de buenas intenciones encaminadas a resolver problemas puntuales, pero también de grandes fracasos y soluciones alternativas para abordar aquello a lo que ni la política ni la arquitectura fueron capaces de dar, por sí solas, soluciones plenamente satisfactorias.
Metodología
No fueron pocos los modelos de vivienda desarrollados en Estados Unidos durante el periodo de posguerra, que se sumaban a los ya numerosos aportados por la propia tradición norteamericana (Jackson, 2010). El análisis realizado se centró, no obstante, en los dos tipos de mayor crecimiento durante el periodo comprendido entre 1950 y 1970, las tract houses, características de las expansiones suburbanas planificadas, y las viviendas móviles y prefabricadas surgidas como alternativa informal. Ambos modelos partían de un principio común, el de proporcionar una solución habitacional rápida, económica y eficaz, que aprovechase las oportunidades ofrecidas por la estandarización industrial. Sin embargo, dieron lugar a dos modelos formal y arquitectónicamente muy diferentes, cuya acelerada expansión tuvo consecuencias no solo sobre el territorio, con una rápida transformación de su paisaje que más adelante sustentaría nuevos modos de interpretación (Venturi, 2010; Venturi, Scott Brown e Izenour, 2008) y representación (Jenkins, 1975), sino también sobre la propia sociedad.
La investigación parte de la contextualización del origen, en el marco de las políticas sociales y económicas de posguerra, de estos modos de habitar, analizando los soportes legales que contribuyeron al fomento de una industria específica dedicada a la producción de vivienda y a la aparición, no solo de nuevos tipos de unidades residenciales, sino también de agregaciones urbanas, como será el caso de las Levittowns, cuya crítica social, abordada de forma pionera por Herbert Gans (1967), es evaluada. El método de análisis de estos modelos planificados es reproducido para las propuestas más informales, tanto de vivienda móvil como prefabricada, identificando los hitos que convierten a estas soluciones en alternativas válidas para satisfacer las demandas residenciales norteamericanas.
A partir de ambos exámenes, se presenta un análisis crítico comparado de los dos modelos domésticos, así como de sus efectos sociales, económicos y paisajísticos. Dicha confrontación se apoya en el estudio de las propuestas arquitectónicas y urbanas aparecidas durante el periodo analizado, pero también en la emergencia, al final del mismo, de un conjunto heterogéneo de aportaciones que, reconociendo los déficits formales de ambos modelos, trata de encuadrarlos culturalmente dentro de la tradición doméstica norteamericana e identificar en ellos algunos valores ocultos. Se estudian para ello, de forma paralela, los trabajos de Robert Venturi (1976), John Brinckerhoff Jackson (1984), Reyner Banham et al. (1969), o las propuestas de la nueva fotografía del paisaje norteamericano formalizadas a comienzos de los años setenta, entre otras fuentes.
La investigación no pretende, en cualquier caso, erigirse como un alegato en defensa de un modelo residencial sobre otro, reconociéndose explícitamente la imperfección de ambos. Frente a ello, se aboga por comprender el contexto que dio lugar al desarrollo de estas propuestas y cómo, a pesar de sus deficiencias, llegaron a convertirse, desde el punto de vista visual, en símbolos perfectamente reconocibles de la identidad norteamericana. Esto debería contribuir, en un momento en el que la vivienda vuelve a constituir un tema central en el debate arquitectónico, urbano y también político, a establecer un marco para la reflexión acerca de las necesidades domésticas contemporáneas y su condición cambiante, esencial para lograr unas propuestas arquitectónicas de calidad verdaderamente adaptadas y capaces de satisfacer las demandas de sus usuarios.
Resultados
Un hogar para todos... gracias a la industria
La escasez de vivienda había sido, durante toda la primera mitad del siglo XX, un problema estructural en Estados Unidos, que iniciativas como la National Housing Act de 1934, su revisión en 1937, o la creación de la Federal Housing Administration habían tratado de abordar sin demasiado éxito. El regreso de millones de soldados norteamericanos tras la Segunda Guerra Mundial, deseosos de disfrutar de la independencia y libertad propias de un estilo de vida que tenía en la familia y el hogar algunos de sus símbolos, y por el que habían luchado en Europa, no hizo sino agravar la situación. Las políticas de vivienda existentes iban por ello a ser reconsideradas como un modo de recompensar a los veteranos por los servicios prestados, pero también como un mecanismo para reconducir económicamente la industria de un país convertido ya en primera potencia mundial.
La Housing Act de 1949, que actualizaba las políticas de los años treinta, fue el principal instrumento para abordar la problemática de la demanda, pero también para el refuerzo y la modernización de un sector de la construcción destinado a ser el nuevo motor económico nacional gracias a la transferencia de los avances tecnológicos nacidos en el marco del conflicto bélico. En este sentido, uno de los aspectos diferenciales de la nueva ley fue su apuesta por la investigación y el uso de nuevas tecnologías, no solo para propiciar un incremento del número de viviendas, sino también de su calidad. Alcanzar estos objetivos no iba a ser, sin embargo, cometido de unas instancias públicas que se limitaban a actuar como figuras de control (von Hoffman, 2000, p. 310), sino de una industria privada, de un nuevo tejido productivo y comercial especializado, que asumiría las principales iniciativas residenciales, las destinadas a satisfacer las demandas de una creciente clase media, integrada en buena parte por aquellos veteranos a los que se comenzó a conceder ayudas especiales para tal fin. La propia ley de 1949 hacía hincapié en la necesidad de que "la empresa privada satisfaga tantas de las necesidades totales como pueda", y en que los entes públicos debían hacer viable esta meta.
Las políticas públicas establecieron para ello un marco de actuación específico que resultaba ideal para que la industria norteamericana recondujese el potencial productivo adquirido durante la guerra hacia un sector civil deseoso de abrazar un nuevo American Way of Life, orientado no solo a construir más, sino también de un modo más eficaz, más rápido, más barato y con mayor calidad, aunque esta última característica no se entendiese tanto en el sentido arquitectónico como en el de la satisfacción de los deseos de sus usuarios potenciales. Para ello, la Housing! Act de 1949 hacía una apuesta decidida por la estandarización y normalización de la construcción residencial, oficializando una solución a la . medida de aquel sector productivo, la prefabricación, que ya había comenzado a asentarse tanto en forma de arquitectura de vanguardia, utilizada como soporte promocional para la misma industria que financiaría buena parte de los concursos arquitectónicos de la época, como en modernas recreaciones de tipologías tradicionales como bungalows, cape cods o incluso shingle style houses.
El modelo triunfador, el que se convertiría en el prototipo residencial al alcance de aquel ciudadano medio norteamericano, poco tendría que ver con aquella vivienda de vanguardia admirada desde el punto de vista arquitectónico. Frente a ello, y sobre unos presupuestos muy similares —como los de la economía de medios y el aprovechamiento de los recursos de la producción en serie—, se impondría una alternativa continuista con la tradición del suburbio residencial de los años veinte que iba a definir un modo característico, no solo de ocupar y transformar el territorio, sino también de organización social, y que tendrá en las diferentes Levittowns su ícono más representativo (Gans, 1967). Las Levittowns, el producto estrella de una empresa, Levitt and Sons, Inc., que llegó a definirse como "la General Motors de la construcción" (Guardia, 2012, p. 345), simbolizan la versión más brutal, pero al mismo tiempo innovadora y eficiente, de la búsqueda de una vivienda económica, funcional e industrializada para la nueva clase media norteamericana, una respuesta sencilla y sin pretensiones formales que puede ser discutida desde las perspectivas social y paisajística que la convirtieron, en palabras de Gans, en la "parte más difamada de América" (Gans, 1967, p. v), pero no tanto desde su coherencia con los postulados del momento. Mientras la arquitectura de vanguardia trataba de integrar lo industrial en lo residencial, los Levitt habían logrado transformar la vivienda en un producto industrial integral. Un modelo productivo, destinado a proveer de soluciones habitacionales rápidas y económicas, que también iba a ofrecer como alternativa una creciente variedad de viviendas plenamente prefabricadas y móviles, que proliferaron en este periodo hasta conformar un destacado sector de la economía nacional, con un amplio catálogo de tipologías, algunas de existencia efímera, que convertían a la vivienda en otro más de los desechables bienes de consumo. En los años sesenta, casi una quinta parte del nuevo parque residencial norteamericano iba a estar integrado por estos nuevos prototipos de vivienda móvil (Scully, 1988, p. 15).
Aquí residía uno de los problemas fundamentales, no solo del modelo residencial ofrecido, sino también de la propia política de vivienda que lo sustentaba. La unidad doméstica se había convertido en un producto especializado y autónomo, destinado a acoger un determinado modo de vivir individualizado y a satisfacer las necesidades estrictamente privadas, pero que atendía solo superficialmente al contexto material e inmaterial en el que se implantaba y del que, al mismo tiempo, se aislaba gracias a un conjunto de nuevos bienes capaces de satisfacer un cada vez mayor número de necesidades sin abandonar su comodidad y seguridad. Y es en este punto en el que comienza a hacerse evidente una ruptura con el modo tradicional de entender el habitar, pero también la aparición de un interés creciente por alternativas alejadas de las imposiciones del mercado.
Redescubrimiento del habitar a través de una contrautopía doméstica
Una de las alternativas a través de las que iba a ser posible recuperar algunos aspectos del sentido tradicional del habitar y las relaciones entre hombre, hogar, territorio y comunidad que se creían perdidas en el producto habitacional comercial, reglado y homogéneo surgirá, irónicamente, de uno de sus subproductos. Sería en aquella vivienda prefabricada y móvil que había comenzado a ocupar un lugar destacado dentro de la oferta residencial de posguerra, en la que algunos creyeron reconocer un auténtico modo de vida norteamericano, heredero de la tradición y, al mismo tiempo, adaptado a las necesidades del momento. Eso que, ya en los años setenta, comenzaría a ser reconocido como un nuevo vernáculo norteamericano no exento de polémica.
Aunque este alternativo modelo de vida no respondía aparentemente a ninguna de las premisas de la tradición norteamericana, en él sí parecían tener cabida algunos rasgos propios de la misma que no habían encontrado acomodo en las mayoritariamente homogéneas, banales, rígidas y faltas de identidad propuestas suburbiales. La falta de especialización y simplicidad de algunas de aquellas tipologías de vivienda prefabricada barata no solo posibilitaba sino que, en algunos casos, obligaba a una intervención de sus habitantes que, espontáneamente, daba lugar a ese grado de diversidad formal, social y funcional que, desde una mirada indulgente, podía ser interpretada como cercana a la de algunos de los modos de habitar más ricos y complejos de la tradición. Es en este contexto en el que comienzan a ser apreciados, frente a los insatisfactorios resultados de la arquitectura y el urbanismo planificados, los productos materiales y sociales de una arquitectura y un urbanismo informal que en Estados Unidos no constituían una excepción, sino un fenómeno de relevancia equivalente a la del suburbio posbélico de clase media, aunque su perfil social característico iba a ser el de aquellas clases trabajadoras menos favorecidas e incapaces de acceder a los mercados inmobiliarios más convencionales.
Figura 2a. Levittown, la quintaesencia de la estandarización e industrialización de la vivienda
Fuente: Margaret Bourke-White © CopyrightTime Inc.
La proliferación de la vivienda móvil constituye un ejemplo paradigmático de este segundo tipo de desarrollos domésticos, erigido como alternativa al modo de vida impuesto por el mercado, capaz de generar unas estructuras formales y sociales propias muy diferentes, al menos en origen, a las de los suburbios planificados que en algunos casos habían sido los causantes de su difusión. No debe olvidarse en este sentido que el desarrollo de las colonias de vivienda móvil norteamericana se debe, en buena medida, a la existencia de grandes comunidades de trabajadores nómadas dedicados, precisamente, a la construcción de las nuevas infraestructuras y áreas residenciales. Aquellos campamentos, inicialmente concebidos como alojamiento temporal, de precio inferior al de cualquier alquiler, fueron convirtiéndose progresivamente en permanentes en la medida en que los costes de su desplazamiento se incrementaban y surgía un mercado propio de compraventa de este tipo de estructuras cada vez más dotadas. Fue en aquellas comunidades nómadas donde lograron pervivir, de forma distorsionada, algunos rasgos amenazados por la proliferación del modelo de vida suburbial, como una concepción tradicional de lo doméstico-familiar, la interrelación entre el hogar y el trabajo, la multifuncionalidad de lo doméstico o la disolución de los límites entre lo público y lo privado (Jackson, 1994).
Figura 2 b. La alternativa "informal" ejecutada con la agregación de viviendas móviles y prefabricadas
Fuente: Stilgoe (1982, p. 337). Dominio público
Las viviendas móviles hacían frente, al igual que otros tipos de asentamientos informales, y de los prototipos formalmente planificados, al requerimiento de disponer de un espacio habitable barato, funcional y accesible. Aprovechaban incluso los mismos recursos tecnológicos provistos por la industria norteamericana de posguerra, aunque de un modo no normalizado ni homogéneo. Su rasgo fundamental, que había desaparecido en las homogeneizadoras viviendas unifamiliares tipo, era la flexibilidad y capacidad de adaptación, una ausencia de especialización e identidad material y funcional que les permitía adquirir sentido, y la condición de hogar, no a través de un diseño cuidado, sino de su uso, y gracias a ello, erigirse como una respuesta construida y adaptada por sus propios usuarios. La vivienda móvil recuperaba, de algún modo, la condición del hombre como constructor de su propio hábitat y, a través de este simple gesto, la permanencia de un modo de habitar sensible a los valores contextuales, aunque su manifestación material fuese no solo ajena a los mismos y a la tradición, sino también, salvo excepciones, escasamente satisfactoria desde el punto de vista arquitectónico.
Figura 3a. Fotografía de una de las comunidades Levitt en New Jersey descritas por Herbert J. Gans
Fuente: Gans (1967, p. ii). Dominio público
La realidad homogeneizada propia de los desarrollos suburbanos podía ser eficaz, pero no era ni bella ni buena. ¿Lo podía ser la generada a partir de estos otros modos informales de ocupar y habitar el espacio? Para la crítica de los años cincuenta y principios de los sesenta, como la realizada por autores como Christopher Tunnard (Tunnard y Pushkarev, 1981), Peter Blake (1964) o Nancy Newhall (Adams y Newhall, 1968) estaba claro que ambas expresiones habitacionales, y sus efectos sociales y espaciales, eran inadecuadas. Sin embargo, en los años setenta comienza a surgir la conciencia de que quizá era necesario reconsiderar ese juicio a través de unos criterios que no atendiesen tanto a la belleza formal, y diesen una mayor relevancia a las componentes sociales y simbólicas en la conformación de un hábitat armónico. Es el caso, por ejemplo, de la apreciación que Robert Venturi recogía ya en su Complexity and Contradiction in Architecture acerca del nuevo territorio norteamericano, cuando afirma que "la yuxtaposición de elementos de mala reputación que parecen caóticos expresan un tipo intrigante de vitalidad y validez y también logran una aproximación inesperada a la unidad" (2003, pp. 166-167), y que se consolidará a través de una revitalización del género del paisaje en el arte norteamericano que contribuirá a la asimilación de estas ideas por parte de una sociedad cada vez más receptiva y abierta. Particularmente, desde una fotografía que animaba a mirar y entender "los elementos de nuestro entorno que hasta ahora hemos ignorado" (Plowden, 1971), aquellas realidades heterogéneas que eran el resultado de la confluencia de pequeños actos cotidianos y aparentemente banales pero, al mismo tiempo, cargados de una significación, de una identidad propia, imposible de reconocer en el homogéneo modelo suburbano. Y todo ello respondiendo a unas necesidades domésticas que eran las específicas de sus habitantes, y no tanto las definidas genéricamente por las políticas o el mercado. El problema residencial no iba a ser resuelto a través de la pobre vivienda móvil, ni esta iba a dejar de ser un subproducto decepcionante de la sociedad de consumo norteamericana, pero hacia donde apuntaban estas críticas era a la necesidad de que la arquitectura no diera la espalda a estas soluciones, por deficitarias que fueran, sino que comprendiera las mismas y sus orígenes, y buscara e identificara en ellas algunos de los retos por acometer que podían ser claves para su futuro.
Figura 3b. Robert Adams: "Subdivision street, South Denver, Colorado" (1973). La misma realidad suburbana, separada por 2600kilómetros
Fuente: Salvesen y Nordstrom (2009, p. 84) © Copyright Robert Adams.
Discusión Una nueva domesticidad emergente
La vivienda norteamericana de posguerra puede ser entendida, no tanto como la respuesta a una demanda estrictamente cuantitativa, en tanto que esta operaba en el marco de un problema estructural en la Norteamérica del siglo XX, como la réplica que desde las instituciones, pero también desde los ámbitos técnicos y económicos, se ofreció a una serie de necesidades que operaban en el marco de un determinado contexto social y cultural, que recuperaba valores como la libertad, la movilidad, la privacidad o la familia, pero que al mismo tiempo soslayaba otros como los asociados a lo colectivo o la experiencia del lugar. Una respuesta que, desde los estamentos citados, tuvo un enfoque determinado, focalizada sobre aspectos concretos de la experiencia doméstica, fundamentalmente la asociada a la nueva clase media, y sobre parámetros como la eficacia, la economía y el aprovechamiento de los recursos tecnológicos existentes pero que, por el contrario, adolecía de una reflexión profunda acerca de los problemas generales del habitar y los efectos agregados de la aplicación sistemática de determinados modelos habitacionales.
Este modo de abordar la condición doméstica, que buscaba la satisfacción de una visión utópica parcial y sesgada, y que en Estados Unidos tuvo como consecuencia la distorsión de algunos caracteres propios de su tradición social y territorial, no debe ser considerado como exclusivo de esta nación. En cierta medida, el norteamericano constituye solo un ejemplo representativo de un modo de acometer determinadas incertidumbres que no está vinculado tanto a una determinada cultura como a una globalizada condición moderna, sustentada en su descomposición, explicitación y recomposición elemental, que permite hacer abordable la complejidad, aunque en el proceso se sacrifique una consideración global que, en temas como el modo de habitar, resultan relevantes.
Lo realmente interesante del caso es que permite analizar la concurrencia sobre un mismo espacio de soluciones habitacionales que, respondiendo a análogos requerimientos (una vivienda rápida, económica, equipada y de calidad) e incluso a recursos tecnológicas, ofrecieron resultados no solo formalmente diferentes, sino también social y culturalmente confrontados. Ninguna de ellas logró ofrecer una respuesta satisfactoria a todos los requerimientos que se le exigían, y no pueden por ello ser consideradas como modelos por seguir. Pero desde su evidente imperfección ofrecen la posibilidad de reconocer que cuestiones como la estricta respuesta material pueden no ser tan relevantes, desde el punto de vista de la resolución de lo doméstico, como otras de carácter inmaterial como la adecuada respuesta social de la arquitectura. Así, la principal diferencia entre la solución suburbial impuesta por el mercado para las clases medias y la respuesta informal asumida por buena parte de la clase trabajadora con menores recursos no es tanto la forma, sino la libertad y flexibilidad con la que cada una de ellas fue capaz de adaptarse a unas demandas cuya incertidumbre no ha dejado de crecer desde entonces. Quizá por ello, ya en los años setenta, cuando el modelo residencial unifamiliar de suburbio entra en crisis, la solución informal de la vivienda prefabricada y móvil no solo mantendría su posición, sino que sería reivindicada por nuevos sectores sociales, y legitimada ya no como una alternativa habitacional secundaria, sino como un modelo residencial con entidad propia que tendrá incluso su trasposición en las leyes de vivienda.
Esta dicotomía respecto a la resolución de lo doméstico y el habitar en el entorno norteamericano, con más frentes abiertos de los aquí apuntados, quizá no tendría cabida en otros contextos cultural, pero algunos de los errores que la generaron, desde la existencia de un desequilibrio entre oferta y demanda a la incapacidad de lo público para adaptarse, legal y programáticamente, a unas necesidades residenciales cada vez más flexibles, o la deficiente solución que a los problemas cotidianos ofreció la arquitectura de vanguardia, sí se mantienen de algún modo presentes en la actualidad. Los programas norteamericanos de vivienda actuaron frente a los problemas existentes primando una solución habitacional específica y tipificada, la de la vivienda unifamiliar, que si bien ofrecía una adecuada respuesta a los problemas más convencionales, se mostraría ya en los años cincuenta inadecuada para acometer algunos retos emergentes como, por ejemplo, los vinculados a la creciente movilidad laboral o a las transformaciones de la estructura familiar. Su éxito no fue tanto el resultado de su idoneidad arquitectónica como de su capacidad para ser reproducida con extraordinaria eficacia hasta su hipertrofia. Pero el modelo carecía realmente de la vitalidad que, sin embargo, sí podía surgir en otras soluciones que aún hoy siguen acogiendo, aunque sea en condiciones por debajo de las deseables, a un estrato social significativo de la población norteamericana.
Resulta irónico pensar que el modo en el que desde entonces se ha abordado de forma mayoritaria el problema de la vivienda ha seguido incurriendo en errores similares a los cometidos por las políticas de vivienda norteamericanas de posguerra, fundamentalmente en la insistencia sobre unos modelos de habitar (tipológicos, funcionales, tecnológicos...) con un grado de rigidez muy superior al esperado por la sociedad que está destinada a acoger. Unos modelos que fueron exitosos y capaces de ofrecer buenos resultados en determinados momentos de la historia, pero que el paso del tiempo y, sobre todo, la cada vez más acelerada evolución de la sociedad y sus necesidades, obligan a poner en crisis. Los actuales contextos culturales cada vez más globalizados pero, al mismo tiempo, cada vez más conscientes de la personalidad local, exigen poner en cuestión, como en su día se puso a la vivienda unifamiliar norteamericana, no solo estas reglas, sino también las tipologías tradicionales o incluso el propio concepto de vivienda, como un espacio de residencia habitual y permanente. Un concepto este último que se encuentra en el germen de aquellas tipologías móviles norteamericanas que supieron reconocer la importancia que aún tenía un modo de vida nómada, aunque la ausencia de una reflexión global acerca de su modo de construir territorios y sociedades las hiciera fallidas en otros muchos aspectos.
Es quizás esta nueva condición nómada del habitar la que parece reclamar una respuesta más urgente en un contexto de dominancia de una economía hiperflexible y de anulación de los límites a la movilidad propios de nuestra era. En cierto sentido, ninguna sociedad ha sido nunca tan nómada como la actual, pero tanto en el producto doméstico existente como en las políticas habitacionales sigue primando la estabilidad. En Norteamérica, ante la incapacidad de la política y la arquitectura de ofrecer soluciones a un problema próximo, fue la propia sociedad la que creó su solución utilizando, en un acto de bricoleur doméstico, los medios a su alcance, optando por producir unas soluciones que permitiesen que el hogar se desplazase, materialmente, con su habitante.
Cabría preguntarse si los modelos sociales, económicos y culturales dominantes en la actualidad no nos están llevando ya hacia una suerte de sistema de instant cities, formalizadas a través de continentes arquitectónicos inamovibles pero ocupadas solo temporalmente por un contenido humano en permanente movimiento. Es posible que hoy la solución no pase, como en Estados Unidos, por ofrecer la posibilidad de que la propia vivienda sea un objeto físico que pueda ser transportado por su usuario, pero quizá sí por comprender que la futura arquitectura, aun entendida como infraestructura de carácter permanente, debería poseer no solo la capacidad de acoger y adaptarse a diferentes ocupantes de forma indefinida, sino también dejar de ser un mero contenedor de objetos y personas para transformarse, aunque sea temporalmente, en un verdadero hogar.
Conclusiones
La condición nómada ha estado tradicionalmente asociada a individuos o sociedades que, con una base económica ligada a la agricultura o ganadería, eran obligados a desplazarse y estar en permanente movimiento, sin un lugar estable en dónde vivir. Algunas sociedades, como la norteamericana, asumieron históricamente esta condición, presente en las culturas autóctonas, y la adoptaron hasta convertirla en uno de sus signos de identidad, guiados más por el deseo de libertad que por la necesidad. La sociedad, la cultura y, sobre todo, el sistema económico contemporáneo amenazan con volver a convertir dicha condición en una necesidad vital. Ante ello, resulta cada vez más necesario adoptar, desde la arquitectura, una posición decidida respecto a los modelos domésticos de nuestro presente y futuro, que deben asumir este cambio cultural y ofrecer al mismo tiempo una respuesta material, o bien, de forma más radical, tratar de proporcionar desde lo material un camino para la reorientación de la sociedad. En cualquier caso, la arquitectura no puede, por inmovilismo, permanecer ajena a lo que sucede a su alrededor.
Figura 4. La realidad compleja de la vivienda móvil. Paul Rudolph, "Magnolia Mobile Home Units"
Fuente: Scully (1988, p. 15) © Copyright Paul Rudolph.
En los años cincuenta, el arquitecto Yona Friedman (1978, 2006) abogaba ya por un concepto innovador de arquitectura para dar respuesta a la sociedad de su tiempo, lo que él denominó "arquitectura móvil", en torno al cual desarrollará buena parte de su producción teórica y que influirá decisivamente en los movimientos culturales y arquitectónicos de las décadas posteriores. Algunas de las bases de su propuesta teórica, como la condición normalizada de la arquitectura o la necesidad de adaptación a los nuevos requerimientos de la sociedad, tiene muchos puntos en común con la que sustentaba la vivienda norteamericana de posguerra, pero sus concepciones acerca de la movilidad en la relación entre sociedad y arquitectura se encuentran en los extremos opuestos. ¿Por qué no volver a concebir una arquitectura móvil, no entendida en el sentido estrictamente material y espacial sino en el social y funcional, en relación con su capacidad de adaptación? ¿Por qué no obligar a la arquitectura a que sea capaz de adecuarse a las demandas cambiantes de sus habitantes y no a que su rigidez e inmovilismo terminen condicionando las costumbres de los mismos? No se trata de que la arquitectura considere la vida en caravanas como una solución aceptable, sino más bien de que comience a plantearse si, desde su posición, es capaz de producir unas soluciones a las demandas presentes y futuras que sean suficientemente satisfactorias para hacer innecesaria la proliferación de ese tipo de respuestas informales.
Hoy en día, las cuestiones que deben ser planteadas son más complejas que las que surgieron en la Norteamérica de posguerra, porque también lo son las relaciones. Ya no se trata únicamente de la búsqueda de un equilibrio entre sociedad y arquitectura, sino de cómo este puede conjugarse con un sistema de relaciones económicas que amenaza con condicionar tanto al uno como al otro. Quizá hoy, más que nunca, anhelamos la libertad frente a un contexto que cada vez nos condiciona más en nuestras decisiones, incluso en la que refiere a nuestra propia estabilidad y apego al lugar. Norteamérica, desde su permanente culto a la libertad individual, encontró en un determinado momento un modo de evadirse y crear una microsociedad a través de una arquitectura alternativa. Friedman, desde su visión social radical, generó a través de la estricta teoría su personal modo de hacer lo mismo. Quizá en la actualidad, casi medio siglo después, ninguna de estas propuestas sea válida, pero la idea de que la arquitectura no debe condicionar o dirigir nuestro destino, sino ser capaz de ofrecer un adecuado soporte para nuestro desarrollo personal y como sociedad no ha perdido un ápice de su atractivo.
Referencias
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